La luz entra a través de los vitralesde la Tercera Iglesia de Cristo, Científico y enciende una escena única en el país: figuras bíblicas que parecen moverse, profundas y llenas de matices, imposibles de hallar en otros templos uruguayos. Son obra de la histórica casa Zettler de Múnich y, como recuerda el arquitecto Francisco Collet, constituyen “los únicos de su tipo que sobreviven en Uruguay”. Hoy, casi cien años después de que fueran colocados, esa obra de arte corre peligro.
Desde la esquina de Guayabos y la peatonal Emilio Frugoni, este templo se muestra como un pequeño milagro urbano. Su estilo gótico plateresco, con torres que parecen salidas de un pueblo inglés, atrae la mirada de los transeúntes: unos se detienen, otros levantan el celular para la foto, todos sienten la pregunta silenciosa de Collet: “El que pasa por allí no se olvida de este edificio y se pregunta qué será”.
Esa esquina, explica el arquitecto especializado en restauración patrimonial, tiene además un valor singular: se ubica en la parte más alta de la calle, sin edificios que obstruyan la vista y frente a instituciones históricas como la Biblioteca Nacional, el IAVA y la Universidad de la República. “Esa esquina llena el corazón del montevideano”, resume.
La impresión que causa desde afuera se amplifica en el interior. “Lo más urgente es restaurar los vitrales”, advierte Juan José González, presidente de la Asociación Civil que custodia el templo, declarado Monumento Histórico Nacional. Hoy, casi un siglo después, los vitrales que parecen iluminarse desde dentro comienzan a abombarse, víctimas del paso del tiempo y de intervenciones desafortunadas. “Este templo es de todos, no solo nuestro. Conservar estos vitrales debería ser una causa nacional”, insiste González.
Un edificio inglés en el Centro.
El edificio fue proyectado por el arquitecto Francisco Lasala -también autor del Cine Teatro Metro- para la congregación metodista de habla inglesa. La piedra fundamental se colocó el 5 de abril de 1925, cuya inscripción en la placa rezaba: “This corner stone was laid on April 5th, 1925 by Bishop W.F. Oldham”. El templo fue inaugurado dos años después y sorprendió con una particularidad inusual en Uruguay: su auditorio principal fue concebido en planta alta, a la que se accede por una escalera de mármol.
La historia del edificio guarda también símbolos y cicatrices. Esa piedra fue retirada por los metodistas, sus primeros dueños que lo habían inaugurado como Emmanuel Methodist Episcopal Church, dejando un mosaico incompleto en el acceso principal. Estaba especificado en el compromiso de compraventa, al igual que los vitrales (los bancos de madera originales, por su parte, pudieron quedarse). No obstante, solo una parte de los vitrales fue trasladada por esa congregación a su iglesia del barrio Carrasco, por lo que debió ser reemplazada por vidrios blancos pintados. Pero los más imponentes, que miran hacia la Biblioteca Nacional, la Udelar y la propia calle Guayabos, quedaron en su lugar. En este punto, Collet visualiza un grave error que, muchas veces, cometen los propietarios de inmuebles patrimoniales. Aconseja: “No retiren los vitrales. Si van a vender las propiedades, por favor, no le saquen los ojos a la casa. Todos los vitrales son parte del alma del edificio”. Si se hace, afirma, la estructura se daña irreversiblemente o el edificio pierde su carácter original.
La elección del sitio no fue casual. Fue en la década de 1970 cuando la Tercera Iglesia de Cristo, Científico lo convirtió en su sede definitiva. González recuerda aquel momento: “Surgió la oportunidad de comprar la iglesia y se habló con la central en Boston (donde está la llamada Iglesia Madre). Ellos vieron la ubicación y entendieron que acá estaba el pensamiento de la ciudad. Este era el lugar ideal”.
La decisión fue inmediata. Aunque no contaban con el dinero, la Iglesia Madre prestó los fondos y la congregación local -entonces tan numerosa que llegó a tener siete iglesias y hoy solo tiene cuatro en Montevideo y otra en Ciudad de la Costa- pudo devolverlos en muy poco tiempo. González evoca la visita de un delegado argentino enviado desde Boston: “Se paró en la puerta, miró el edificio, miró alrededor y dijo: ‘Acá tenemos que estar’. Con solo eso, ya autorizó la compra”.
Hoy, ese mismo templo enfrenta un futuro incierto. La humedad, los arreglos pendientes en la azotea y, sobre todo, la fragilidad de los vitrales exigen una intervención urgente.
Vitrales tridimensionales.
