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El Mercosur como problema, sin solución a la vista

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Foto: El País

OPINIÓN

El bloque regional cambiará su postura cuando Brasil lo determine. Y para eso poco podemos hacer, salvo encontrar la rendija vía negociación, que aún no aparece.

Una vez más, el Mercosur aparece como la piedra en el zapato de nuestra inserción internacional. Sus tres décadas de vida muestran resultados magros y, lo que es peor, el cercenamiento de la optimización de la política comercial externa de nuestro país. Mucho se ha debatido sobre el tema; muchos han sido los esfuerzos para flexibilizar un tratado que firmamos con el fervor alimentado por la esperanza de que se abría una alternativa para potenciar nuestro crecimiento.

Para entender por qué estamos ante esta situación, vayamos a lo que fue su punto de partida. En la década de los ´80 todavía imperaba el concepto de sustitución de importaciones como modelo de crecimiento. El tratado aspiraba llevarlo a escala regional, para levantar la crítica que impone la limitación del tamaño de los mercados domésticos. La creación de Alalc, luego devenida en Aladi, buscaba ese objetivo. El Mercosur pretendió profundizar la complementación entre Brasil y Argentina en la producción de alimentos y la extensión de cadenas industriales entre ambos países, lo cual suponía un arancel externo común, abatir aranceles entre sus socios, libre circulación de personas y algo muy importante pero olvidado, la vigencia de políticas macroeconómicas consistentes entre los socios para darle estabilidad a todo el sistema. En ese tratado entramos como socios plenos, sin negociar períodos de convergencia, para adaptarnos a una realidad nueva donde las naciones más pequeñas son las que reciben con más fuerza las nuevas reglas y sin mecanismos robustos para compensar las asimetrías resultantes. Y mucho menos, cláusulas de escape o flexibilización, por si las cosas no funcionaban como se esperaba.

Tampoco se tuvo en cuenta que nuestro modelo de crecimiento basado en las exportaciones requiere de un arancel externo bajo, antagónico al modelo histórico de crecimiento en Argentina y Brasil y que el Mercosur le juega en contra. Resultando entonces, que entramos en un tratado cargados de cierto romanticismo de pertenencia regional y enfoques teóricos equivocados, que nublan nuestra capacidad de ver más allá, lo que nos colocó en un encierro que mutila nuestro crecimiento.

Sin duda fue una decisión a contrapelo de nuestra historia. Nacimos como nación que fue gestando su independencia tanto política como económica interrelacionándose con todo el mundo como forma de prosperar entre dos colosos. Lo cual no implica renunciar a nuestro determinismo geográfico, sino aprovecharlo en todo su potencial. De lo contrario se arriesga convertirse en apéndice de vecinos más grandes, con vocación de economías cerradas y de cumplimiento laxo en el cumplimiento de los tratados comerciales.

El machacar constante pidiendo flexibilidad y autorización para asociarnos con otros países o esquemas de integración, hasta ahora no ha dado resultados. Y es muy difícil que ocurra, dadas las coordenadas políticas de nuestro socio mayor y en menor medida, de Argentina. Brasil es un socio estratégico muy importante para Argentina, y esto hace jugar esa carta en la relación bilateral con ese país. Itamaratí comanda en sintonía con el lobby industrial paulista, tal como se acaba de demostrar una vez más, al doblegar la postura aperturista del saliente Ministro Paulo Guedes. El Mercosur cambiará su postura cuando Brasil lo determine. Y para eso poco podemos hacer, salvo encontrar la rendija vía negociación, que aún no aparece. Aunque parezca absurdo, el desorden internacional alarga los tiempos y facilita buscar ventanas de oportunidad. Pues, en un cambio de época y reequilibrios, se abren rendijas que aún no vislumbramos.

En tanto, puede ser momento de profundizar en áreas del Mercosur postergadas que nunca estuvieron en agenda. Donde en principio no habría mayores resistencias para instrumentarlas.

La región tiene una oferta de energía variada e inexplotada. La integración energética de fuentes confiables y amigables aparece como un activo esencial para el crecimiento. También es una plataforma para exportar energía.

Los corredores carreteros entre países todavía son imperfectos. Las hidrovías y los puertos se han modernizado, pero todavía son inadecuadas o sus regulaciones operativas imperfectas. No es un camino fácil de instrumentar dados los antecedentes, pero es el comienzo. Es también una forma de compensar asimetrías entre socios, como lo hizo la Unión Europea. Aunque son obras que están fuera de las posibilidades de las Tesorerías. Pero son las que atraen inversores privados por sus características y altos retornos.

El Mercosur contiene universidades de destaque a nivel mundial. Su complementación académica, reválida de títulos y materias y trasiego de becarios está en una fase primaria. Facilitar su integración, además de mejorar la excelencia académica, es el vehículo de estrechar sociedades, derribar barreras y potenciar actividades comerciales.

Profundizar con estos enfoques, es comenzar a construir desde los cimientos como debió hacerse desde un comienzo. En cambio, comenzamos por la azotea, con metas ambiciosas, rumbo hacia una Unión Aduanera a la que nunca nos aproximamos.

Por eso también advertirnos de no recaer en errores frustrantes, como la propuesta actual de Argentina de crear una moneda común como forma de mejorar el intercambio comercial. Se intentó a finales de los ´90 y naufragó. En este caso implicaría crear una suerte de Banco Central supranacional que debería operar en un ámbito donde coexisten países con controles de capital y tipos de cambio múltiples, con otros que operan con tipos de cambio flexibles. Es la confirmación del agotamiento del esquema, su pérdida de rumbo y aversión al verdadero cambio. Ante esa realidad, debemos agudizar el ingenio y la negociación para encontrar una salida.

Pero no el portazo, porque nos aísla más y arriesgamos meternos en un escenario donde no hay aliados naturales ni tampoco despertamos mayor interés. Los costos de un paso apresurado en tal sentido en el largo plazo serían enormes.

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