Publicidad

Cuando lo invisible es esencial

Compartir esta noticia
Foto: Pixabay

OPINIÓN

Interrogantes sobre el comportamiento humano.

“Definamos conciencia. ¿Creo que hice algo mal? Si lo pienso quizá sí, pero no lo pienso. Así que sí, tengo la conciencia tranquila.” Autor Anónimo.

Cuando escuché por primera vez esa frase no le presté demasiada atención. Con el tiempo, me percaté de sus implicaciones y me puse a pensar cuánto aún ignoramos de los determinantes del comportamiento humano, de las interacciones sociales y de la medida en la cual, acciones derivadas de valoraciones intrínsecamente individuales, pueden afectar resultados económicos.

Dado lo complejo del asunto quizá sea útil para ordenarlo comenzar por una caracterización usada habitualmente y diferenciar entre valores (preferencias), leyes (incentivos materiales e incentivos explícitos) y normas (sanciones o recompensas sociales). Aviso a lectoras y lectores: como en otras columnas que he escrito, en esta no van a encontrar respuestas, tan solo interrogantes y un acercamiento a algunas de las aproximaciones que, desde la disciplina económica, se ha dado a este tema.

La primera pregunta que me hice fue simple: ¿Cómo la interacción entre normas —de convivencia o de humanidad— y valores personales o sociales, puede tener “carácter de ley” para unas personas y al mismo tiempo ser sumamente maleable para otras? Esa pregunta puede parecer demasiado alejada de las cuestiones que usualmente ocupan la mente de un economista dedicado a la investigación, pero esa impresión es tan solo superficial.

A un cientista social, posiblemente pocos temas sociales o humanos le resulten indiferentes. Además, para un economista, cualquier comportamiento que se intente explicar es, en cierta medida, la variación de un mismo tema: como tomamos decisiones cuando estamos, en cierta medida, limitados en nuestro accionar y decidir por algo que deseamos, implica sacrificar algo que también nos apetece. El lenguaje técnico es menos romántico, pero más conciso: cómo tomamos decisiones sujetas a restricciones y cuando nuestras elecciones implican un trade off.

En este sentido, conocer los limitantes de lo que podemos hacer, sus orígenes y sus implicaciones, es de primer orden. Esto es, comprender las restricciones de nuestro comportamiento, entendidas en un sentido amplio, es una tarea esencial. Este es un buen momento para una importante digresión. Lo anterior explica por qué los economistas estudiamos temas tan alejados de lo que muchas personas consideran es economía como ser, por ejemplo, decisiones de fertilidad, discriminación, planes óptimos de vacunación bajo incertidumbre, elección de parejas, asignación del tiempo para educar a hijos, etc. Una vez que se entienden las implicaciones de que la economía es una disciplina con unos pocos principios fundamentales como punto de partida, pero con un arsenal de herramientas que se vuelcan a buscar entender, entre otras cosas, las consecuencias de que los seres humanos intenten, a través de sus comportamientos, incrementar su satisfacción, el espanto y asombro porque una profesión se embarque en temas tan variopinto, se desvanece.

Ahora bien, para lo que nos importa, un factor fundamental son las restricciones a las cuales nos enfrentamos día a día, a la hora de tomar decisiones. Esos límites, no están solamente relacionados con los recursos que disponemos: las leyes, las normas morales, los aspectos culturales —vagamente entendidos—, etc., en alguna medida también nos restringen. Por poner un ejemplo simple: si no existieran sanciones ni multas, ¿Le daríamos paso a un peatón en una cebra? Aunque la disciplina se enfoca mayormente en lo que podemos hacer; acá se trata de llamar la atención a la importancia de los límites de lo que estamos dispuestos a hacer.

