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Un día y una noche entre puerto y mar

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Foto: cortesía MSC Cruceros
Portuguese Island, MSC Sinfonia
R. Huysamen

VIAJES

Mirar Montevideo desde la bahía, encontrarse con Buenos Aires desde un onceavo piso. Bailar todo el tiempo, recorrer ciudades, nadar, divertirse y relajarse. Así son las vacaciones en un crucero.

Dos niños menudos de pelo castaño y lacio en corte honguito esperan para subir al crucero y admiran todo lo que los rodea: los contenedores coloridos que parecen legos, las grúas, la gente. Son hermanos y solo con mirarlos se nota que están de vacaciones. Visten camisetas de manga corta, bermudas, medias que asoman por los championes con el logo de alguna caricatura animada de la que son fanáticos. “Lo mejor de esto es que salimos de la escuela”, dice uno. Hablan también de la inmensidad del barco y uno le explica al otro que cruzarán el agua, también inmensa, hasta llegar a Buenos Aires. No les importa que demore mucho porque arriba hay piscina. Viajan con sus padres, tíos y abuelos.

Mientras el barco de 12 pisos está atracado, el evento de simplemente mirar por la borda hacia una Montevideo en sepia es especial. El viaje para quienes subimos al MSC Sinfonía en Montevideo todavía no ha empezado, o por lo menos no la travesía de ir mar adentro hasta llegar a la costa porteña. Y, sin embargo, la primera recomendación para quien un día se anime a subir a un crucero desde el puerto capitalino es que mire: por un lado, los contenedores en rojo, amarillo, rosa, verde, naranja; un poco más atrás el arco mayor de la fachada trasera del Banco República, a su izquierda el Palacio Salvo, a la derecha la torre del campanario de la San Francisco de Asís. Caminar la Ciudad Vieja tiene su encanto, pero contemplarla desde el lugar del turista, desde la distancia, es incomparable. Basta con girar la cabeza en 180 grados para apreciar la bahía con el Cerro y su fortaleza de fondo. Después de zarpar todo alrededor será agua, salvo por una linea de luces de la ciudad que va quedando detrás y lejana.

Por dentro el barco parece escenario para una película de Almodóvar por los colores intensos que definen cada zona: hay salas rojas, turquesas, amarillas, grises. El MSC Sinfonía es uno de los cruceros de la naviera que forma parte del Programa Renacimiento, lo que significa que una de las mitades del barco es completamente nueva y fue añadida a la otra (ver imagen a la derecha) tras una inversión millonaria para ampliar espacios comunes y añadir camarotes con balcones. Hoy el precio ronda los US$ 400 por persona, aunque varía dependiendo del paquete y aparte se paga tasa portuaria y tarifa de servicio.

Foto del crucero siendo reformado en el Programa Renacimiento. Foto: cortesía MSC Cruceros
Foto del crucero siendo reformado en el Programa Renacimiento. Foto: cortesía MSC Cruceros

Noches de fiesta

Sobre la medianoche, tres amigas de unos 30 años bailan en el Pasha Club Disco en el piso 12. Todavía no hay mucha gente en ese espacio porque la mayoría está en uno de los bares del piso 5, en la Fiesta de Blanco que por el mal clima no se pudo hacer en la piscina. Mientras tanto la disco es un micromundo donde los que prefieren ritmos latinos se aíslan y viven su propia fiesta. Unos bailan, otros miran por los ventanales inmensos hacia el mar embravecido de una noche ventosa. Allí, donde ahora suena un reguetón de moda, se aprecia una de las mejores vistas desde el crucero, a la vez que resguardada para los más friolentos. En la barra, un grupo de parejas amigas charla con el barman mientras esperan mojitos, margaritas, y un brasileño se anima a probar el “famoso fernet argentino”, lo pide en un intento de español que sale bastante bien, aunque es innecesario teniendo en cuenta que la mayoría de los tripulantes habla portugués.

A esa hora en el piso 5 los ritmos se mezclan, pasan de una salsa a una tarantela; los cuerpos vestidos de blanco y transpirados de tanto baile saltan y siguen los pasos coreografiados por animadores. Esos tripulantes tienen el objetivo de que cada minuto sea alegría y diversión para todos. Lo logran. Entre los pasajeros que bailan hay desde niños a adultos mayores. Se conozcan o no desde antes, se toman de las manos para seguir el compás napolitano. La fiesta de blanco comenzó a las 20.30 y ya entrando a la madrugada del martes el DJ va por la temática “Bailando alrededor del mundo”.

