Un viaje a Copenhague, la capital europea del buen vivir que lidera rankings de felicidad

La ciudad danesa, que desarma con su belleza, se encuentra fuera del clásico circuito europeo. Con grandes espacios verdes, más bicicletas que personas y el foco puesto en la sostenibilidad ofrece un vistazo al futuro.

Copenhague
Arquitectura típica de Copenhague. Foto: Alejandra Pintos.

Para ser mi segunda visita a Europa -la primera fue a la clásica trifecta de España, Francia e Inglaterra-, incluir Dinamarca en el itinerario fue una decisión un tanto curiosa. A los uruguayos y a los escandinavos no nos une prácticamente nada. Ni la historia, ni la cultura o el idioma. Y, sin embargo, estoy dispuesta a viajar de Montevideo a San Pablo, de allí a Amsterdam y hasta llegar a Dinamarca. Tengo la certeza de que se trata de la mejor ciudad del mundo.

Después de 15 horas a más de 10.000 metros de altura, Copenhague me recibe con un viento helado, aunque ya está entrada la primavera. Son las siete de la tarde; creía que iba a llegar al alojamiento de noche y aún quedan tres horas de luz.

Los vagones del metro están casi vacíos, salvo por los que venimos del aeropuerto. También son pocos los asientos ocupados en el viaje en ómnibus al apartamento en Nørrebro. Y basta con mirar por la ventana para entender por qué: las bicisendas están llenas de gente pedaleando. Llueva o truene, solos o con niños, cargados o con poco equipaje. En Copenhague hay más bicicletas que personas: 750.000 y 600.000, respectivamente. Los autos apenas llegan a los 250.000.

En Copenhague hay más bicicletas que personas: 750.000 y 600.000, respectivamente. Los autos apenas llegan a los 250.000.
Gasoline Grill
Gasoline Grill, una estación de servicio transformada en restaurante.

La capital está atravesada por tres grandes canales y otros más pequeños, alrededor de los cuales la ciudad se expande en una forma más o menos circular. Como tantas polis medievales, la actual capital danesa surgió como un pueblo de pescadores en el siglo X y desde el mar conquistaron el mundo.

Excelencia danesa

Hoy las iglesias medievales -como Roskilde, de 1170- conviven con coloridas casas del siglo XVII, edificios modernos del siglo XX y estructuras contemporáneas construidas con la última tecnología. Este pastiche de estilos arquitectónicos logra ensamblarse sin fricción. La estética no se opone a la funcionalidad, sino que se entienden como parte de un todo.

También lo puedo ver en los atuendos de los daneses, cómodos para moverse en bicicleta, pero elegantes al mismo tiempo (la gabardina es el uniforme no oficial de la temporada). Es que Copenhague ha logrado hacerse un lugar entre las capitales europeas de la moda.

El podio lo ocupan las ciudades de París, Milán y Londres, pero con la sostenibilidad como bandera, la Copenhagen Fashion Week reúne a las marcas más innovadoras de la industria como Marimekko, Ganni, Stine Goya, Saks Potts y (di)vision y plantea una nueva forma de hacer moda.

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Gabardina, el uniforme no oficial de las danesas.

Al mirar los rankings de ciudades más verdes,con la población más feliz, con mejor sueldo per cápita o con el mejor planeamiento urbano, Copenhague suele estar entre los primeros cinco puestos. Y es que, tras décadas de estabilidad política y social, los daneses se han dedicado a alcanzar la mejor calidad de vida posible -tal vez eso explica la amabilidad con la que te reciben en cada tienda, café o museo-.

No se podía esperar otra cosa de los inventores de la filosofía hygge, que se define como un “estado de ánimo acogedor, íntimo, de agradable convivencia, con sentimientos de bienestar y satisfacción”. La palabra ganó popularidad hace unos cinco años y se extendió por el mundo.

Esa búsqueda de los daneses por el buen vivir se traduce en una ciudad a escala humana, que puede recorrerse a pie o en transporte público, parques limpios y accesibles y una amplia e innovadora oferta gastronómica. Mientras salto en una de las camas elásticas que caracterizan a los parques de la ciudad empiezo a entender su atractivo.

En las calles de Copenhague abundan las pastelerías, cafés de especialidad y sofisticados restaurantes como el famoso Noma, del chef René Redzepi (que a principios de año anunció que cerraría en 2024). Con tres estrellas Michelin es considerado uno de los mejores del mundo y se le atribuye, en parte, el furor por los hongos.

Otra tendencia que nació en el país escandinavo es el furor por la cerveza artesanal, que si bien es tradición en esa región, se reinventó en las últimas décadas gracias a las pequeñas fábricas, como Mikkeller. En 2006 sus fundadores se propusieron desafiar a sus amigos con “sabores nuevos e intensos” y es líder en la industria.

Una de sus ubicaciones más atractivas se encuentra en Refshaleøen, una isla artificial que supo albergar astilleros y ahora es uno de los barrios más vibrantes de Copenhague.

Christiania, el barrio hippie

La Ciudad Libre de Christiania se encuentra en plena capital danesa, pero se considera a sí mismo como autogobernado. No se pagan impuestos, no se puede estacionar autos y tiene una calle, conocida como “Pusher Street”, donde se venden marihuana y hachís (a pesar de estar prohibidos en el resto del país). De hecho, a la entrada hay un cartel que reza: “Usted está saliendo de la Unión Europea”.

En este barrio viven unas 1.000 personas, aunque se ha convertido en una de las principales atracciones turísticas de la ciudad. Christiana fue fundada en 1971, cuando Copenhague atravesaba una crisis habitacional. Un grupo de personas, en busca de vivienda y de una comunidad, decidieron ocupar el territorio que solía pertenecer al ejército y estaba abandonado.

Christiania, Copenhague
Christiania, Copenhague. Foto: Alejandra Pintos.

Y en un paseo por esa zona se puede resumir el ethos de la ciudad.

Me tomo el metro para ir a recorrer Christiania, una comunidad autónoma dentro de la capital (ver recuadro). Alquilo una bicicleta y pedaleo hasta el museo Copenhagen Contemporary, donde hay una muestra sobre la importancia del reciclaje en la moda y una muestra inmersiva del estadounidense James Turrell.

Al mediodía camino unos metros hasta la feria gastronómica de la zona, donde hay para elegir desde samosas afganas hasta empanadas argentinas. El menú es para llevar, porque al lado está Mikkeller, en una de sus sucursales más pintorescas: una fábrica transformada en cervecería.

Desde la mesa se puede ver el centro de la ciudad, canal de por medio, que un sábado soleado reúne a cientos de personas que decidieron salir a navegar en botes y lanchas.

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