LUIS PRATS
En los veranos de hace unos cuantos años, el pequeño Juan Antonio y sus amigos imaginaban historias de tesoros y piratas en La Barra de Maldonado, mientras observaban cómo las olas golpeaban con su infinita paciencia los restos de una nave hundida. Unos años más tarde, Varese y su padre caminaban por Ituzaingó, quizás imaginando que todavía era la calle colonial de San Juan, evocando episodios históricos registrados en cada esquina.
Hoy, Juan Antonio Varese (70) transforma esas vivencias en investigaciones y las investigaciones en artículos y libros. Justamente, se define como "investigador y no historiador", o quizás con mayor precisión "un recolector de historias". Tan apasionado como prolífico, publicó unos 15 libros en los últimos 20 años y tiene siempre nuevos proyectos. A menudo es identificado como "el escritor de los naufragios", porque se hizo conocido por ese tema, incluso prácticamente lo estrenó como género en la bibliografía nacional. Pero también es un experto en la historia de la fotografía uruguaya, del Mercado del Puerto, del candombe y de varios temas más.
La chapa de su oficina, sin embargo, dice "Escribano". Dedicó casi 40 años a esa profesión, hasta que se jubiló. "Es una tradición familiar. Mi abuelo se recibió de escribano en 1903, mi padre en 1936 y yo en 1968. Esperé para jubilarme a 2003, cuando se cumplían cien años de mi abuelo. Quería llegar al centenario", explica.
"Pero me gustó siempre la Historia. Salíamos a caminar con mi padre por la Ciudad Vieja desde su estudio en Ituzaingó 1439 y comentábamos los lugares históricos que íbamos recorriendo. Era la antigua calle de San Juan, luego de la Catedral. Por ahí estuvo el primer café de Montevideo, en realidad una chocolatería, el Café de San Juan, allá por el 1800 y poco. También el famoso teatro Cibils, uno de los más lujosos que tuvo la ciudad. Además, trabajaba cerca de la casa de remates Adami y Casaravilla. Me fascinaban los remates, en especial cuando se subastaban viejos libros, láminas, antiguas cartas, todo lo que contara historias. Cuando me fue bien en la profesión seguí invirtiendo en esas cosas". Durante la charla con el cronista, muestra esa colección: una gran campana, que perteneció a un remolcador de la flota de Antonio Lussich, a fines del siglo XIX; un álbum de fotos con la construcción del Palacio Salvo, diarios y revistas antiguos. Cada armario o biblioteca reúne un tema.
En 1980 se produjo un episodio fundamental en su vida. Era escribano de las cooperativas de transporte y lo invitaron a un curso sobre cooperativismo en el transporte en Israel. Estuvo tres meses y además del estudio, resultó una experiencia que lo deslumbró. "Estaba en un lugar emblemático, donde se vive la historia en cada rincón. Seguro que si me tropezaba con una piedra, esa piedra tenía valor histórico. Salía de las clases, me tomaba el ómnibus y me iba a Jerusalén para recorrerla una y otra vez. Además me llevé mapas y libros, para entender mejor todo", cuenta.
"Volví con la necesidad de saber más, de conocer el papel del hombre en la historia -recuerda-. Hice un curso de Historia de la Religión en la Universidad Católica del Uruguay y también di charlas sobre Israel en diversas instituciones. Pero al tiempo ya no podía repetir esas charlas, por eso empecé a buscar otros temas". El primero fue el candombe, pero seguirían otros.
LA COSTA.
El interés por la costa viene de sus veraneos en La Barra de Maldonado. La nave hundida en la playa del Barco inspiró los juegos infantiles, pero aquellas imágenes nunca lo abandonaron. Para registrar los pecios con mayor calidad, se acercó al Foto Club Uruguayo y terminó integrándose. Incluso fue su presidente en el período 1989-1992, "una etapa muy interesante del club y de la propia fotografía en todo el mundo", puntualiza.
Y se lanzó a investigar sobre barcos hundidos. La primera pesquisa siempre la hace en el lugar, con los vecinos de la zona, los pescadores, e incluso salió en alguna lancha de pesca para estar más cerca del lugar del naufragio. Después viene la búsqueda en los archivos de prensa e instituciones. El primer libro lo publicó en 1993, De naufragios y leyendas en la costa de Rocha. Pronto se cumplirán 20 años y piensa lanzar una edición conmemorativa.
¿Es el inventor del género naufragios en el país? "Tomé un género que estaba ahí. En realidad, es más que los barcos hundidos. Es ver la costa desde el punto de vista humano, la historia chica. Encontrar la poesía y la veta histórica que encierran los hechos ocurridos en la costa, como podría escribirse sobre los hechos en las sierras o en otro sitio. Ahora hay muchos escritores y libros muy buenos sobre naufragios y otras historia de la costa", responde.
"No me interesa el naufragio como un hecho puntual o por la existencia de un eventual tesoro, sino los episodios humanos derivados del naufragio. Los salvamentos, los dramas, hombres que se disfrazaron de mujer para ser rescatados, un hombre que cedió su salvavidas para que se salvaran dos niños. Son situaciones en las que realmente aflora lo mejor y lo peor de la condición humana. Y más que un tesoro del barco me puede interesar un objeto que rescataron de un naufragio. Recuerdo haber ido a un rancho en Rocha que tenía un lujoso lavatorio, que obviamente no correspondía a la construcción. El dueño lo había rescatado de un barco hundido", relata. También evoca el caso de "Bonito" Calimaris, una persona que recibió la orden de cuidar los restos del Don Guillermo, hundido en la playa de la Calavera en el Polonio. Se construyó un rancho allí y se quedó 40 años para cumplir su misión, aunque dejaron de pagarle muy pronto.
