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El incomprensible desdén por la microeconomía

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Foto: Pixabay

Opinión

La mayoría de los economistas de mi generación — entre los que me incluyo— y de las anteriores, al menos cuando cursábamos los estudios, veíamos a la macroeconomía como “el campo de acción”. 

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La microeconomía era algo “lindo y muy fácil”, pero “la verdad” estaba en la macro. Naturalmente que el error era mayúsculo. Ya habían comenzado a aparecer los primeros textos de macroeconomía con fundamentos micro, pero éstos, personalmente los comencé a estudiar una vez recibido. Hoy la ciencia ha avanzado y todos sabemos que el partido se juega en las dos canchas, que la macro sienta las bases de la estabilidad y esa es su principal función y la micro define la prosperidad o no de los países.

Es entonces en el terreno de la organización de los mercados donde se juega el verdadero partido. La discusión electoral suele tener como temas centrales los fiscales. Años atrás la competencia era sobre quien tenía la mejor idea para gastar más, luego las cosas fueron cambiando y desde 1999 se sumó el tema de los impuestos, pero el gasto público nunca queda fuera de la mesa. Aun hoy los candidatos plantean qué más hará el Estado en tal o cual área, y el acertijo es cuál será el próximo “sistema nacional de...”

Seguramente el Estado deba cambiar su foco de acción en ciertos temas, pero también debe pensar en cómo se puede hacer diferente, de manera más moderna y eficiente, muchas de las tareas que le corresponde y en retirarse o disminuir su presencia en otros.

Por supuesto que cualquier acción tiene costos y éstos se abonan con dinero que hay que recaudar, ergo, más impuestos para personas y empresas. En esta campaña se han sumado lateralmente algunas cuestiones muy importantes, pero tan difíciles de entender como las anteriores en sus aspectos técnicos por el común de las personas. La educación, apertura externa y seguridad interior están presentes y es bueno que suceda. Todos opinan (opinamos), pocos pueden de verdad evaluar la corrección de las propuestas.

Lo que permanece ausente de la agenda, al menos de la que se discute públicamente, es la imprescindible reforma microeconómica; cómo hacemos a los mercados más competitivos, cómo eliminamos regulaciones que se han superpuesto, normalmente impuestas por los grupos de interés especial (en muchos casos los propios funcionarios públicos), que han capturado el mercado; en una palabra, cómo liberamos a las fuerzas productivas de las limitaciones que restringen su potencial y le impiden crecer y desarrollarse. Los costos ocultos que esta carencia ocasiona no son fácilmente medibles, pero los sentimos sobre nuestros hombros todos los días.

Seguramente los más notorios son aquellos que sufrimos cuando debemos enfrentarnos a la necesidad, cada día más frecuente, de obtener un “papel” de alguna repartición pública para hacer algo en nuestras vidas. Esos costos que parecen pequeños se van agregando y terminan paralizando la economía. Más allá de la teoría, las evidencias a nivel mundial son muchísimas.

En un mundo donde la nota es el récord en la creación de empleo en medio de una revolución de robotización, en Uruguay el empleo continúa cayendo, más allá de las oscilaciones mensuales. En el trimestre finalizado en abril, la tasa de desempleo fue la misma que un año atrás, 8,6%, pero la tasa de empleo se contrajo 0,65% y la de actividad 0,8%. Es decir, el empleo total siguió cayendo y, el desempleo no es mayor, porque parte de quienes no tienen trabajo se desalentaron de buscarlo y salieron del mercado.

Seguramente buena parte de los “desalentados” sean mujeres, ya que el desempleo entre ellas es de 10,8% y, las mujeres suelen tener (al menos solían) un costo de oportunidad más alto que los hombres. A su vez, según las cifras oficiales, la distribución de los ocupados por sectores de actividad, nos muestra que la participación de los ocupados en el sector público está aumentando y, dada la magnitud del aumento, las estarían sugiriendo que el empleo en el sector público habría aumentado. Esta hipótesis se verificaría porque los pagos por remuneraciones de los incisos del presupuesto nacional más el BPS, aumentan 12,1% frente al año anterior cuando el aumento de sueldos fue 10,1%.

En Uruguay parece predominar la idea de que el contexto internacional es adverso, pero cuando miramos las cifras del mundo entero, lo que se observa es crecimiento firme, sostenido y a muy buenas tasas; es decir nosotros no somos la norma, sino la excepción, que compartimos con pocos países, entre ellos Argentina. En América del Sur, países que no crecen son Argentina, Uruguay y Venezuela. Tengamos claro que el mundo crea empleos como nunca y crece a buen ritmo ya sobre una base de desarrollo muy superior a dos décadas atrás.

El próximo gobierno debe tener una agenda pro crecimiento desde el día cero. Con un déficit fiscal de 5% del PIB no se puede ni pensar en aumentar el gasto, tampoco la obra pública, —que por otra parte sólo sirve si es necesaria y no como política en sí misma—, habrá que aflojarle la cincha al sector privado, y como no se pueden reducir los impuestos a las personas y empresas, al menos por dos o tres años, lo que resta por hacer es una acción decidida de reformas microeconómicas que quiten sobrepeso y posibiliten el desarrollo. Es la micro, siempre lo es, pero ahora más que nunca, la que nos hace progresar. La acción de las autoridades será clave en, además de esto, restablecer las condiciones de estabilidad de mediano plazo (sostenibilidad fiscal) y abrir mercados.

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