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"El teatro es abismo que se transforma en magia"

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"Me fui por necesidad, no tenía lógica el cambio", dice. Foto: Marcelo Bonjour

Hace cinco años su vida dio un giro drástico: se divorció, le diagnosticaron cáncer y se fue a Buenos Aires. Hoy la actriz triunfa en ambas orillas y se anima a contarlo.

Sonríe. Una y otra vez, sin importar sobre qué esté hablando, Victoria Césperes (37), sonríe. Y, entre el bronceado, los rulos y los ojos negros, que se achican o se agrandan para acompañar sus palabras, su sonrisa resalta.

Victoria es una actriz uruguaya que vive en Buenos Aires y desde el 25 de enero se presentará por tercera vez en Montevideo con La sangre de los árboles, obra que protagoniza junto a su amiga Juana Viale. Pero su historia, o la versión que aquí será contada, va más allá de una obra y más allá del teatro. Mucho más allá.

Nació y se crío en Punta Gorda, con sus padres y sus dos hermanos. "Siento que fui una niña muy feliz", recuerda la actriz, que creció jugando en la vereda con sus hermanos y sus amigos. "En mi casa había mucha sencillez y valores muy definidos", cuenta.

A los 16 años supo que quería dedicarse al teatro, mientras interpretaba un texto de Florencio Sánchez en un taller de La Me-nnais, donde cursó el liceo. A los 17, se puso de novia con Diego Martino, quien sería su compañero por 14 años. A los 18, decidió inscribirse en los talleres de teatro que dictaban en el Teatro Circular de Montevideo. Ese mismo año, su papá le dijo: "Hacé teatro, pero empezás a trabajar en el negocio de la familia". Y el negocio de la familia era un Abitab. A los 22, ingresó a la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático (EMAD) y, aunque pensó que su vocación podría estar en las Relaciones Internacionales o Laborales, confirmó que el teatro la acompañaría siempre.

"El teatro es energía viva. Es una retroalimentación increíble. Es una necesidad", dice Victoria, después de haber estado sobre las tablas por más de diez años.

¿Qué sentís cuando estás arriba del escenario o antes de salir a escena?

— El teatro es salud. Sentís como un abismo y una adrenalina que después se transforma en placer y en magia. Y no es esoterismo. Es una magia que creo que solamente ocurre haciendo teatro. Es un acuerdo con el espectador. Porque más allá de lo que yo sienta como actriz, si del otro lado no pasa nada, no sirve. Yo soy actriz porque hay alguien que me mira, más allá de que te guste o no la obra, el hecho de sentarte y verla, ya supone un acuerdo entre el actor y el espectador. Sabés que algo va a pasar.

Romper la estructura.

Victoria tenía muy bien definida su vida: estaba casada con su primer novio, tenían su casa y hacía tres años que había dejado de trabajar en el negocio de la familia para dedicarse enteramente al teatro. Después de haber egresado de la EMAD siempre tuvo trabajo: actuó en el Circular — y fue "un flash" compartir escenario con sus maestros y amigos, como Paola Venditto, Robert Moré o Juan Graña—, se subió al escenario de El Galpón, La Candela, el Teatro del Centro y varios más. También trabajó como actriz invitada de la Comedia Nacional con la obra Roberto Zucco, en 2010. "Esa experiencia fue como cumplir un sueño. Actuar con ellos en el Solís fue increíble", cuenta.

"Tenía una vida muy estructurada. Soy estructurada, me gusta la estructura en muchas cosas", recuerda y hace un silencio. Vuelve a pensar. Y aclara: "Quizás, estoy pensando, era estructurada". Y era estructurada porque en 2011, una seguidilla de acontecimientos la llevó a hacer un quiebre en su vida y buscar nuevos rumbos.

Era 2011 cuando se separó de Martino y era 2011 cuando le diagnosticaron cáncer de mama. "Ese año fue muy bisagra en mi vida". Armó las valijas y se fue a vivir a Buenos Aires, sin más proyectos que un trabajo en Canal Encuentro, con el que tenía contrato por un mes. Después de eso, necesitaba "un parate de todo" y se dedicó a sí misma y a conocer gente nueva.

"Me fui porque tenía la necesidad de hacer un cambio, no tenía lógica mi cambio, pero todo eso fue después del diagnóstico, después de la operación, después de separarme".

Sonríe, mientras habla de su enfermedad. Y admite que recién después de cinco años y un año entero de terapia, puede hablar del tema sin dramatismo. "Yo asociaba al cáncer con la muerte. Ahí busqué a Clarita Berenbau y ella me ayudó mucho, hablé con ella un montón", recuerda. "Es la primera vez que me animo a contar sobre el tema. Mis amigos y mi círculo cercano tenían prohibido hablar sobre esto, los tenía amenazados. No me interesaba que nadie lo supiera, hasta tenía miedo de contarlo".

¿ Y por qué decidiste hablar de esto ahora?

Me dieron ganas de contártelo porque capaz hay alguien que está atravesando alguna situación así o conoce a alguien y quiero que vean que yo estoy bien, que estoy sana. Y si a alguien le ayuda verme y saber que se puede superar una enfermedad así, a la que le tenemos tanto temor, quiero ayudarlo.

Se ríe. Hace silencio. Su mirada se pierde y dice: "No sé". Pero sí, sabe. "Lo tengo superado y contarlo era parte de cerrar un ciclo".

¿No te dio miedo irte sola a Buenos Aires en el medio de toda esa situación?