Como se entusiasma con el tema, le resulta difícil elegir un naufragio emblemático entre todos, pero se inclina por el del Leopoldina Rosa, una fragata de bandera nacional que traía inmigrantes españoles y vascos franceses, hundida en 1842 frente a las costas de la actual Valizas. "Muchos sobrevivientes se quedaron a vivir en la zona y fueron contando la historia. Por ejemplo, el caso de un hombre, que creyendo que su mujer se estaba ahogando, se arrojó a las aguas. Los pobladores pudieron rescatarla a ella, pero no a él. Ella se casó con otro sobreviviente y formaron una de las familias más conocidas de Rocha. La plaza de Valizas se llama Leopoldina Rosa, algo que valoro porque la gente reconoce el episodio. Por suerte, ya no se dan estas situaciones. Aunque cada tanto hay un naufragio, las embarcaciones son mejores, hay otra tecnología e incluso el GPS permite dar su ubicación exacta. El tema perdió su romanticismo", dice.
FAROS.
También ha escrito sobre faros. En su oficina tiene un óleo de La Panela, un pequeño faro frente a las costas montevideanas. Ahora está automatizado, pero en el pasado albergaba al farero, a veces durante semanas, en una pequeña habitación. "Una vez entrevisté a uno de sus fareros. Es una profesión para enloquecerse, aislado del mundo a veces en medio de tormentas. La Panela está muy cerca, a tres o cuatro kilómetros de la costa, pero a la vez muy lejos, porque en un temporal queda aislado", enfatiza.
El peor faro en el país, según dice, es Farallón, en Colonia: "Está muy cerca de la costa pero es casi inaccesible incluso en bote, porque está rodeado de restingas. Se necesitan condiciones muy especiales para llegar. Entrevisté a la mujer de uno de sus fareros, que como no podía comunicarse con él iba hasta la costa. Si veía que encendía la luz del faro, sabía que todo estaba bien. Con los celulares e Internet, todo eso ha cambiado mucho. Y los faros hoy son `no tripulados`".
De cliente del Mercado del Puerto por años se dio cuenta que el lugar merecía su historia. Terminó escribiéndola él. De la misma forma, hace notas sobre bares y cafés montevideanos para la revista Raíces. Lleva unas 70y cuando llegue al centenar, seguramente se convertirán en otro libro.
"Me gusta mucho el contacto con los lectores. Recibo un centenar de mails mensualmente con gente que me comenta cosas, que pregunta. Siempre se aprenden cosas", asegura.
"ME INTERESAN LOS EPISODIOS HUMANOS DE NAUFRAGIOS"
TAMBIÉN LAS FOTOS
Varese tiene un especial cariño por su libro Historia de la fotografía en Uruguay, editado por Banda Oriental en 2006, que le demandó diez años de investigación y fue el primer trabajo en el país sobre el tema.
"Uruguay tuvo, tiene y supongo que seguirá teniendo una fotografía de excelente nivel, digna del primer mundo", afirma. "Los primeros fotógrafos eran itinerantes, llegaban en gira por los países de la región, anunciaban su presencia y hacían retratos de sus clientes. Cuando terminaban su trabajo se iban a otro sitio. Pero tenían sus ayudantes locales, que aprendían con ellos y cuando su maestro se marchaba, ellos seguían en el oficio", cuenta. Ahora prepara Los espejos de la memoria, sobre los antiguos daguerrotipos, antecedentes de la fotografía en los cuales la imagen se registraba sobre placas metálicas. Por supuesto, abre un armario y muestra un par de ejemplos. Uno es el retrato de una dama del siglo XIX, cuyo nombre se perdió en el tiempo pero su estampa permanece casi como el primer día. El daguerrotipo se inventó en 1839 y un año más tarde ya estaba en Montevideo. El primero fue una imagen de la Iglesia Matriz: el original se perdió, pero sí se conserva una litografía.
SUS COSAS
UNA CAMPANA
Entre los objetos adquiridos por Varese en subastas no sólo hay documentos y antiguos periódicos. En un lugar destacado de su oficina tiene una campana de un remolcador de la compañía de Antonio Lussich, que data de alrededor de 1890. Piensa donarla al Museo Naval.
SU ÚLTIMO LIBRO
A orillas del descubrimiento es su último libro, "por ahora", según aclara. Lo escribió junto a Valerio Buffa Invernizzi y Alejo Cordero, buzos y arqueólogos, que hallaron lastre de las embarcaciones de Sebastián Caboto (o Gaboto) en el río San Salvador, primer registro de la presencia española el territorio nacional.
LA TECNOLOGÍA
Tampoco todo es archivo de tiempos pasados en la oficina de Juan Antonio Varese. En su escritorio, además de una PC y un teléfono con fax, hay un iPad. "Hace año y medio que lo tengo y me cambió la vida. Es una maravilla, tengo mi archivo, redacto mis notas, mantengo mi correo electrónico. Le rindo culto a la tecnología", admite.