Cuando Alan Greenspan[1] acuñó en 1996 la célebre expresión “irrational exuberance” para describir la euforia de los mercados, abrió un debate que hasta hoy sigue vigente. Años después, Robert Shiller[2] retomaría esa idea en su libro homónimo para explicar cómo los precios de los activos suelen inflarse más allá de lo sostenible, cuando el optimismo domina sobre los fundamentos.
En 2025, la situación presenta matices distintos. La exuberancia que se observa actualmente en los mercados de acciones globales no responde únicamente a expectativas desmedidas, sino que encuentra sustento en factores concretos: la política monetaria más laxa de la Reserva Federal, los sólidos resultados corporativos —en particular en el sector tecnológico— la resiliencia de las economías frente a shocks políticos y comerciales, y anuncios fiscales en EE.UU.
Aun así, la enseñanza de Greenspan y Shiller conserva toda su vigencia: incluso cuando la euforia parece justificada, los riesgos no desaparecen y permanecen latentes bajo la superficie. El año 2025 será recordado como uno de los más particulares de la historia reciente de los mercados financieros. Tras la fuerte volatilidad provocada por el denominado Liberation Day el pasado 2 de abril y por las medidas arancelarias implementadas por la administración Trump en su segundo mandato, los principales índices bursátiles globales no solo se recuperaron con fuerza, sino que alcanzaron nuevos máximos históricos en cuestión de semanas. La narrativa de los inversores pasó de la preocupación por una posible fragmentación comercial en todo el mundo, al optimismo por las bajas de impuestos y mejoras en la productividad y márgenes de ganancias en la era de la inteligencia artificial.
El contraste es evidente: mientras los analistas y expertos debaten sobre la sostenibilidad de este repunte, el mercado parece haber abrazado una especie de “exuberancia racional”, en la que los riesgos se reconocen, pero se relegan a un segundo plano frente al atractivo de los retornos previstos. Esta dinámica no es nueva. Ya en otras fases de la historia —desde el “irrational exuberance” que Alan Greenspan advirtió en 1996 hasta los booms tecnológicos de 1999 y la inminencia de suba de tasas en 2021— los inversores mostraron su capacidad de ignorar señales de alerta cuando el flujo de liquidez y la narrativa de crecimiento eran dominantes.
Factores detrás de la euforia
La primera explicación de este auge reside en la política monetaria estadounidense. La Reserva Federal, luego de un ciclo agresivo de subas iniciado en 2022 que bajó significativamente la inflación, comenzó en 2024 un proceso de reducción gradual de tasas. Hoy, a fines de septiembre de 2025, la tasa de referencia se ubica en el rango 4%-4,25%, bastante por debajo del pico del 5,5% registrado dos años atrás. Este relajamiento, que esperamos continúe para luego estabilizarse en 2026, ha devuelto atractivo relativo a las acciones frente a los bonos, estimulando flujos hacia los mercados de renta variable.
En segundo lugar, las grandes tecnológicas, que habían sufrido caídas significativas tras el Liberation Day, volvieron a sorprender con resultados sólidos. Las ganancias impulsadas por inteligencia artificial, servicios en la nube y una digitalización que no se detiene, devolvieron confianza a los inversores. El índice S&P 500 supera ya los 5.500 puntos, mientras que el Nasdaq coquetea con niveles que hace un año parecían inalcanzables. En Europa, pese a un crecimiento económico más débil, el EuroStoxx 50 se beneficia de la búsqueda de diversificación, y en Asia, China se destaca por un repunte excepcional luego de varios años en caída, de la mano de nuevos estímulos del gobierno e interés renovado en su mercado doméstico
Finalmente, el componente psicológico no debe subestimarse. Luego de meses de titulares negativos por disputas comerciales, el hecho de que los mercados no se hayan desplomado, sino que se recuperaran con fuerza, ha reforzado la sensación de que “si nada derriba a las bolsas, entonces es seguro seguir comprando”. Ese razonamiento circular es combustible clásico para fases de exuberancia.
Riesgos latentes
Sin embargo, bajo la superficie persisten riesgos significativos. El primero y más evidente es el geopolítico. Las tensiones comerciales entre Estados Unidos y China no se han resuelto, solo se han pospuesto. En paralelo, conflictos regionales en Medio Oriente y Europa del Este mantienen la amenaza de disrupciones energéticas y de cadenas de suministro, siendo el estrecho de Ormuz y su tránsito de petróleo el foco de atención principal
El segundo riesgo es el excesivo optimismo de los propios inversores. Las valoraciones de muchas compañías han vuelto a niveles que descuentan un crecimiento difícil de sostener. El múltiplo “precio a ganancias”[3] del S&P 500 se ubica nuevamente por encima de 22 veces, un ratio elevado frente a promedios históricos. La historia demuestra que cuando los precios se separan demasiado de los fundamentos, las correcciones no tardan en llegar.
Un tercer factor a monitorear es el mercado laboral estadounidense. Aunque la tasa de desempleo sigue en torno a 4%, empiezan a observarse señales de enfriamiento en la creación de empleo y en la tasa de participación. Una desaceleración más marcada podría golpear el consumo, que representa más de dos tercios del PIB norteamericano, y con ello afectar las utilidades empresariales que hoy sostienen la narrativa alcista.
Uruguay como plataforma de estabilidad
En medio de esta paradoja global, Uruguay ofrece una fortaleza diferencial para los inversores. El país se ha consolidado como un hub financiero regional, con un marco regulatorio claro, estabilidad institucional y acceso directo a activos financieros de todo el mundo a través de cuentas locales. En un contexto en el que la geopolítica y las disputas regulatorias generan incertidumbre, la posibilidad de canalizar inversiones desde Montevideo o Punta del Este hacia los principales mercados internacionales es un activo intangible de enorme valor.
Los inversores residentes y no residentes encuentran en Uruguay un punto de entrada seguro y eficiente, con reglas claras de protección de capital y con la confianza que otorga una calificación crediticia investment grade sólida y estable, la segunda mayor de América Latina. Este posicionamiento se ha visto reforzado en los últimos años, en los que los flujos regionales —particularmente desde Argentina y Brasil— han aumentado significativamente en busca de seguridad jurídica y previsibilidad fiscal.
Además, la infraestructura tecnológica del sistema bancario uruguayo permite que, desde una cuenta local, se acceda a acciones, bonos, fondos y productos estructurados de todo el mundo. En otras palabras, Uruguay combina la seguridad de un mercado pequeño y estable con la amplitud de acceso a la globalidad financiera.
Conclusión
El momento actual sintetiza la esencia de los mercados: una mezcla de racionalidad económica y de tensión sicológica. La “exuberancia racional” que domina hoy puede prolongarse mientras la Fed mantenga su sesgo expansivo y las ganancias de las empresas que cotizan públicamente sigan sorprendiendo al alza. Pero no debe perderse de vista que los riesgos están presentes y que el péndulo de la confianza puede girar rápidamente.
Para los inversores latinoamericanos, la clave es aprovechar este ciclo alcista sin perder la prudencia. Y en esa estrategia, Uruguay emerge como un socio confiable: un país que, pese a su tamaño, ofrece la posibilidad de diversificar globalmente desde una base local segura.
En un mundo donde las certezas escasean, esa fortaleza no es menor.
- El autor es Carlos Saccone, Head Wealth HSBC Uruguay
[1] Presidente de la Reserva Federal de EEUU 1987-2006
[2] Premio Nobel Economía año 2013
[3] El “Precio a ganancias” es el indicador más utilizado para comprender la valuación de una empresa, si está “cara”, “barata” o adecuadamente valuada.