Roger Waters entre el amor y el odio: la música como una forma de hacer política

El músico británico -uno de los arquitectos de la obra de Pink Floyd- ha pasado de ser un provocador incómodo a un imán de acusaciones que van desde el antisemitismo hasta la utilización de sus conciertos como tribuna política.

Captura de pantalla 2025-06-17 a las 10.56.04 a. m.jpg
Roger Waters.

Roger Waters siempre tuvo dos perfiles superpuestos: el compositor que construyó muros sonoros con Pink Floyd y el activista que no se muerde la lengua. Pero los últimos años, la figura del músico británico -uno de los arquitectos de álbumes como The Wall y Dark Side of the Moon- ha pasado de ser un provocador incómodo a un imán de acusaciones que van desde el antisemitismo hasta la utilización de sus conciertos como tribuna política. Su último show realizado en noviembre de 2023 en el Estadio Centenario, bajo una lluvia infernal, fue una prueba de ello.

Las acusaciones de antisemitismo, que lo acompañan desde hace más de una década, se han vuelto su controversia más persistente. Diversas organizaciones judías lo han señalado por declaraciones, metáforas y elementos visuales de sus espectáculos que consideran ofensivos. No hay que ir muy lejos para encontrar ejemplos de esto: en Uruguay llegó a pedirse que se le retirara la distinción de “visitante ilustre” que le otorgó la Intendencia de Montevideo. Y se dijo que hubo hoteles que rechazaron hospedarlo.

Waters se ha defendido reiteradamente, afirmando que sus críticas se dirigen exclusivamente al gobierno de Israel y a lo que él describe como políticas “opresivas” hacia el pueblo palestino. “Mi posición es contra la injusticia, contra la ocupación y contra la violencia del Estado, no contra ninguna religión”, ha dicho en múltiples entrevistas. Sin embargo, su insistencia en diferenciar crítica política de prejuicio no ha sido suficiente para detener el alud de reproches, especialmente cuando imágenes de sus shows -como la figura de un cerdo inflable con símbolos asociados históricamente al antisemitismo, o la calificación de “genocidas” a prácticamente todos los presidentes de Estados Unidos- se vuelven virales y generan reacciones inmediatas.

Su postura respecto al conflicto israelí-palestino ha sido tan frontal que lo ha enfrentado no solo con entidades políticas, sino también con músicos y colegas. La grieta interna en el universo Floyd explotó públicamente en 2023, cuando Polly Samson, escritora y esposa de David Gilmour, el ex guitarrista de la banda, publicó un mensaje incendiario en redes sociales acusándolo de antisemitismo, misoginia y simpatías políticas cuestionables.

“Cada palabra es demostrablemente cierta”, replicó Gilmour, respaldando a su esposa. La respuesta de Waters fue seca y evasiva: calificó las declaraciones de “totalmente falsas” y dijo que no comentaría agravios personales. La escena -dos ex miembros de una de las bandas más influyentes del siglo XX lanzándose acusaciones mutuamente irreconciliables- no hizo más que profundizar la percepción de un vínculo irreparable, pero también alimentó nuevas lecturas sobre el carácter y el rumbo público de Waters. Un rumbo que, sin dudas, lo ha hecho perder miles de seguidores a lo largo y ancho del mundo.

Críticas a EE.UU.

Su relación conflictiva con la opinión pública no se limita al tema de Israel. En Estados Unidos -donde vive como un izquierdista combativo mientras posee una mansión de US$ 30 millones- Waters ha sido objeto de críticas por atacar duramente la política exterior norteamericana durante conciertos ofrecidos en el propio país.

Además, a fines de setiembre se lo vio junto al presidente de Colombia, Gustavo Petro, encabezando las marchas contra Israel en Nueva York. Por este hecho, el gobierno de Donald Trump le retiró la visa a Petro.

En varias giras recientes, incluidas Us + Them y This Is Not a Drill, proyectó en pantallas gigantes mensajes que calificaban a expresidentes y funcionarios estadounidenses como responsables directos de crímenes de guerra. Cuando periodistas estadounidenses le preguntaron por el impacto de esos señalamientos, Waters respondió con su habitual ironía: que decir la verdad nunca debería depender del lugar donde uno pisa. Esta actitud le ha granjeado aplausos de parte del público más identificado con la izquierda, pero también acusaciones de provocación y oportunismo.

La politización creciente de sus espectáculos es, quizás, la transformación más visible de su etapa tardía. Lo que antes eran conciertos conceptuales atravesados por metáforas ahora son -según muchos críticos- mítines político-artísticos donde la música parece funcionar como acompañamiento de un manifiesto social.

Waters, hoy de 82 años, se defiende argumentando que siempre fue un artista político y que los viejos discos de Pink Floyd como The Wall, Animals o The Final Cut ya contenían una clara crítica al poder, al autoritarismo y al militarismo. Para él, no hay ruptura sino continuidad. Pero su audiencia se encuentra hoy más fracturada que nunca; algo que tal vez no le importe demasiado, por estar ya en retirada.

Roger Waters en conversación con José Mujica
Roger Waters.

Con el finado Ozzy

Las polémicas no siempre vienen del ámbito político. En los últimos años también ha tenido cruces con colegas del mundo del rock. Sharon Osbourne, figura central dentro del universo de Ozzy Osbourne, reaccionó en días pasados después de que Waters hiciera comentarios despectivos sobre la música y la carrera de su recientemente fallecido esposo. Aunque Waters sostuvo que se trataba de una valoración artística personal y no de un ataque, la respuesta de la familia Osbourne fue contundente, acusándolo de arrogancia, falta de respeto y decadencia profesional. Ese episodio, menor frente a controversias mayores, fue sin embargo revelador: incluso en asuntos puramente musicales, Waters parece hoy incapaz de emitir una opinión sin provocar un conflicto.

El debate sobre quién es realmente Roger Waters en 2025 -el artista visionario, el activista incorruptible, el polemista irreductible o simplemente un hombre envejecido que no ha aprendido a ceder- sigue abierto.

Sus declaraciones, muchas veces salpicadas de sarcasmo, muestran a un músico convencido de su causa: “Refuto totalmente esas acusaciones”, ha dicho una y otra vez respecto a sus detractores; en otras ocasiones, ante críticas insistentes, se limitó a mordaces “No comment” o “Oh, shut up”, frases que alimentan la percepción de un personaje que ya no busca persuadir sino desafiar.

Lo cierto es que Waters se ha transformado en un territorio de disputa cultural donde convergen la libertad de expresión, la memoria histórica, la sensibilidad política y la ética del artista. Sus conciertos, entrevistas y declaraciones son examinados con lupa. Sus antiguos compañeros, críticos musicales, activistas y fanáticos proyectan en él sus propias expectativas y frustraciones. Y Waters, lejos de suavizar su presencia pública, parece predispuesto a empujar cada vez más los límites.

Su legado musical es indiscutible, incluso cuando en sus conciertos retire algunos de los solos de guitarra más icónicos que Gilmour le imprimió a la música de Pink Floyd, solo porque a su excompañero de ruta no lo puede ver ni en figurita.

Su legado político, en cambio, está aún por escribirse. Lo que sí parece claro es que Waters ha elegido vivir en el filo de la controversia, aun cuando ese filo corte -frecuentemente- en su contra.

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

Roger Watersmusica

Te puede interesar