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Cada vez más uruguayos eligen volar

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Punta del Este es uno de los lugares donde más se practica. Foto: Ricardo Figueredo

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Aunque la geografía no ayuda, el parapente gana cada vez más adeptos en el país.

VEA LA FOTOGALERÍA. Foto: Ricardo Figueredo
El primer paso es aprender la técnica de inflado de la tela. Foto: A. Colmegna
En las clases se busca dominar el ala hasta que tome la altura necesaria. Foto: A. Colmegna
El parapentista busca el equilibrio de la tela para que se mantenga en el aire. Foto: A. Colmegna
Luego de la técnica de inflado, el alumno junto con el instructor, saltan para sentir el peso del ala. Foto: A. Colmegna
Vuelo en parapente en Punta del Este. Foto: Ricardo Figueredo
Un paramotor volando sobre las costas de Maldonado. Foto: Ricardo Figueredo

Camuflarse entre las nubes y jugar a ser un pájaro. Sentir que el cuerpo se conecta con la naturaleza mientras se gana la confianza del viento para aprovechar su dirección. Llevar los pensamientos lo más alto posible y dejar la rutina a varios metros de la mente. Quedarse suspendido en al aire rodeado por la calma del silencio. Volar, esa es la pasión de Walter Rodríguez (47) y su instrumento para lograrlo es el parapente. Pero para poder alcanzar esas sensaciones se necesitan años de experiencia.

Walter nació en Argentina, en la provincia de La Pampa y hace más de 20 años que dedica su vida a volar en parapente. Es instructor y piloto en ese deporte y cinco años atrás aterrizó con sus conocimientos en Montevideo donde abrió su tercera escuela; actualmente tiene tres alumnos. El lugar que eligió para enseñar es el Faro de Punta Carretas. Ese vértice, que tiene como vecino al Río de la Plata de un lado y a un colchón de edificios del otro, le pareció el punto perfecto para que los estudiantes vayan familiarizándose con el parapente y la técnica de inflado.

Conocerlo.

En su mochila lleva una tela plegada, la saca y la pone en el suelo. La desenrolla como si fuera un sobre de dormir y la despliega por el pasto. Mide unos siete metros de largo y tiene una cantidad enorme de cuerdas. "Acá lo primero que aprendemos es a inflar el parapente", dice mientras se ata las cuerdas a las bandas del arnés que lleva puesto. Luego de estar bien sujetado, se coloca de frente al parapente, de espaldas al río y comienza a tirar de las bandas como si estuviera moviendo un títere. Enseguida la tela empieza a tomar altura hasta quedar varios metros arriba de su cabeza. "La idea es que no se caiga", explica Walter y maniobra con sus brazos caminando en todas las direcciones y jugando con el equilibrio de la tela que en el aire tiene forma de ala.

"Así son las primeras clases, acá no se puede volar porque no hay altura", comenta. Al inicio las lecciones son desde el suelo, con los pies en la tierra y la tela en el cielo. La idea es sentir el peso de ese semicírculo de 30 metros cuadrados e ir llenándolo con aire en sus extremidades para que se mantenga arriba. Es como remontar una cometa gigante hasta poder dominarla.

Aunque en apariencia parece un paracaídas, en realidad el parapente es una aeronave. Para volar se necesita subir a una montaña y saltar. Una vez en el aire el viento funciona como el motor que mueve la estructura y las bandas del arnés como el volante que la direcciona.

Este deporte, que surgió a fines del siglo XX en países montañosos, se viene expandiendo a nivel mundial y Uruguay no es la excepción, pese a no tener una geografía adecuada para practicarlo. Walter explica que en los lugares llanos, como Montevideo, se tiene que atar un cable al arnés del parapente y luego ser remolcado por un auto hasta llegar a una altura similar a la de una montaña. Una vez que se llega a la altitud adecuada se suelta el cable y el parapentista empieza a volar.

"No es solo tirarte y hacer un planeo, implica desarrollar y aprender el arte de fluir en el aire", señala Walter. Esa sensación la descubrió mientras estudiaba paracaidismo. Cuando se anotó al curso el avión que necesitaban para llegar alto y saltar al vacío con el paracaídas se dañó y solo tuvo clases teóricas. Ahí vio que otro grupo, cerca de él, se divertía desde el suelo con una tela similar a la del paracaídas. En ese momento empezó a averiguar sobre el deporte y entendió la diferencia entre el parapente y el paracaídas. "Me rompió la cabeza. Automáticamente, dije yo lo que quiero es volar, no quiero saltar, hay una diferencia alevosa", dice.