Para que las horas entre puerto y puerto no parezcan demasiado largas, los cruceros suelen ofrecer atracciones hora tras hora. Aparte de las fiestas, las opciones abarcan a aquellos que prefieren una noche más tranquila y la carta de actividades indica: clases de bolero en la piscina desde las 21.00, “Momento bossa nova” en el Manhattan Bar, géneros del nordeste brasileño en Buddah Bar, Santana (así se presenta) recorre clásicos en un piano de cola que combina con la elegancia del salón decorado en tonos rojos. En el Teatro San Carlos se ofrecen espectáculos al estilo Broadway. Nuestra estadía en el barco coincide con Alma flamenca en la cartelera, un show donde los bailarines hipnotizan al público con pies, manos y brazos, dedos, vestidos, chales y zapateos que se mueven sincronizados.

Espectáculo de flamenco en MSC Sinfonia. Foto: cortesía MSC Cruceros
Espectáculo de flamenco en MSC Sinfonia. Foto: cortesía MSC Cruceros

Bienestar

En ese barco la protagonista de la diversión es la música. Mientras hay sol están las actividades para bailar alrededor de la piscina, unas más lúdicas, otras vinculadas al ejercicio. También en esa zona se organizan juegos que van desde trivias a uno llamado “Dardos locos”. En cada rincón hay barras con barmans especializados en tragos veraniegos, y para que el mojito o la caipiriña sean amigables con el medioambiente se usan solo sorbitos biodegradables. La medida ambiental se replica en el resto del barco con otros utensillos: en los baños privados, por ejemplo, el champú y jabón están en dispensadores fijos, a fin de reducir el uso de plásticos.

Al atardecer, mientras un par de amigos repica la pelota de basquet en el piso más alto del barco, otro grupo baila algo parecido a la zumba y otro tanto de gente se sumerge en el jacuzzi calentito. Otros se asoman a las ventanas o a las barandas para observar los paisajes dignos de postales. Otros aprovechan los bufetes que van desde el típico de ensaladas y carnes a una canilla libre de pizzas, papas fritas y hamburguesas.

Terraza con piscinas y bares en el crucero. Foto: cortesía MSC Cruceros
Terraza con piscinas y bares en el crucero. Foto: cortesía MSC Cruceros

Recorriendo los pasillos, los más chicos encuentran distintos espacios dependiendo de la edad: el universo Lego para entre 3 y 12 años, una discoteca para chicos de 12 a 14 años y otra para los de 14 a 16. Los bebés hasta 3 años tienen el Baby Club, al que pueden ir acompañados de los padres o reservar previamente el turno con animadores especialmente calificados para su cuidado.

Un viaje de una semana a bordo de un barco es perfecto para la tan necesaria conexión con el cuerpo y la mente. Para lo primero están las posibilidades de ejercicio con clases pagas como step, funcional o pilates. El gimnasio con aparatos que -como casi todo por allí- tiene vista al horizonte es de acceso libre, igual que la zona termal con sus saunas y camas calientes. Con precios aparte y reserva previa están los salones de peluquería, manicure y pedicure, masajes y estética. Para los que buscan meditar o leer en completo silencio hay una pequeña habitación con reposeras aisladas del bullicio.

Aunque cada día en el barco se extiende hasta tarde, el amanecer tiene lo suyo, así como poner el despertador a las 6 de la mañana para mirar por la ventana el próximo puerto. También están los activos que corren por toda la terraza, los que aprovechan el “Café para madrugadores” (así se llama y se sirve de 6.00 a 6.30) y se llenan un jarrón de cafeína para ver el sol salir desde la popa.

A esa hora, parece, los niños todavía duermen y los que andan disfrutan del silencio. Correr, caminar o simplemente sentarse, pero sin hablar, sin gritar, sin la música, sin el alboroto que vendrá después para la diversión. Los jacuzzis están vacíos y son espectaculares para quienes quieren estar solos. Esta vez está de frente “la ciudad de la furia” y el paisaje, aunque conserva bastante del sepia montevideano, se mezcla con el azul de los rascacielos que brillan por el efecto del vidrio con el sol saliente. De nuevo los contenedores rojos, amarillos, fucsias, naranjas.

Para cuando se atraca en Buenos Aires la vibra vuelve a su normalidad. Algunos (nosotros) se preparan para desembarcar. Otros, brasileños o uruguayos que subieron hace pocos días, planean un recorrido exprés por tierra firme. Mientras, la vida en el barco no se detiene.

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