Observar los vitrales de la Tercera Iglesia de Cristo, Científico no es solo un acto de contemplación estética: es también descubrir un nivel de detalle sorprendente. Cada paño, obra de la histórica casa Zettler de Múnich, combina precisión técnica y sensibilidad artística, al punto de generar un efecto de tercera dimensión.
“Lo que hace especial a estos vitrales es la técnica que aplicó la fábrica Zettler”, explica Walter Salvatico, miembro de la Iglesia. “El procedimiento de cocción, con diferentes temperaturas en el horno, permite lograr profundidades y matices dentro de un mismo color”, agrega. No es lo mismo un azul plano que un azul que contiene claros y oscuros. El resultado es que, cuando la luz solar atraviesa el vidrio, ciertas áreas se encienden como si hubieran sido pensadas para hablarle directamente al observador: un halo que resplandece, un librito que parece flotar entre las manos de una figura bíblica sobre la Bienaventuranza de los misericordiosos, un detalle mínimo que, de repente, se vuelve protagonista. “Hay un mensaje atrás de eso”, advierte en diálogo con Domingo.
Collet también destaca esa cualidad: “No son como los vitrales medievales planos. Estos tienen perspectiva. Tienen una vida especial. Los halos (de las figuras), por ejemplo, no son ni blancos ni amarillos como en tantos vitrales europeos, sino de una tonalidad única. Es maravilloso detenerse y contemplarlo de cerca. En los colores, en las combinaciones, en la perspectiva, es una obra de arte”.
En 2012 se realizaron trabajos de restauración en los vitrales de origen alemán: consolidación de paneles, limpieza de sectores dañados por nidos de aves y ajuste de las protecciones exteriores de policarbonato. Sin embargo, no todos los vitrales que hoy rodean al púlpito son parte de la obra original de Zettler. Tres grandes ventanales fueron sustituidos por piezas de vidrio pintado, obra del artista uruguayo Walter Di Brana en la década de 1980.
La diferencia no es menor: esos nuevos vitrales, pintados a mano para imitar la técnica tradicional, responden más directamente a la identidad de la Tercera Iglesia de Cristo, Científico. “Nuestros pastores son dos libros -la Biblia y Ciencia y Salud, que explica la Biblia-, y eso está reflejado en el motivo que se pintó en esas ventanas. Representa mejor nuestras creencias”, explica González.
El resto de los vitrales, admite, hablan más del universo metodista que de la doctrina cristiana-científica. Pero la cercanía entre ambas confesiones ayuda a tender puentes. “Somos como primos hermanos. Muchos de los que están acá se casan en la iglesia metodista, porque nosotros no tenemos servicio de matrimonio religioso. Y aunque esas imágenes responden más a la fe metodista, siguen siendo hermosas. Hay que ver la parte de belleza de los vitrales y el valor que tienen”.
El que está más delicado es el que representa pasajes de la vida de Jesús y se orienta hacia la Biblioteca Nacional. Allí, el plomo que sostiene las piezas comenzó a deformarse por el calor generado por el policarbonato. Collet advierte que si la estructura de hierro continúa oxidándose, los vidrios pueden abombarse hasta quebrarse: “Si se cae y se rompe, es irrecuperable. Esa técnica de fundir colores en el vidrio no se ha visto en otro lugar de Uruguay. Podés sustituir con vidrio pintado, pero nunca será lo mismo”.
Los vitrales representan escenas bíblicas acompañadas por citas de la versión King James de la Biblia, escritas en inglés, que ayudan al observador a descifrar el mensaje. Los paños que dan hacia la calle Guayabos retratan pasajes del Antiguo Testamento, mientras que los que miran a la peatonal narran las Bienaventuranzas, esas enseñanzas de Jesús que proclaman bienaventurados a quienes serán recompensados en el Reino de Dios.
Más allá del contenido religioso, Collet propone contemplar la obra como parte del patrimonio cultural de la ciudad. “Es un lugar desconocido para muchos, pero merece recorrerse como si fuera un museo. Estar en contacto con estas grandes obras de arte llega al espíritu. La ubicación, siempre presente en el subconsciente de quienes pasan, nos recuerda que cuando llenamos la ciudad de edificios sin creatividad vamos perdiendo el buen gusto por la armonía y el color. Aquí, en cambio, tenemos una obra única, muy lograda, que nos conecta con nuestra historia cultural”, dice a Domingo.
Se necesita más que oraciones.
A pesar de su valor histórico y artístico, la congregación actual enfrenta serias limitaciones para mantener el edificio. Como explica González: “No tenemos con qué encarar económicamente todo el costo que implica el mantenimiento o la restauración. Estamos haciendo reparaciones muy mínimas y puntuales, que es lo que podemos”. Desde la pandemia hasta la actualidad, se ha destinado mucho dinero a medidas de seguridad -como un cerco eléctrico- e infraestructura para la transmisión de los servicios por streaming. La congregación es pequeña y, en su mayoría, de edad avanzada; la central de la iglesia en Boston tampoco puede destinar fondos por ahora, y aún no se ha explorado la posibilidad de apoyo estatal.
