M.B
Pronto, la bandera de Uruguay cambiará: de fondo blanco y con dos franjas azules, el nuevo pabellón mostrará al sol en una posición central y a su lado, lucirá una espiga de trigo, símbolo de la desaparición del hambre. El Cerro pronto se llamará Monte de Sión y Montevideo, Nueva Jerusalén. Para entonces, habrá llegado el mesías, que descenderá en una nube a la cima del Cerro de Montevideo; habrá viajado en el pecho de un águila, acompañado de naves extraterrestres, para salvar a la humanidad.
La visión pertenece a Madre Esmeralda, que en verdad se llama Esmeralda Gutiérrez, una anciana que no quiere revelar su edad y que casi no camina debido a múltiples fracturas de la cadera. Vive en una casa antigua del Prado —gran parte del tiempo en cama— y en torno a ella y a su mensaje se ha unido un grupo poco conocido, pero integrado por miles de fieles que miran al Cerro con otra luminosidad, muy distante de su empinado día a día de barrio humilde. Son uruguayos, pero también hay cientos de argentinos y unos 5.000 italianos que conocen y creen en la palabra de Madre Esmeralda. Y esperan, siguen esperando.
Sin embargo, no es estrictamente a ella a quien tienen fe o al menos, no sólo a ella. Ninguno de sus seguidores confiaría en esta uruguaya versión del regreso del mesías si no fuera porque están convencidos de que quien la anuncia es el mismo Dios a través a la voz de Madre Esmeralda. Y la primera convencida es ella: "Desde niña recibo la palabra de Dios Padre y la transmito, estoy en permanente diálogo", dijo la señora, acostada en su cama de madera antigua, sin almohadas y casi a oscuras. "También tengo visiones de lo que va a pasar en el mundo o aclaraciones de pasajes bíblicos; todo el tiempo el Padre me está mostrando algo; yo no sé lo que es dormir".
¿Por qué creen en ella? ¿Por qué en una profeta uruguaya, que fue costurera y luego funcionaria del Tribunal de Cuentas y que en apariencia no es distinta a una jubilada más?
Un recién llegado podría asombrarse de la naturalidad con la que la señora da sus mensajes aparentemente divinos en verso y de corrido, sin interrupciones o errores. O tal vez se decepcione, pues los mensajes —que ya son más de 15.000 y están en su mayoría grabados—son siempre en español y a menudo, reiterativos, contrarios a la amplitud que un creyente podría imaginar en Dios. Podría el iniciado aumentar su fe basándose en el hecho de que Esmeralda no cobra, ni promete milagros o sanaciones, pero también disminuirla al comprobar que el tono de voz o aspecto de la mujer no cambia en ningún sentido cuando dice hablar por Dios.
Al final, es cuestión de creer o reventar, como dicen.
MISION. Por creer, seguramente, se inclinan entre 30 y 40 personas por día que llaman por teléfono a Madre Esmeralda. De ella —o más bien de las palabras que al parecer Dios pone en su boca—buscan un consejo, consuelo o bendición, según dijo Giancarlo, un misionero italiano que hace 20 años dejó todo para acompañarla en este rincón de Sudamérica. La frágil salud de la mujer, que fue operada 14 veces de la cadera, hizo que la comunicación con sus seguidores se redujera en los últimos años a llamados telefónicos y a una reunión semanal de una hora, los sábados, en la vieja casa del Prado.
Atrás quedaron los viajes: a Italia, el destino más recurrente, fue invitada 18 veces, pero también estuvo en Argentina, en Estados Unidos, Chile, Brasil, Bolivia, Albania, Israel. Madre Esmeralda no recuerda todos los aviones que se tomó desde la década de 1970 cuando comenzó lo que ella y sus seguidores llaman la "misión", o sea, cuando decidió difundir los mensajes, luego de jubilarse de su cargo público, en el año 1973.
La "misión" no tiene nombre, templo, tesorero ni funcionarios de cualquier otro tipo. Lo más parecido a un empleado, aunque honorario, es Giancarlo, cuyo principal trabajo es grabar los mensajes que creen divinos. De ellos se desprenden los pilares religiosos de la misión: concepción de Dios como padre —no como juez—, pronta llegada del mesías al Cerro de Montevideo —no hay fecha específica— y la salvación de todos; es decir, no habría un juicio final y por lo tanto tampoco elegidos: todos los humanos están destinado a regresar al Paraíso.
Además, los mensajes dan una explicación que matiza la versión bíblica sobre el origen del universo y del hombre. Dicen, por ejemplo, que el infierno no existe:
"Si hubiera un infierno/Yo sería el primero en quemarme en él/Iría corriendo a rescatar a mis hijos", es el fragmento de uno de ellos.
Algunos de los textos se han publicado en los libros "Madre Esmeralda, voz y corazón de Dios" y "Uruguay, país de gloria, faro del mundo", que se distribuyen gratis en la misión. También hubo una publicación en Italia, que se titula "Raggi di Esperanza" (Rayos de esperanza). En Internet, la página Web www.chasque.apc.org/ giancare/madre/ , reproduce unos 600 mensajes.
ITALIA Y MáS. A lo largo de años, la misión fue sumando simpatizantes, que en Uruguay se concentran en Montevideo y Salto; en Argentina, en Buenos Aires y Rosario y en Italia no hay una región específica de mayor influencia; en los distintos viajes, Madre Esmeralda visitó 70 ciudades de ese país.
A las reuniones sabatinas asisten entre 30 y 40 personas. "Siempre nos mantuvimos en ese número, que son los que entran en la casa, pero la gente ha ido cambiando a lo largo de los años, van y vienen", aseguró Giancarlo. Ni en Argentina, Italia ni en ningún otro país hay reuniones o representante alguno, sólo personas que llaman por teléfono o viajan a Montevideo de vez en cuando.
Además de la fe en Madre Esmeralda, el único distintivo de los integrantes de la misión es que saludan con dos besos, uno por mejilla; "Es el doble beso de la paz, paz del cuerpo y paz del alma", explicó Giancarlo. Dos que pueden ser cuatro, ocho o doce o más, si la saludada es Madre Esmeralda, que suele ser muy afectuosa con sus seguidores.
ITALIANO FIEL. Como el 31 de diciembre fue sábado, el último encuentro del año 2005 tuvo que adelantarse al jueves 29. Fue en el living de la casa del Prado, donde se dispusieron tres bancos largos como de Iglesia y una decena de sillas. El lugar estaba lleno y había algunos en el pasillo; hacía mucho calor.
"La madre pasó mal la noche, con vómitos, y no podrá estar con nosotros", abrió el encuentro Giancarlo. A su lado, había una silla vacía, alta, con almohadones.
La reunión contó con una presencia especial, la de Stefano Turchi, que recién había llegado de Italia. Trabaja en un banco en Milán, Credem, y ha viajado 15 veces a Uruguay; tiene una casa en Montevideo y otra en un balneario de Rocha: La Esmeralda.
Turchi conoció a Madre Esmeralda en 1994, en Verona. "Yo estaba trabajando en un banco y un amigo me dijo: ’Hay una señora que habla con Dios’. No le creí, por supuesto, pero finalmente fui a verla y eso cambió mi vida", dijo el italiano en un claro español.
"Lo que más me impactó fue la imagen de Dios como padre, un padre que ama y sufre con sus hijos, no los juzga", agregó el bancario que dijo tener una formación católica.
PROFECIA. Según los mensajes de Madre Esmeralda, luego del descenso del mesías al Cerro de Montevideo se multiplicarán los milagros, primero en Montevideo y luego en el resto del país. "Uruguay será reconocido en el mundo", dijo la mujer.
La misión de este mesías que es, según los mensajes, el primogénito, el hermano mayor, será preparar a la humanidad para el regreso al Paraíso. La tierra cambiaría su nombre para "Reino de la bondad; durante siete años no habría ningún nacimiento, porque no existirá la atracción en el sentido que tiene ahora; todos se mirarán como hermanos", dijo Madre Esmeralda.
Finalmente, habría un gran incendio que quemará las entrañas del planeta; morirán los humanos, pero de acuerdo a Esmeralda, lo que morirá será la "parte terrena" del hombre, pues su alma se salva en el Paraíso.
EL ANGEL DE LA GUARDA DE ESMERALDA
En 1930, Eulogio Ramón Gutiérrez, dueño de una carnicería, vivía en la calle República Argentina, al pie de la Fortaleza del Cerro de Montevideo. Su esposa se llamaba María Rosario Fabelo y su hija, que entonces tenía seis años, Esmeralda.
La niña tenía la particularidad de contar historias, según relata ahora, muchos años después. Decía tener un amigo invisible, un ángel, que le contaba cosas. Por esa capacidad para fabular, sus padres bromeaban con que la pequeña se transformaría en escritora. (En aquel momento no existía la televisión, ni los castings para niños artistas).
"Al principio, pensé que era mi ángel de la guarda, pero un día él me preguntó: ¿Quién crees que soy? Y yo le respondí: mi ángel de la guarda. Y él me dijo: no, soy Dios Padre. Quedé como muerta, dura", cuenta ahora Madre Esmeralda.
Ella era católica y asidua de la Iglesia de la Virgen de la Ayuda, donde tomó la comunión y donde luego sería catequista. Ahora ya no asiste más a misa, pues considera —porque se lo reveló Dios, aclara—, que su misión es universal y no debe identificarse con una Iglesia en particular.
Vinieron momentos difíciles. Por deudas, la carnicería de su padre debió cerrar y la familia tuvo que irse a vivir a un rancho: "El baño eran tres chapas y un agujero en el piso, la puerta, una bolsa de alpillera. No me quiero ni acordar", acotó Madre Esmeralda, que prefiere omitir de su relato las circunstancias duras. Sólo asegura que fueron muchas. "A veces me preguntan cómo es posible que hablando con Dios, sufras tanto. Y yo respondo: es lo justo, si no me pasa a mí, ¿cómo entiendo a los demás?. Jesús no vino a divertirse", agregó. En los últimos años, la señora se accidentó cinco veces en escaleras y un pesado ropero se le cayó encima.
De adolescente estudió costura, se recibió y puso una academia, dio clases en dos escuelas. A los 26 años consiguió un puesto en el Tribunal de Cuentas. Mientras tanto, continuaba el diálogo con su Dios, que ella mantenía casi en secreto. "Algunos sabían, los más íntimos, pero mantenían reserva".
Se casó y tuvo un hijo, que vive ahora en Brasil. Un día de 1973, Dios le habría dicho: "Ahora abandonas todo y te consagras a la misión para la que estás".