Entender cómo se mueve el aire y entregarse al viento es una sensación difícil de explicar. Para el piloto "lo más cercano a vivir una experiencia de esas es hacer un vuelo biplaza con un instructor, que está de moda y es muy seguro".

Volar de a dos.

Hacer vuelos biplaza o vuelos tándem es la manera que encontró Ramón Sierra (45), nacido en Montevideo, para pasar grandes horas de su vida volando. Al igual que Walter, hace 20 años que hizo del deporte su propio estilo de vida. Estudiaba para ser analista programador, pero decidió sacar de su mochila la computadora y poner el parapente.

Conoció el tándem en Florianópolis. "Vi que se salía de a dos y quedé fascinado", dice. Este tipo de vuelo es una modalidad en la que un piloto experimentado lleva a un pasajero. "Quería pasar volando y llevar a las personas", afirma.

Además de aprovechar los soplidos del viento y planear entre las nubes, a Ramón le apasiona sentir el grito eufórico de alegría cuando un pasajero descubre la sensación de libertad de estar en el aire. Mientras que él maneja las cuerdas de esa marioneta de tela, los acompañantes van en una silla anclada al arnés del piloto disfrutando del vuelo. "Sabés que siempre estás dando una alegría, es satisfactorio y único", dice el parapentista, que al igual que Walter también dicta cursos para enseñar a volar.

Punta Ballena, esa península esteña con algo de altura y una vista impactante, es para Ramón el lugar perfecto para llevar pasajeros o enseñar a sus alumnos. Según dice, "es el lugar más didáctico para aprender".

Una vez que el alumno se familiariza con el parapente en el suelo, se realizan los primeros vuelos que son guiados por radio por el instructor. "Subimos a las grutas, es un vuelo derecho y hacia abajo". Cuando está más avanzado y sabe aterrizar, Ramón lo lleva cerca de Casapueblo.

Turismo en parapente.

Guardar el parapente en la mochila, agarrar un sobre de dormir e ir tras la huella de cada montaña interesante que haya en la tierra. Descubrirla, conocerla, subir hasta su cima y después largarse al vacío para fusionarse con el parapente y volar. Luego de estar un rato en el aire aterrizar en el lugar más hostil de la montaña y dormir. Al otro día caminar hacia otra montaña volar y repetir los pasos. Esa es la manera que los amantes del vuelo tienen para ir aprendiendo, haciendo lo que les apasiona y a su vez conociendo diferentes lugares del mundo.

A este estilo de vuelo en parapente, que consta de recorrer largas distancias caminando y volando se lo conoce como "vuelo Vivac" y se está convirtiendo en tendencia mundial entre los parapentistas. La "Red Bull X-Alps" es una carrera en la que se recorren 1.800 kilómetros en Los Alpes sin usar ningún medio mecánico para moverse. La competencia parte desde Austria y termina en Mónaco.

Walter recorrió en parapente casi todo Argentina, varios lugares de Sudamérica y algunos países de Europa. "Es un buen modo de hacer turismo, desde que aprendí a volar, mis vacaciones cambiaron y ya nunca más quise ir a una playa".

Ramón conoció Francia, Suiza, Argentina, Chile y Brasil. En el país norteño vivió cuatro años en los cuales se dedicó a aprender y conocer nuevos lugares para volar. Pero más allá de volar sobre montañas cubiertas de nieve o sobre la costa llana más impresionante del mundo, cada vez que terminan un viaje, Ramón y Walter, doblan su parapente, lo guardan en la mochila y se van a dormir sintiéndose plenos. Sabiendo que, por un rato, fueron tan libres como un pájaro.

Un país con poca altura.

Cuando Ramón empezó a volar en parapente en Uruguay solo había dos pilotos. Si bien el deporte ha crecido en los últimos años hay factores que dificultan su expansión. Al ser Uruguay una penillanura, hay pocos espacios en donde se puede practicar. Además, en los lugares que hay algo de altura se carece de ciudades en su entorno y el deporte no puede ser visto y generarse un efecto contagio. En Punta Ballena, en Montevideo y Canelones se ven cada vez más parapentes con motor y, aunque no son lo mismo, ayudan a despertar el interés.

Tecnología para orientarse.

Cuando un parapentista está a cientos de metros de altura pierde la referencia de si está subiendo, bajando o se mantiene estático en el aire. "No tenés absolutamente nada alrededor que te lo indique", dice Walter. Para solucionar este problema se desarrolló un dispositivo electrónico llamado variómetro que posee GPS y sensor de la presión atmosférica y brindar información sobre si el parapente asciende o desciende. Además le permite saber la ubicación exacta del parapente, a qué velocidad está viajando y cuanto tiempo duró el vuelo.

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