La violación por parte de EE.UU. “de todas las reglas del libre comercio” plantea un escenario pocas veces visto, a juicio de Marcel Vaillant, doctor en Economía y especializado en comercio internacional. Mientras China negocia, la UE y Japón hacen control de daños y Brasil retruca, a los países chicos les conviene “tirarse al piso y hacerse el muerto”, asegura, más allá de que puedan existir oportunidades circunstanciales y que, ante un panorama incierto, “hoy, los menos castigados, son los beneficiados”, subrayó. Ante el uso por parte de EE.UU. del comercio como palanca de presión con otros fines, en algunos países se moviliza la eventualidad de pensar “un libre comercio sin Estados Unidos”. “No sé si es posible”, admitió, pero “es necesario tomar acciones en el ámbito multilateral”. En ese contexto, se refirió a la posibilidad de avanzar hacia “acuerdos plurilaterales dentro de la OMC” u otras acciones que a los más chicos “les permita blindarse” ante el juego de los grandes. Ante esa eventualidad, Uruguay puede tener un rol importante, remarcó. A continuación, un resumen de la entrevista.
—Pasó el primero de agosto, fecha autoimpuesta por Trump para sus anuncios sobre aranceles, pero seguimos en un contexto sumamente incierto…
—Definitivamente, 2025 es un año singular de la historia económica, porque las cosas que están ocurriendo desde la posguerra para acá, desde el acuerdo que construyó primero el GATT y luego la OMC, nunca había pasado. En la última ronda, en general los países desarrollados en manufacturas tienen consolidados aranceles muy bajos, es decir, entre 3-5%. Y los países en desarrollo tienen aranceles consolidados más altos, pero son techos arancelarios que en rigor usan poco. Hay otra regla que establece que los aranceles deben aplicarse sobre bases no discriminatorias entre los que pertenecen al club multilateral, o sea, la regla de la nación más favorecida. Estados Unidos violó las dos reglas, algo que no había hecho nunca antes, un desvío fundamental de un protagonista fundamental de las reglas del comercio. Y todo eso le va a generar una gran dificultad de gestión aduanera a Estados Unidos, porque dada la discriminación establecida, debe controlar origen sobre los bienes comercializados, en medio de una gran dispersión de aranceles.
—¿De qué forma los afectados gestionarán esta situación generada por los aranceles de EE.UU.?
—Hay tres tipos de reacciones. La reacción “de libro de texto” es la de China, aplica represalias y luego se plantea algún mecanismo de negociación cooperativa entre dos actores que tienen poderes de negociación, no iguales, pero comparables. Y esa es la forma de relacionamiento que han adoptado ahora.
Por otro lado, hay otros actores que también tienen poder de negociación, como la Unión Europea y Japón, que adoptaron el camino de aceptar las reglas del comercio administrado, como un “control de daños”, donde ante la inminencia de que se le apliquen aranceles de 25%, mejor que se aplique 15% y como contrapartida de eso, se hacen algunos anuncios de compromisos que, en el caso de la Unión Europea, la presidenta del consejo (Ursula Von der Leyen) realizó, sobre cosas que en rigor, ella no tiene la competencia. Por ejemplo, los temas de inversiones en EE.UU. o la compra de energía. De todos modos, hay muy pocos detalles del acuerdo. Son como narrativas políticas que a Trump le terminan de cerrar el argumento de que consiguió una victoria. Igualmente, es llamativo que Japón y la Unión Europea no hayan usado su poder de negociación de manera distinta y que acepten unilateralmente lo que Estados Unidos decide.
—Queda un tercer nivel de reacciones, como comentó…
—Exacto, allí están ubicados, aunque de una forma heterogénea, la mayoría de los países del planeta que no tienen ninguna capacidad de represalia, que no se pueden someter a las reglas del comercio administrado, en donde Estados Unidos va a actuar de forma unilateral. Son países que no pueden plantear represalias a Estados Unidos, en ese grupo está Uruguay.
Después hay países que están un poco en un limbo, países continentales, en donde el caso más emblemático es Brasil, En ese grupo está también India. Países importantes que no tienen la fuerza de los países más fuertes, pero que son mercados domésticos continentales y eso les da un poder diferente.
—Los países sin un gran peso internacional, ¿no tienen otra alternativa que adaptarse a las consecuencias de las decisiones de Trump?
—Depende; yo creo que no estamos en una situación de equilibrio, estable, y en ese contexto pueden ocurrir cosas.
La Organización Mundial del Comercio (OMC) no está cerrada, más allá que Estados Unidos está prácticamente en un retiro. Pero hay una agenda en construcción en Ginebra en este momento, donde la mayoría de los países siguen declarando a favor del arreglo del comercio, buscando una nueva fórmula para el sistema de controversias, negociando sobre los temas del comercio digital, y bajo la idea de buscar algunos mecanismos para que la OMC funcione sin la regla del consenso, sino en base a acuerdos plurilaterales dentro de la organización, donde los países que lo suscriben se disciplinan a esos acuerdos. Y eso puede abarcar prácticamente todo el funcionamiento de la OMC.
—¿Esa podría ser una salida?
—Podría serlo, una alternativa. Hay quienes piensan en un camino más drástico, lo que han definido como MUTO (Minus United States Trade Organization) o sea el comercio excluyendo a Estados Unidos. Y quienes han hablado de eso son personas de peso, como Anne Krueger, ex directora gerente del FMI,
—¿Es viable ese camino?
—No lo sé, pero lo cierto es que se hace necesario tomar algunas acciones en el terreno multilateral. Porque si el mundo se transforma en el mundo del comercio administrado, y la Unión Europea mañana empieza a hacer lo mismo que Estados Unidos, y Japón, o China, hacen lo mismo, para los demás, estamos en el peor de los mundos. Ahí, la única alternativa sería ubicarse en el eje de alguno de esos bloques para sobrevivir. Es un mal escenario.
—Ahora, lo particular de este momento es que EE.UU. utiliza los temas comerciales no como fin, sino apuntando a otras cuestiones, a veces de índole político…
—Estados Unidos usa los aranceles o la palanca de acceso a su mercado para darle impulso a la capacidad de negociar otros asuntos. Con Europa seguramente todos los temas de seguridad, se mezclan los temas de la OTAN, de Ucrania, etc. Otro ejemplo es lo que está ocurriendo con Brasil, el extremo de lo bizarro. Todo eso demuestra que están ocurriendo cosas muy lejanas al espíritu del libre comercio. Para que el comercio se desarrollara, no debían importar los regímenes que tuvieran los países, ni las relaciones políticas o internacionales. Lo importante es que adhirieran a los principios del comercio multilateral. Así creció el comercio. Y eso es lo que viola Estados Unidos este año.
—En relación con Brasil, ¿adónde puede llegar la actual escalada de confrontación?
—Se han establecido aranceles del 10% más el 40%. Y con una larga lista de excepciones que básicamente cubren parte de la oferta exportable de Brasil. Acá creo que hay mucho de aquello que en EE.UU. le dicen TACO (Trump Always Chickens Out) respecto de las amenazas del presidente, que luego da un paso atrás, después cambia y propone otra cosa, y negocia. Siempre el anuncio es más de lo que termina siendo. Detrás de eso hay un claro cuestionamiento político a Lula, y el presidente de Brasil, a diferencia de otros líderes, ha salido a responder. A mi juicio, Lula aprovecha esta confrontación para cerrar filas a nivel local, apelando al nacionalismo, cuando nos acercamos a un nuevo período electoral.
En medio de ello, hay una frase de Lula que no deberíamos ignorar en Uruguay…
—¿A qué se refiere?
—Lula dijo algo que, en cierta medida, revela un punto de vista: “Estados Unidos no puede tratar a Brasil como a un país pequeño”. En rigor, las ruedas multilaterales están hechas para que nos tratemos todos igual, no importa el tamaño. Sin embargo, de esa frase se desprende que “no me trates a mí así”, pero implica que a otros sí se les puede “tratar como pequeños”.
—¿Qué deberíamos hacer en este contexto?
—Un asesor de Clinton decía, en situaciones complejas, “tírate al suelo y hazte el muerto”. Creo que los países pequeños en este momento, con Estados Unidos, debemos seguir esa estrategia. Nuestro arancel ahora es 10%. En este momento, los menos castigados somos los beneficiados.