El considerar estas limitantes, trae consigo al menos dos escollos no menores. Primero, aún cuando observemos las mismas normas y todos, de ignorarlas, obtengamos beneficios similares, podemos tener criterios muy diferentes a la hora de tomar decisiones. La ventaja personal de ignorar aspectos morales puede ser la misma entre dos individuos, aunque el costo (de reputación, credibilidad o culpa) difícilmente lo sea. Segundo, a diferencia de las limitaciones que enfrentan los individuos en sus presupuestos y en el tiempo del cual disponen para ocio o trabajo, las restricciones impuestas por normas de convivencia y aspectos culturales no son observables y por lo tanto, no son fácilmente medibles. ¿Cómo medir la satisfacción de cumplir normas de convivencia y la culpa por no hacerlo? ¿Cómo saber con certeza cuáles son esas normas? En otras palabras: ¿cómo cuantificar, en forma medianamente razonable, nuestros valores? Y, obviamente: ¿podremos hacerlo? Si bien la disciplina económica aún no ha respondido muchas de esas preguntas, han existido progresos a la hora entender posibles mecanismos mediante los cuales operan la culpa y la virtud. El hecho de considerar la importancia de la moralidad en el comportamiento no es nuevo dentro la disciplina y se remonta, al menos, a Adam Smith (1). Desde entonces, algo se ha escrito y avanzado sobre el tema.

A modo de ejemplo, en un interesante trabajo, Louis Kaplow and Steven Shavell presentan una teoría mediante la cual esas recompensas y sanciones impalpables pueden ser utilizadas para afectar comportamientos (2). Entre los principales resultados, esos autores muestran que la utilización de la virtud y la culpa no son sustitutos (específicamente, encuentran que la culpa es mejor utilizarla cuando la mayoría de las acciones que ocasionan daño pueden ser evitadas y que es más conveniente recurrir a la virtud cuando solamente pocas personas pueden ser persuadidas a actuar bien). Más recientemente, y dentro de una agenda de investigación que aún sigue dando frutos, Roland Benabou y Jean Tirole han brindado un marco para entender cómo, tanto decisiones personales y políticas públicas se pueden ver afectadas por valores sociales e individuales (3). A pesar de esos avances —o quizá gracias a ellos, ya que ahora sabemos con mas precisión lo que necesitamos y lo que aún nos falta entender — aún quedan vacíos importantes.

¿En qué medida ciertas estructuras y regulaciones existentes, obedecen a respuestas que hemos dado a la flexibilidad con la cual nos manejamos en determinadas dimensiones? Por ejemplo, ¿es posible que la tan vilipendiada necesidad de escribanos a la hora de cerrar contratos, sea menos el producto de un exitoso lobby y más la respuesta que encontramos a la considerable plasticidad con la que estamos dispuestos a respetar y cumplir normas, e incluso a ser consistentes con valores que compartimos? Mediante ineficiencias derivadas de regulaciones que requieren recursos para su monitoreo, ¿en qué medida diferencias en el respeto a normas cuyo cumplimiento o violación solo resultan en virtud y culpa, pueden explicar diferencias en resultados económicos entre países?

Por si el tema no fuera ya de por si complejo, nuestros valores y nuestras actitudes frente a las normas tampoco son constantes. Era invierno en South Bend y, después de demasiadas idas y vueltas al supermercado en bicicleta durante el duro frio que caracteriza al último trimestre del año en Indiana, finalmente tenía un automóvil para desplazarme. Estaba esperando que cambiara la luz del semáforo. Con la impaciencia de alguien acostumbrado a manejar en Montevideo, apenas vi indicios de luz verde, toqué la bocina e, inmediatamente, percibo que estoy siendo observado. Nunca me imaginé lo mal que me iba a sentir al ver la mirada de reproche de la señora que conducía el auto que se encontraba al lado del mío. La vergüenza que sentí, no fue solamente por lo que hice; fue en gran medida por nunca haberme puesto a pensar, como un observador objetivo, lo detestable de mi accionar y como éste podía afectar a los demás. No recuerdo haber utilizado nuevamente la bocina en situaciones similares. Hasta que me fui a vivir a Los Ángeles.

Quizá todos podríamos ser los autores de la frase al comienzo; pero claro, no todo son bocinazos

(1) Smith, Adam. “The Theory of Moral Sentiments,” 1759.
(2) Kaplow K, Shavell S. “Moral Rules, the Moral Sentiments, and Behavior: Toward a Theory of an Optimal Moral System,” Journal of Political Economy, Vol. 115 (3), Pages 494-514, June 2007.
(3) Benabou R, Tirole J. "Laws and Norms," NBER WP 17579, November 2011.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad