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Un escritor desde las raíces

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Antes de ser bestseller había escrito varias obras que las editoriales rechazaron.

Con 31 años, fama internacional y pinta de actor de cine, el suizo Jöel Dicker apuesta a dedicarse a la literatura, sin prisas pero con muchas glorias.

Antes de publicar la novela que lo hizo mundialmente famoso, Jöel Dicker ya era escritor. O al menos así se sentía él. En los cajones de su escritorio guardaba al menos tres manuscritos que habían circulado por varias casas editoriales sin éxito. Dice que fue cuando hizo a un lado la presión y escribió sin pensar en el editor ni en el lector, que surgió la magia. Así nació La verdad sobre el caso Harry Quebert, una historia de crimen y literatura ambientada en Estados Unidos pero escrita originalmente en francés, que se publicó en 2012, vendió más de tres millones de ejemplares y ya fue traducida a 38 idiomas.

Siendo ya bestseller, el joven suizo logró editar Los últimos días de nuestros padres (2014), basada en la desconocida historia de una unidad de inteligencia británica encargada de entrenar a la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial. Escrita en 2010, la novela había ganado el Premio de los Escritores Ginebrinos ese año, pero Dicker no había logrado que la publicaran. Y en 2015 volvió con un nuevo trabajo, El libro de los Baltimore, editado en Uruguay este año por Alfaguara, donde retoma al personaje con el que conoció la fama, Marcus Goldman, pero inserto en una trama que bucea en la amistad y la familia.

Hoy, con 31 años, pinta de actor de cine y fama internacional, Dicker es una estrella que excede el mundo literario. Fuera del papel, en 2015 protagonizó una campaña publicitaria para dos nuevos modelos de Citröen. Con un miniguión de su autoría, fue la manera de echar por tierra la idea de que los escritores viven rodeados de papeles y libros, y demostrar que pueden tener glamour. Además, también fue una forma de desplegar su faceta como actor, ya que antes de dedicarse a escribir hizo un curso de arte dramático en el Cours Florent de París, en Francia.

Más recientemente, durante el lanzamiento en Suiza de El libro de los Baltimore, asoció su imagen a Swiss Airlines. El público lo vio descender, vestido de traje, por la escalinata de un avión para terminar colocándose una gorra de piloto y, de paso cumplir, según contó luego, un añorado sueño infantil. "No me siento raro por emparentarme con marcas, ya que Émile Zola escribía anuncios y John Steinbeck fue rostro de un whisky. De todos modos, rechazo nueve de cada diez ofertas que me llegan y sólo trabajo con las que me hacen sentir algo especial", dijo el autor a La Nación.

Es que para Dicker la literatura forma parte de su ADN. Hijo de una bibliotecaria y un profesor de francés, ha dicho que los recuerdos de su infancia en Ginebra tienen el olor a las páginas recién impresas. "Comencé a escribir a los 4 o 5 años. Mis padres me inculcaron el amor por los libros, pero el amor por la escritura provino de mí mismo. Escribo porque me gusta contar historias. Cuando era más chico, también me gustaban la pintura y la música. En un momento descubrí la escritura... Ahora ocupa toda mi vida", dice. A los diez años fundó La Gazette des Animaux (La revista de los animales), una publicación acerca de la naturaleza que dirigió por siete años. El trabajo le valió recibir el Prix Cunéo a la Protección de la Naturaleza y que el Tribune de Genève lo nombrara el "Editor en jefe más joven de Suiza".

A los 20 años decidió probar suerte como escritor de ficción con el cuento corto Le Tigre, que fue reconocido con el Premio internacional para jóvenes autores francófonos y publicado en una antología. Ese logro lo motivó para seguir escribiendo y así creó la que sería su primer novela, Los últimos días de nuestros padres, que paradójicamente recién fue publicada tras el éxito de La verdad... "Ese rechazo y esa insistencia descubre que yo escribo por placer, más allá de que me publiquen o no. Esa experiencia me hizo pensar en cómo deberían ser mis libros".

Aunque se lo compara habitualmente con Stieg Larsson, Dicker prefiere tomar distancia del sueco —a quien confiesa no haber leído— y rendir honor a sus maestros en la ficción: Ken Follet y Dostoievski. De los latinoamericanos, su preferido es Gabriel García Márquez y su Cien años de soledad. "Mi madre me regaló el libro cuando era adolescente y desde entonces siempre lo tengo a mano". En cambio, no se siente próximo a sus pares europeos actuales. "En realidad, no conozco a muchos escritores de hoy. Me gusta David Foenkinos, aunque, definitivamente, es Romain Gary el autor que me acompañará siempre", sostiene.