Pero hay otro terreno en el que sí hay que trabajar…
—¿Cuál es?
—Los países pequeños que son frágiles, tienen que buscar consolidar opiniones no consensuadas, pero sí mayoritarias en todo el sistema, porque la posición de un país pequeño no debería admitir fisuras respecto a cómo se presenta frente al tema de las reglas multilaterales. Y creo que de hecho no las hay. En Uruguay hay una corriente en ese sentido. El tema es cómo cristalizarlo en una posición activa en términos internacionales. Uruguay está desafiado a tener un rol, como lo tuvo antes en otros grupos. La última ronda de negociación exitosa en el mundo multilateral lleva nuestro nombre y el año próximo cumple 40 años. A los países pequeños y vulnerables, en el mundo del comercio administrado les va a ir mal. Hay desafíos importantes para países pequeños, que pueden ser tan disímiles como Singapur, Malasia, Costa Rica, Nueva Zelanda, Uruguay, Chile... Pero Uruguay tendría que tener una actitud proactiva con eso. Está llamado, históricamente, a levantar esa voz de la razón, que es la única voz que podemos tener. Por lo menos para blindar a esos países del juego de los grandes.
—En esta coyuntura, ¿puede haber oportunidades concretas de comercio beneficiado para algunos sectores?
—Seguramente en un contexto en donde las cosas cambian de esa forma, los efectos indirectos de segundo, de tercer y cuarto orden, son muchos. Y eso puede generar preferencias y negocios que yo le llamo “oportunistas”, para una ventana de tiempo. Seguro que eso puede ocurrir.
Ahora, las características que tuvo todo el proceso de integración de la economía mundial de los últimos 30 años, alentando la integración comercial y productiva, construcción de cadenas regionales y globales de valor, eso requiere estabilidad y reglas. No es ese el horizonte que vemos.
—¿Se debe pensar que esta situación responde exclusivamente al accionar de Trump y que se revertirá cuando termine su mandato?
—No lo sabemos. Lo que a mí me llama la atención es lo incapaz que viene siendo el sistema institucional de Estados Unidos para frenar estos arrebatos discrecionales en materia de política internacional y de política comercial. Y cómo las leyes de emergencia y de seguridad nacional, que por lo que he visto han sido apeladas, se pudieron sostener. Es un mecanismo presidencialista tan absoluto, sin ningún mecanismo de los check and balance clásicos de Estados Unidos, que me llama la atención. Pero también creo que Trump es un pragmático, y al fin del día pasará raya y verá cómo le va en términos de opinión pública y del desempeño de la economía. Todo es una gran incógnita.
—¿Qué papel juega el comercio de servicios en todo esto?
—El motor del comercio en los últimos años ha sido los servicios, que han crecido mucho más que los bienes. Y dentro de los servicios, lo que ha crecido más es lo que se llama el comercio digital. Eso hoy es más del 60% del comercio de servicios, y creciendo. Lo paradójico es que, en un momento donde los costos de comercio, desde el punto de vista tecnológico, habilitan un montón de transacciones internacionales y generan más incentivos a la convergencia regulatoria y a la liberalización multilateral, en paralelo Trump plantea este escenario distorsionado en el mercado de bienes.
Hay que tener en cuenta que Trump no quiere que le regulen nada las tecnológicas sobre las cuales tienen casi un dominio predominante en el mundo, con un superávit comercial muy grande, dado que Estados Unidos ha tenido una especialización y unas ventajas increíbles para el desarrollo de esas empresas.
Por un lado trabas al comercio de bienes y por otro, que no me regulen el mundo digital. Esas dos cosas se están pasando al mismo tiempo. Y sobre esto se está hablando ahora en Ginebra, en el marco de la Joint Statement Initiative (JSI), ámbito donde se discute sobre el establecimiento de nuevas normas globales para el comercio electrónico. Uruguay está participando en estas instancias.
A EE.UU. le interesa mantener el statu quo y profundizarlo, a nivel digital, amenazando en el mercado de bienes y otorgando concesiones puntuales, a cambio que le siguen dejando hacerlo, imponiendo reglas en el otro.