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Los desafíos para un nuevo gobierno

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Opinión

El camino hacia la partición del mundo comercial tanto en lo comercial como en lo político, queda patentizada con una serie de hechos recientes. 

La crisis política desatada en el seno del gabinete del Reino Unido por renuncia de dos ministros que tenían a su cargo instrumentar el Brexit, como protesta de la postura tibia de su primer Ministro al respecto, es un síntoma de que la secesión de la Unión Europea sigue viva.

Según los Brexiters, la creación de una zona de libre comercio junto a ciertos arreglos migratorios entre la isla y el continente es un cambio cosmético que diluye las facultades del parlamento británico y burla el mandato del referéndum. Por otro lado, el Presidente Trump dio una vuelta mas de tuerca en lo que ya es el prolegómeno de una guerra comercial con China, al aplicar otra ronda de tarifas a productos terminados a partir de setiembre próximo, por un monto estimado de U$S 200.000 millones. Como era de esperar, los afectados anunciaron represalias, cuyos efectos adversos serán de magnitud y donde no habrá ganadores. La historia enseña que el vigor del comercio global siempre fue, es y será el canalizador de bienestar global. Para completar el panorama, agregó anuncios cuestionando los aportes europeos en defensa por debajo de lo pactado (2% del PIB), principalmente Alemania, lo cual implica una carga desmedida para el contribuyente americano en la OTAN. En definitiva comenzaría a demolerse otros de los puntales del ordenamiento de la segunda posguerra, en aras de una visión de América primero y sola.

Sin duda, un escenario impensado y alejado del optimismo que embargaba al mundo hace apenas un quinquenio, a pesar de algunas áreas de fricción en el Medio Oriente.

América Latina logró engancharse a ese buen humor global a través de la expansión del comercio de comienzos de este siglo, acompañado de financiamiento cuantioso y de bajo costo por la enorme liquidez que derramaba la excepcional capacidad de China en expansión y las políticas monetarias laxas de los países desarrollados para resolver su crisis financiera.

Fue una modalidad de crecimiento genuina para quienes supieron aprovecharla, que llegó a sus límites. El mundo comercial que se avecina aparece surcado de grietas, donde el multilateralismo en retirada le viene dando lugar a formas de bilateralismo comercial en el que, por la fuerza de los hechos, impera la ley del más fuerte.

A su vez, la bonanza mundial que se apaga, aunque importante para catapultar el crecimiento, fue breve para instrumentar los cambios estructurales necesarios para consolidar tasas robustas de crecimiento. Basta observar la insuficiencia de la educación y la infraestructura básica para percibir lo que falta recorrer.

En realidad, la satisfacción de las deudas sociales privilegió al consumo frente a la inversión, con la esperanza de que la duración de la bonanza permitiría solventar la primera, para luego resolver la segunda. Ahora se constata que todos se quedaron a menos de medio camino, incluidos nosotros, visto el nivel y calidad de los indicadores sociales. Hay menos pobreza gracias al mayor consumo, pero también menos calidad ciudadana. El deterioro educativo y el de la convivencia social ponen en duda la fortaleza de los resultados logrados.

Pero lo más preocupante es que ambos son cimientos básicos sobre los cuales se asienta la capacidad de crecimiento de las sociedades. Objetivamente se gastó mucho, pero los resultados han sido magros dada la magnitud del esfuerzo. Por otro lado, esa expansión del gasto traducida en consumo se convirtió en uno de los puntales para sostener el crecimiento, el cual requiere aumentos permanentes del endeudamiento público, lo que es insostenible en el tiempo. Nuevamente retornamos a una modalidad de funcionamiento macroeconómico que debimos haber abandonado por los riesgos conocidos que implica, pero que nos atrapó una vez más.

Esa dinámica perversa se implantó más duramente en nuestros vecinos, dados los resultados que muestran diariamiente y que de una u otra manera afectan nuestro futuro.

La Rendición de Cuentas que se está discutiendo, es un ejemplo cabal de esa situación, al estar agotados todos los márgenes por el alto déficit fiscal y el endeudamiento publico creciente. Con el aditamiento, a mi entender, que en sus supuestos no están internalizados todos los efectos globales y regionales adversos que se pronostican.

Con este escenario, la instancia presupuestal lo máximo que puede pretender es evitar un deterioro mayor de la macroeconomía. Lo que ya es mucho, y que solo el paso del tiempo puede convalidar.

Pero el cambio de rumbo necesario ya quedó en manos del próximo gobierno. Desde ya aparecen dos tareas ineludibles. Primero, cómo hacer para reducir un déficit fiscal rebelde, fuente de inflación y endeudamiento creciente. Y como complemento, introducir reformas que potencien la calidad educativa, incentivar la inversión privada y mejorar las formas de inserción internacional. Todo ello en una globalidad que sin duda será menos amigable.

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