Publicidad

Retratando la Feria de Tristán Narvaja

Compartir esta noticia
Pese a la pandemia la Feria de Tristán Narvaja mantiene su público fiel cada domingo.
AAngiolini

Actualidad

Tres fotógrafos recorren cada domingo el tradicional paseo montevideano para retratar personajes y situaciones

Es desde hace más de un siglo el paseo preferido de muchos montevideanos y también de turistas. Heredera del El Rastro de Madrid o de los “mercados de pulgas”, la Feria de Tristán Narvaja congrega cada domingo desde hace 111 años a miles de curiosos paseantes seducidos por su oferta variopinta que va desde antigüedades, libros, prendas, alimentos y objetos de todo tipo.

Tres jóvenes fotógrafos se sintieron atraídos por esta feria tradicional y apuntaron sus objetivos hacia esa larga oferta multicolor que se extiende a calles laterales. Fueron, primero, tentados a ver qué ocurría en plena pandemia con el paseo y para su sorpresa constataron que miles de visitantes continuaban fieles a la cita, con o sin tapabocas.

Sebastián Angiolini, Juan Manuel Barbé y Federico Montaldo decidieron que allí había mucho que mostrar con sus cámaras y comenzaron a trabajar en un proyecto que nombraron “desConocidos de Tristán”. Y desde el pasado mes de junio acuden, puntualmente, desde media mañana hasta que levantan los puestos a primera hora de la tarde. Y desde entonces su enamoramiento por la feria no ha hecho más que aumentar.

DESCUBRIR TRISTÁN. “El 2 de enero pasado cayó domingo, yo no tenía licencia, pero desde hacía mucho tiempo quería ir a conocer a fondo la Feria de Tristán Narvaja”, cuenta Sebastián Angiolini.

Puso su cámara de fotos en la mochila y salió rumbo al Cordón. “La recorrí, hice fotos, pero sin ninguna idea en particular, y a cada paso me encontraba con personajes increíbles”, recuerda Sebastián.

Mientras caminaba por la calle atestada de gente, escuchando los voceos de los puesteros, la música de parlantes o de músicos callejeros y la mezcla de aromas de medio tanques y carritos le inundaba las narices, el joven fotógrafo sintió que allí había algo más. “Nunca imaginé que la experiencia me iba a marcar tanto”, dice Sebastián.

Fascinados por el espectáculo multicolor los fotógrafos acuden cada domingo.
Fascinados por el espectáculo multicolor los fotógrafos acuden cada domingo.

Lo cierto es que el paseo dominguero quedó grabado en su memoria. Pasó el tiempo y siempre tenía la promesa íntima de volver a Tristán. Pero se desató la pandemia y cambió todo. Con los primeros meses de confinamiento voluntario era impensable hacer una nueva visita.

Finalmente en junio, cuando lo peor de la emergencia sanitaria ya parecía haber quedado atrás, Sebastián sintió que era el momento. Le dijo a su amigo Juan Manuel para ir a la feria cámaras en mano y comenzar a retratar aquel mundo en plena pandemia. “Pensábamos que tal vez no encontraríamos mucha gente, pero explotaba”, recuerda.

Y allí mismo, mientras volvían a recorrer las cuadras y cuadras de puestos callejeros, fue naciendo el proyecto. “Con el paso del tiempo se fue puliendo un poco y terminamos por dividirlo en dos grandes áreas”, cuenta Sebastián.

“Nuestra idea era la de acompañar cada domingo a algunos feriantes, parábamos a hablar con cada uno, les tomábamos fotos. Nosotros queríamos que no nos vieran como extraños y de ir tantas veces ya lo estamos logrando, ahora nos ven y dicen: ‘Ahí vienen los chiquilines de las fotos’. Y eso era lo que queríamos”.

Agruparon sus fotos en dos grandes grupos: por género, para retratar a mujeres al frente de puestos, y por población migrante, ya que muchos migrantes encontraron en la feria una forma de supervivencia más que atractiva.

Y así “los chiquilines de las fotos” se hicieron parte del paisaje dominguero. “Algo que comentamos con mis amigos es que resulta increíble cómo un paseo montevideano tan clásico puede tener seres tan increíbles, por su aspecto, vestimentas”, comenta el fotógrafo.

Tipos humanos e historias de lo más variadas. Les fascinó la charla con un veterano puestero que, además de ser funcionario público, hace más de 40 años que arma su puestito en la feria. “O una chica sueca que, por casualidad, descubrió la feria hace siete años y se enamoró; desde entonces viene y arma su puesto con artesanías”, cuenta Sebastián.

Migrantes venezolanos que venden sus arepas o de otras nacionalidades que venden artesanías o prendas se suman a los puesteros “de toda la vida”, como los libreros que sacan sus mesas a la calle y ofrecen libros nuevos y viejos, algunas “joyas” que avezados lectores pueden encontrar en las mesas.

La enorme variedad superó los planes iniciales de los fotógrafos, pero también las condiciones especiales que se viven en este momento.