Collet detalla los problemas estructurales que afectan al edificio: “El edificio tiene las típicas carencias: las pilastras góticas se están corroyendo, hay desprendimientos de ladrillo, la cubierta original fue impermeabilizada tapando la teja de piedra, los torreones tienen patologías y los remates están deteriorados”. Según Collet, estas intervenciones afectan tanto la estética como la preservación del patrimonio: “Se trata de expresiones artísticas de calidad que no se deberían perder y que merecen ser conocidas. La torre, la lógica del estilo, los detalles… todo forma parte de la obra”.
González subraya la urgencia de la intervención: “Estamos haciendo nuestras oraciones, pero hay que hacer otra cosa”. La restauración integral requiere fondos que exceden los recursos de los feligreses actuales, por lo que se vuelve imprescindible un apoyo externo que asegure la conservación de este monumento histórico nacional y de sus vitrales únicos.
La urgencia es clara: sin cuidados y recursos, la riqueza y el color de los vitrales podrían apagarse para siempre, y con ellos una de las piezas artísticas más singulares de la ciudad. Restaurar este templo no es solo un acto de fe; para Collet, González y Salvatico es defender la historia, el arte y la identidad de Montevideo, un patrimonio que merece continuar inspirando a todos.
Cuando la luz del mediodía atraviesa los vitrales de la Tercera Iglesia de Cristo, Científico, en pleno corazón de Montevideo, no solo se enciende un caleidoscopio de colores en su interior. También se revela una historia que viaja desde el romanticismo europeo del siglo XIX hasta el presente, uniendo a la capital uruguaya con una de las casas más prestigiosas del arte vidriero alemán.
El arte de los vitrales había resurgido en Europa con el Renacimiento gótico. En 1827, el rey Ludwig I de Baviera fundó en Múnich un instituto de pintura sobre vidrio que encendió la chispa de un oficio medieval casi olvidado. Décadas después, José Gabriel Mayer profundizó esa tradición con su Instituto de Obras de Arte Cristiano, y fue su yerno, Franz Xavier Zettler, quien llevó la disciplina a nuevas alturas.
En 1870, Zettler fundó su propia compañía y pronto alcanzó reconocimiento internacional: en la Exposición de Viena de 1873, sus vitrales fueron premiados, y en 1882 recibió el título de “Instituto Real de Arte de Vitrales de Baviera” de manos del rey Luis II. El estilo que consolidó junto a Mayer pasaría a conocerse como “escuela de Múnich”: escenas religiosas pintadas sobre grandes placas de vidrio, sometidas al fuego hasta fundirse con el cristal. A diferencia del método medieval, que obligaba a fragmentar los colores en piezas unidas por plomo, esta técnica permitía composiciones más fluidas, de intenso detallismo y con una profundidad inédita gracias al uso de la perspectiva de tres puntos.
Zettler se convirtió así en el gran maestro del vitral moderno. Sus escenas, cargadas de dramatismo romántico y exuberancia barroca, se multiplicaron por Europa, América, Oceanía y Canadá. La empresa no solo brilló en la creación, sino también en la innovación tecnológica y en el manejo refinado de la iconografía cristiana.
En 1939, la firma Zettler se fusionó con su histórica competidora, Mayer & Co., que continúa activa hasta hoy en la restauración de iglesias, sinagogas, mezquitas y también en proyectos modernos como aeropuertos y centros comerciales.
Ese legado artístico, nacido en los talleres bávaros del siglo XIX, llegó hasta Montevideo y se plasmó en los vitrales de la Tercera Iglesia de Cristo, Científico, declarada Monumento Histórico Nacional.
El arquitecto Francisco Collet, que tuvo la oportunidad de observar de cerca las piezas, recuerda la impresión que le dejaron: “Los vitrales en sí son maravillosos, son maravillosos de contemplar, porque no son como esos vitrales medievales planos, sino que tienen perspectiva. Personalmente hay uno que me llamó mucho la atención, el que da a la fachada norte, que tiene mucha luz, y donde un halo de Jesús destaca… Tiene una vida especial. En los colores, en las combinaciones, en las perspectivas: es todo una obra de arte”.
Cada vidrio pintado que filtra la luz en ese templo guarda la impronta de un linaje que transformó el oficio medieval en un arte universal, y que hoy, en Montevideo, sigue invitando a detenerse y contemplar.