No, no sé... Necesitaba hacer un cambio. Miedo no, era una necesidad. Irme era una necesidad. Porque fue muy shockeante para mí. En realidad creo que me fui como escapando de algo.

Escapando o no, estuvo un año en Buenos Aires, donde se hizo amiga de Juana Viale, hasta que conoció a un chileno. Se enamoró y otra vez rompió la estructura que empezaba a construir. En 2013 fue a visitar a Juana a Chile y se quedó a vivir allí. "Me mudé a la casa de Raymundo, el chileno. Fue una locura, otra locura más. Pero lo peor que podía pasar era que no funcionara. Y funcionó casi tres años. Y estuvo bueno. Conocí otro país y me quedé".

En Chile.

Cuando llegó a Chile solo conocía a dos personas: su pareja y Juana. "Yo solo tenía a Raymundo y Juana solo tenía a sus hijos", cuenta. Así, si bien se habían hecho amigas en Buenos Aires, en Chile se transformaron en incondicionales, al punto de que Victoria considera a la argentina como "una hermana".

Hacía un año que Victoria no hacía teatro y lo extrañaba. Así que, con Juana decidieron hacer un proyecto juntas. Buscaron obras, leyeron a varios autores hasta que les recomendaron a Luis Barrales, dramaturgo y director chileno. "Por allá, encontramos una obra de un italiano, pero Barrales nos dijo que él no dirigía textos que no fueran propios", recuerda. Así que, del texto del italiano sacaron una idea sobre la historia de dos hermanas y se embarcaron en un proceso de investigación y creación que derivó en La sangre de los árboles.

"Esta obra es un antes y un después en mi vida, en muchísimas cosas. Hasta fue como sanadora a nivel personal", confiesa Victoria acerca del proyecto que la puso sobre escenarios chilenos, argentinos, uruguayos, colombianos y más.

En setiembre de 2015, después de haber estrenado la obra en la Sala Verdi, en Montevideo, Victoria se separó de Raymundo. Agarró las valijas y volvió a vivir a Buenos Aires.

Allí hicieron cuatro reposiciones y en una de esas funciones, la directora teatral Valeria Ambrosio, que había ido a verlas, les propuso a las dos actrices participar en el elenco de Dinner, que estuvo tres meses en cartel en la calle Corrientes. Juana no pudo, pero Victoria sí, y ese fue el proyecto que la mantuvo ocupada durante 2016. "Fue una experiencia divina", dice.

Si bien se formó para hacer teatro, ha trabajado en cine y televisión. Fue así que tuvo participaciones en las películas uruguayas Zanahoria y El cuarto de Leo. Integró el elenco de la serie uruguaya Dance, y de la recién estrenada en Netflix, Estocolmo, producida por Ignacio Viale y protagonizada por su amiga. Además, actuó en la película argentina Mariel espera, también junto a Juana.

Ha llorado arriba del escenario. "Es muy delgada la línea entre el llanto del personaje y el mío", reconoce. "Con La sangre de los árboles me pasa que en la oscuridad, después de determinadas funciones, he sentido la necesidad de llorar". Y aunque llore, sonríe. Siempre sonríe.

Su amistad con Viale.

Se conocieron por una amiga en común en Buenos Aires, pero fue en Chile que forjaron una gran amistad. Así, asegura que Juana Viale se transformó en un pilar en su vida. Fue entonces que surgió La sangre de los árboles, proyecto que las mantuvo juntas durante mucho tiempo, entre investigación, producción y ensayos. "Estábamos todo el tiempo juntas, se creó una relación que no hubiese existido de otra forma".

Si bien se acostumbró a la exposición mediática de su amiga, admite que hubo un momento puntual en el que pasó mal. "Una vez salió una tapa en la que insinuaban que éramos novias. En ese momento me emboló porque yo no estoy acostumbrada a eso, ni me interesa. No me molestaba que pensaran que era la novia de Juana, me molestó porque dijeron algo que no es, y de una situación en la que estamos riéndonos y yo le estoy agarrando el tobillo, dijeron cualquiera. Pero nada, hoy me río. Si piensan que soy la novia de Juana, que lo piensen, no me interesa, somos amigas". De esta forma, la uruguaya dice que admira cómo su amiga sabe llevar la constante persecución de los medios. "Ella encuentra la forma de evadirse un poco de lo negativo que puede tener ser tan mediática. Lo lleva muy bien", dice.

SUS COSAS.

Su ciudad.

Victoria no descarta volver a vivir a Uruguay. "Me encanta y como no tengo hijos, veo muy viable vivir algunos meses acá y otros en Buenos Aires", dice. Además de su familia y amigos, extraña la calma y el ritmo de Montevideo. "Para los argentinos yo soy como lenta", se ríe.

Su maestro.

Si bien tiene presente a varios maestros, especialmente del teatro Circular, que fue como su casa, recuerda las enseñanzas de Levón: "Fue un maestro increíble. Me hizo sentir pasión por el teatro. Los directores con los que trabajé también", cuenta. "Me acuerdo que siempre nos decía: Sanidad. Salud. El teatro es salud".

Un nuevo proyecto.

A fines de enero, durante las funciones de La sangre de los árboles, empezará a planificar su nuevo proyecto: Falta Fedra, un texto de Gabriel Calderón que también dirigirá Luis Barrales y que produce Reverso. Compartirá escenario con Juana Viale y Gloria Demassi.

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"Me fui por necesidad, no tenía lógica el cambio", dice. Foto: Marcelo Bonjour

VICTORIA CÉSPERES&SOLEDAD GAGO

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