“Entre las fotos del acervo histórico que se liberaron recientemente y que se están exhibiendo coloreadas encontramos algunas de la feria. Y lo que más nos llamó la atención fue ver el público en las primeras décadas del siglo XX que iban de traje y corbata. Y entonces pensamos cómo han cambiado las cosas y cómo se verán nuestras fotos en unos años, una de las cosas más distintivas, creemos, van a ser los tapabocas. Estas fotos van a ser típicas de la época de la pandemia”, reflexiona Sebastián.

EL PROYECTO. Ahora “desConocidos de Tristán” ha comenzado a tomar forma. Y el trío de fotógrafos ya piensa en una exposición y también en un fotolibro.

“Queremos ver qué va a pasar en la feria pos COVID, qué pasará cuando todo esto pase y vuelva cierta normalidad”, señala Sebastián.

Mientras tanto continúan yendo a la feria cada domingo. “Nunca es igual al domingo anterior, cada feria es distinta”, asegura. Y lo que comenzó casi como un paseo ahora es un trabajo a tiempo completo, cada jornada es agotadora. Con la ayuda de algunas aplicaciones calcularon que cada domingo de feria hacen entre ocho y 12 kilómetros de caminata. “Terminamos muertos”, confiesa.

“Vamos a continuar yendo porque cada vez hay algo nuevo. Es como una gran puesta en escena”, dice.

"Cuando hice esta foto me acordé enseguida de aquella de la niña afgana".
"Cuando hice esta foto me acordé enseguida de aquella de la niña afgana".

Mientras tanto buena parte del trabajo puede verse ya en su cuenta de Instagram (@sebaangok), donde van apareciendo los personajes de esta “puesta en escena”.

“Encontrás de todo: actores, artistas, escritores, políticos”, describe.

No obstante, con sus amigos está reservando buena parte del material para el proyecto. Tienen la idea de presentarse a la convocatoria del MEC de fondos concursables para una muestra y una publicación en formato de libro.

“La idea es acompañar cada foto con un texto donde intentaremos describir lo que encontramos”, cuenta.

La idea de “desConocidos en Tristán” juega tanto con los tipos que encuentran a lo largo de cada paseo, como la de ellos mismos como ese trío de desconocidos que domingo a domingo descubre algo nuevo en este peculiar mundillo.

Mientras tanto los tres amigos continúan con sus respectivas ocupaciones profesionales. Sebastián Angiolini en el área de comunicaciones del Centro Cultural de España, y Juan Manuel Barbé y Federico Montaldo como fotógrafos freelance y en agencias de publicidad.

Eso sí, cada domingo cumplen con el ritual de varios miles de montevideanos. Preparan la mochila y sobre las 10 de la mañana se dejan caer por Tristán Narvaja y 18 de Julio para empezar la caminata que los llevará, varias cuadras más adelante, a la aventura de la feria.

Un paseo que va a cumplir 111 años

El domingo 3 de octubre de 1909 se armó por primera vez la feria. Por entonces la calle se llamaba Yaro, años después tendría el nombre de Tristán Narvaja, el notable jurista del siglo XIX que redactó el Código Civil uruguayo en 1868 y fue autor de una extensa obra jurídica, además de diputado y ministro antes del militarismo. Al principio la Feria de Tristán Narvaja fue una feria agrícola que hasta entonces había deambulado desde la Plaza Independencia por varios sitios en el Centro desde el último tramo del siglo XIX hasta principios del XX. Pero pronto se convirtió en un verdadero “mercado de pulgas” con más de tres mil puestos en los que se ofrecía desde piezas de mobiliario, prendas, libros, artesanías, mascotas de todo tipo, los aparatos electrodomésticos más diversos y casi cualquier tipo de objeto imaginable. La variedad comenzó a organizarse por tramos, como ocurre hasta hoy en la Feria de Tristán Narvaja que se ha ido expandiendo a calles laterales y en alguna ocasión ha llegado a tener puestos hasta en la calle Ejido, distante varias cuadras del tradicional enclave ferial.

"Personajes increíbles"

“Cuando hice esta foto me acordé enseguida de aquella de la niña afgana, por supuesto que no me estoy comparando con Steve McCurry, pero algo en el aspecto, en la actitud me trajo esa imagen”, cuenta Sebastián Angiolini, el fotógrafo que junto a sus dos colegas vienen trabajando en la Feria de Tristán Narvaja. “Es increíble la cantidad de tipos que encontramos, personajes increíbles”, asegura.

"Cada feria es distinta"

“Cada feria es distinta a la anterior”, señala Angiolini. Desde hace dos meses concurren a Tristán Narvaja cada domingo con el propósito de registrar el paseo montevideano. Angiolini, Barbé y Montaldo fueron encontrando el pulso de la feria, sus aromas, sus colores, sus sonidos típicos, su música y el heterogéneo desfile de personas de todo tipo, desde artistas y escritores hasta dirigentes políticos entre el público.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad