Con más de 30 años arriba de las tablas, más de 60 obras, premios, proyectos musicales y discos, Alejandra Wolff vive, a sus 58 años, un presente de plenitud. “Me siento en un momento de renacimiento, de mucho disfrute de todo lo que estoy haciendo”, dice la actriz de la Comedia Nacional a Domingo.
En estos días interpreta a Alexandra del Lago en Dulce Pájaro de Juventud, al lado de Enzo Vogrincic. La obra de Tennessee Williams, acá adaptada por Alejandro Tantanian, se estrenó el 27 de marzo y, con entradas totalmente agotadas, tendrá funciones hasta el 4 de mayo en el Teatro Solís.
Su personaje es una célebre actriz, en plena decadencia, que lucha contra el paso del tiempo. Si bien existen paralelismos con su vida, donde buscó elementos para bucear en este papel, el sentir de la protagonista es opuesto al suyo.
“Conectar con ella no es difícil porque hay una humanidad tan enorme que es muy fácil encontrar en uno esos lugares de orgullos, miedos y angustias. Más allá de que no sea intrínseco a mi momento, el paso del tiempo, perder la juventud, la muerte, todo eso me interpela, obviamente, y por suerte nos está pasando que interpela a mucha gente. Mi hija, por ejemplo, que fue a ver la obra, me decía que a ella le movilizaba el tema, porque se identifica con Chance Wayne (Vogrincic). Y vos decís: ‘No, pero si tenés 23 años, ¿como puede ser?’, y sin embargo, interpela a muchos jóvenes que han venido, y te das cuenta de que no es que sea un tema de una persona mayor; el paso del tiempo y qué hacemos con nuestro tiempo es algo transversal a estar vivos”, comenta.

Si bien es la cuarta participación de Vogrincic en las obras de la Comedia Nacional, esta es la primera que actúan juntos. Además, es la primera participación del actor uruguayo tras su gran salto a la fama por su rol de Numa Turcatti en La sociedad de la nieve.
“Todo ese fulgor que tiene Enzo a su alrededor es bien merecido, pero lo más maravilloso es que él está demostrando que no es solo una cara bonita. Es un muchacho uruguayo que se formó en la EMAD, talentoso, tiene muchísimo carisma y ángel, y que está haciendo un personaje enorme. El trabajo con él es hermoso en cada función”, detalla Wolff.

El arte, una certeza
Desde que supo que las artes eran lo que movían sus fibras más fundamentales —antes intentó con antropología y letras en la Facultad de Humanidades—, Wolff vive en una constante vorágine de ensayos para obras de teatro y conciertos de las bandas (La Chancha Francisca, La Tabaré, Wolff, Mojo) para las cuales prestó, y de vez en cuando aún presta, su voz.
Creció en una familia amante del arte, su padre era director de teatro y su madre, bioquímica. Vivió la infancia en plena dictadura y, a raíz del trabajo que hacía como director de teatro, su padre tuvo que exiliarse cuando ella tenía 4 años. “Fue muy duro porque yo tenía un vínculo profundo con él. Cuando se fue, no lo vi por dos años, no existían los celulares ni las videollamadas, se escribían cartas que llegaban a los 20 días. Fue dura esa interrupción. Después, a los 6 años, ya empecé a viajar para visitarlo y, por lo general, pasaba las vacaciones en Buenos Aires con él”, recuerda.
Y aunque creció en la ciudad, muchos de los veranos de su infancia los vivió en un contexto más rural, en Sauce, Canelones. La conexión con la naturaleza la acompañó siempre y fue tan fundamental que hoy la plasma en las canciones que conformarán su primer disco solista, Pez del cielo, que estará disponible en las plataformas digitales a partir del viernes. Los tres primeros adelantos del material dan cuenta de este vínculo que la marcó de niña.
“En la naturaleza es ahí donde yo conecto con eso que, llamale Dios, universo, o lo que nadie sabe qué es. Es donde entro en un lugar de maravilla, de expansión y es por ahí donde me identifico como un ser más en toda esa trama”, comparte.
— ¿Qué representa este disco en esta etapa de tu vida?
— Es como un hijo realmente, viene con una especie de madurez personal. Claro que espero seguir creciendo como ser humano y como artista, pero siento que es como haber llegado a poder destrabar esta necesidad creativa que estaba como poco soslayada.
—Si te pido que termines esa frase: "La Tabaré fue una etapa…", ¿Cómo la completás?
—Explosivamente maravillosa. Primero porque Tabaré (Rivero) tenía una inconsciencia absoluta de darme todo el repertorio, y yo el desafío de cantar esas canciones que ya existían, más las que grabamos luego juntos. Después, porque creamos la maravilla de cantar en una banda con esa repercusión, con ese fuego en el público, y ese amor. Además, Tabaré es mi amigo hasta hoy, más allá de nuestras peleas, yo lo admiro mucho y me gusta mucho la banda, es muy teatral, muy personal y yo lógicamente también estoy de acuerdo con sus ideas. Allí aprendí no solo a cantar, sino a pararme en el escenario, a cantar para la gente como quien cuenta una historia.
Para Wolff, oscilar entre la música y el teatro ha sido siempre una manera de que ambos universos se alimenten y no se saturen. Sin embargo, en dos años piensa dejar el cuerpo estable del Teatro Solís, al cual ingresó en 1997.
“Tengo profunda admiración por el lugar en el que estoy, amo este equipo que somos y a mis compañeros los admiro mucho. Pero también creo que 30 años en cualquier labor es un montón y mientras estoy en la Comedia es muy difícil planificar otras cosas. Creo que es un buen momento para dedicarme a la música”, cuenta.

También le gustaría estudiar historia del arte y hacer un poco de trabajo social. “Siempre pensé que me gustaría trabajar en las cárceles, por ejemplo”, apunta. Y suma: “No estoy podrida, ni estoy cansada, ni ningún sentimiento negativo, pero me parece que se cumplen ciclos. Es un momento de recuperar toda esa energía para mí y dedicarme a gestionar mi propio tiempo, mis propios deseos y aprovechar que estoy sana, fuerte y con ganas. No miro tanto para atrás, pero tengo 58 años. ¿Cuántos años de plenitud me quedan? No lo sé, pero es esto del tiempo que hablamos en Dulce pájaro. Hay que aprovechar estos últimos cartuchos y disfrutarlos”.
—En estos días la Comedia celebró 22.000 asistentes en estos últimos dos meses, y Dulce Pájaro está totalmente agotada. ¿Cómo analizás el crecimiento y el escenario actual del teatro en Uruguay?
—La Comedia está en un momento puntualmente bueno. Con la gestión de Gabriel Calderón se dio un salto de comunicación. Y eso se sostiene ahora con José Miguel Onaindia. Por otro lado, el teatro independiente siempre es un lugar donde hay muchísimo talento, esfuerzo y entrega y nada de apoyos. En general, lo primero que los gobiernos, sean del color que sean, recortan, es la cultura, como si fuera algo decorativo. En la Comedia, uno de nuestros deberes es mantener el vínculo y nutrir al teatro independiente y que él nos nutra. Y creo que se está logrando hacer eso. Después, una cosa que le falta al Uruguay es una televisión nacional fuerte para que los actores y las actrices puedan actuar. Creo que sería un buen conector para el teatro.

—¿Qué es lo más lindo de tu profesión y, por otro lado, lo más difícil?
—Creo que hay algo que une todas las cosas, que es la comunicación, porque el teatro, la música, escribir, todo va hacia al otro, querés decir algo, emocionar. Y todo eso tiene un proceso tortuoso de ensayo y error. Te exponés, te equivocás y ahí está el miedo, porque te vas a entregar. Allá vas, con la confianza, invocando el Olimpo entero (se ríe). He tenido discusiones internas muy grandes con mi ángel y mi demonio, tratar de mantener los monstruos quietitos y dejar que salga la parte del disfrute y del juego; ha sido un gran ejercicio personal. Y está el tema del ego. Cuando uno se para en el escenario, lo necesita, para que te sostenga, para no morirte de miedo, pero en realidad no es lo importante. Lo importante es lo que vas a decir, hay algo más trascendente. Y eso es lo lindo de ser un canal de ideas y de emociones, me parece la visión más elevada de lo que hacemos. En ese sentido, un valor para mí en lo que hago es la honestidad, porque sé que funciona. Aún cuando a la gente no le guste lo que haga, y lo digo porque me pasa cuando voy a ver un espectáculo y no me parte la cabeza, igual hay algo que me conmueve porque la entrega del actor y de la actriz es total. Cuando la gente se entrega, eso conmueve, más allá de adónde llega con eso. Puede que no sea el mejor del mundo, pero te está dando su alma y no hay nada que tenga más valor que eso.
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