Pero lo que más lo ha inspirado en los últimos años es el tiempo, darse el tiempo para escribir. Sus primeros libros, aquellos que fueron rechazados, "fueron escritos muy de prisa", intenta justificar. Con su bestseller, en cambio, se dio el tiempo para "dejarlo descansar" por algunos días, retomar el trabajo y permitirse sacar del libro todo aquello que no era necesario. "Al principio sentía que quitar cosas era como ir hacia atrás, pero en realidad el libro resulta mejor cuando quitas las partes malas. Así que cada cosa que sacás es como un gran paso hacia adelante".

Que sus últimas dos novelas estén situadas en Estados Unidos no es casual: conoce bien el país, ya que de niño pasaba los veranos en la casa de algunos familiares en Stonington, un pueblo del condado de Maine. "Desde entonces, siempre he vuelto. Para La verdad... no quería hacer algo que ocurriera en Suiza, que fuera muy cercano, por eso la ambienté allá y la escribí en primera persona. Me pareció que podía resultar algo real", explicó en entrevista con La Nación. También aclaró que Marcus Goldman no es su alter ego, aunque sea un escritor exitoso, reflexivo y atractivo, como él. "Es un tipo muy diferente. Casi lo único que tenemos en común es la edad".

La verdad... es el libro más sincero de Dicker, el que escribió sin pensar en si le gustaría a un editor o a un lector, o si iba a ser una novela muy americana, o muy suiza o muy francesa. Y El libro de los Baltimore sigue en esa línea, pero a través de un recuento de las vivencias compartidas con sus primos, con los que solía formar la banda de los Goldman. A la hora de etiquetar, Dicker considera que lo que escribe no es thriller ni suspenso, sino más bien novela psicológica o, en todo caso, narrativa.

Por ahora, no tiene tiempo ni interés en pensar qué hacer con sus trabajos inéditos. Hace tiempo que la tranquilidad de la internacional Ginebra se quebró con una agenda repleta de viajes, conferencias y entrevistas. "No es mi prioridad sacarlas a la luz. Prefiero escribir nuevas historias que dar salida a las viejas, y no es que fueran mejores o peores que Harry Quebert, simplemente no convencieron".

El dinero tampoco parece ser una de sus preocupaciones. De hecho, se negó a que su libro se vendiera en Francia mediante Amazon. "Prefiero perder ese dinero a que los libreros se queden sin su parte. No me parece justo". Tampoco lee en dispositivos electrónicos ni en teléfonos. "Estoy al comienzo de mi carrera. El que haya tenido éxito no significa que me sepa este oficio al revés y al derecho. Tengo 30 años y estoy tanteando el tipo de libros que quiero escribir. Pero lo veo como algo bueno: si puedo, estaré hasta los 90 años aprendiendo. Ese plan me entusiasma".

LAS HISTORIAS Y SUS CONSECUENCIAS.

El éxito: un thriller en EE.UU.

"Todo el mundo hablaba del libro. Esta es la primera frase de La verdad sobre el caso Harry Quebert: una profecía autocumplida, pues el libro de Joël Dicker ya se ha transformado en un fenómeno mundial", escribió Le Monde. Escrita a tres tiempos (1975, 1998 y 2008), la novela intenta encontrar al culpable del asesinato de una joven de quince años en la pequeña ciudad de Aurora, en New Hampshire.

El debut: los misterios de la guerra.

Aunque se publicó después de La verdad sobre..., esta es la primera novela del "fenómeno planetario" Joël Dicker. La historia une a la perfección la trama bélica de espionaje, amor y amistad con una reflexión profunda acerca del ser humano y sus debilidades. Para el libro, el autor consiguió documentación exhaustiva acerca de un episodio poco conocido de la Segunda Guerra.

La novedad: lazos, familia y amistad.

En esta novela Marcus Goldman recorre las aventuras de la banda que formaba junto a sus primos. A lo largo de 488 páginas, el autor narra la historia de una familia unida por los afectos y dividida por los celos. Mientras los Goldman-de-Montclair —a los que Dicker pertenece— llevan un estilo de vida normal, el de los Goldman-de-Baltimore transcurre entre mansiones fastuosas, autos último modelo y vacaciones de lujo.

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Antes de ser bestseller había escrito varias obras que las editoriales rechazaron.

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