COLUMNA — CABEZA DE TURCO
Washington Abdala
Reconozco a un chanta en tres segundos, de veras, en un ratito me doy cuenta de lo que habla, dice, o hace que habla, o dice que piensa. No soy mago, ni nada por el estilo, solo que de tanto ver, oír, bancar, poner atención, se aprende a reconocer quién es un chanta.
Arranquemos por ponernos de acuerdo sobre lo que significa un “chanta”, porque tengo una versión amplia del personaje.
Es “chanta” el que agranda, el que miente, el que juega de manera demagógica para su propio relato, el que versiona de forma interesada su postura sobretodo cuando posee falsa humildad. El chanta es un estafador por excelencia, no es un gran conspirador, ni siquiera se requiere una magistral inteligencia, simplemente es un articulador de ideas que pretende demostrarnos que estamos ante alguien valioso y único, a quienes los simples mortales no deberíamos dejar pasar delante de nuestros ojos sin reverenciar. Talento trucho, que nos envuelve y nos engaña, porque el chanta nunca tiene la guita que dice tener, ni la fidelidad que aparenta, ni la certeza de sus objetivos, ni la firmeza en sus convicciones, ni el principismo que declama, ni nada. Es frágil en el fondo, solo que construye su rol actoral desde el epicentro de la falsedad impostada. Ser chanta es la impostura, esa es la clave, lo no auténtico, lo falso, lo mendaz.
He conocido tantos chantas en mi vida que creo no me darían lo que queda del domingo para contarles lo jodido que son estos personajes. Básicamente, algo tienen los tipos, porque muchos caemos en sus redes, son hábiles declarantes, conocen de la psicología humana y depredan a su paso.
El falso intelectual, el político ambicioso que busca poder y se vende altruista, el vendedor embustero, el comunicador que posa de inteligente (y es un necio o necia), el que siempre cree que las tiene todas, el que solo hace que te oye y principalmente el que derrapa con sus guasadas y cree que porque lo dice él, el resto de los “plebeyos” lo vamos a aplaudir. O la tenemos que aplaudir. Son solo chantas. Nada más. No calentarse.
¿No me digan que nunca conocieron gente así? Está lleno el mundo de estos tipejos y tipejas. Nos cansan con su tilinguería posicional y sus fotos freakeadas. Maradona era chanta antes de ser un enfermo (lo digo con respeto, no soy de los que se apilan a la hora de la caída de nadie, al revés, código de barrio); Neymar tuvo épocas chanta; Cristiano Ronaldo es hiperchanta (claro, en este caso la complica porque más de una vez la realidad le da la razón a su cuento delirante de rey del Mambo). Messi y Suárez son lo opuesto a un chanta. Capos.
¿No hay chantas en tu trabajo, en tu barrio, en los medios de comunicación donde los observás a diario? ¿No advertís chantas en los políticos a los que te oponés (nos cuesta ver el chantismo en aquellos que seguimos) en cantantes de moda y hasta en panaderos, vendedores de vino chetos o mozos de boliches arruinados? Hay chantas por donde sea. Y hasta gente culta, de tanto merodearse a sí misma, termina chantuneando. ¡Insoportables!
Tuve amigos timberos que eran los más chantas del mundo, casi tanto como los mujeriegos de los ochenta que inundaban el Uruguay. ¡Bué! Nadie más chanta que el dogmático de derecha que cree que el mercado es la madre Teresa, o el dogmático de izquierda que se comió los ticholos del cuentito Disney de Karl Marx que tan bien sienta a la conciencia y tan cretino fue con la realidad.
Cuando pienso en algún chanta que me gustara, la verdad, recuerdo a Pipo Mancera, un chanta agradable. Y el mejor chanta del mundo lo interpretaba Juan Carlos Calabró haciendo ese personaje. ¡Magistral! Pero el rey fue Fidel Pintos. Los veteranos que me leen lo amaron, lo sé. Al final, curioso, algunos chantas son divertidos. Si será ladina la mente humana.