Cuáles son las vertiginosas razones por las que Río Negro cuenta con la “capital nacional del Turismo Aventura” en Argentina.
Tres años después de la erupción del volcán Puyehue, San Carlos de Bariloche debió desempolvarse, reactivarse. Pero ante un panorama crítico, la ciudad rionegrina respondió con entusiasmo y énfasis en la oferta de turismo activo, hasta lograr la denominación como nueva Capital Nacional del Turismo Aventura en Argentina. Las actividades en la zona se multiplicaron y diversificaron. El turismo explotó en los lagos, donde creció considerablemente la práctica de kayak, canoas, stand up paddle, windsurf, kitesurf, yachting, pesca y hasta buceo. En los ríos, el rafting se volvió furor. En la montaña, los senderos andinos y las cabalgatas siguen siendo un clásico junto al espíritu joven del mountain bike y el canopy. Aquí, apenas una pequeña muestra de un menú cada vez más completo.
Navegar.
Para disfrutar de los lagos patagónicos, una buena alternativa es la navegación en veleros como El Orgulloso, de 26 pies, que espera en el brazo Campanario del Nahuel Huapi. La propietaria y timonel, Carolina Souhilar, explica que las salidas en estas embarcaciones son cada vez más buscadas, sobre todo para grupos familiares.
Con el viento soplando a diez nudos los turistas izan la vela mayor y toman velocidad. A bordo, todos participan en alguna tarea: desatar la vela de la botavara, desplegar la vela mayor o el foque, tomar el timón si las condiciones lo permiten. Tanto a la ida como a la vuelta siempre hay algo para hacer. A medida que gana velocidad, el velero se inclina en una de sus bandas y los pasajeros comienzan a sentir vértigo. La experiencia de navegar en semejante entorno los deja sin palabras.
Cabalgar.
En el valle del río Ñirihuau, unos 15 kilómetros al sudeste del Centro Cívico, la familia Haneck, de origen alemán, pero con cinco generaciones en Bariloche, recibe con los caballos ensillados para una cabalgata de dos horas. Entre los cerros Las Buitreras y Carbón se atraviesa un gran mallín y un bosque de ñires, retamos, palo piche y varios otros. Luego se asciende al filo del cerro Bernal. Herman Haneck pobló estas tierras tras haber acompañado como cocinero a Perito Moreno durante la delineación de la frontera argentino chilena en 1890.
Volar.
En Colonia Suiza espera Axel Bisio, que hace diez años propone volar entre las copas de los árboles de Bariloche. Luego de un rápido instructivo y un viaje de diez minutos en 4x4 hasta la base, coloca a los turistas un sistema de arnés con poleas, casco, guantes y un protector de cuero para usar de freno.
A medida que los primeros en la fila inician el paseo de 1500 metros a unos 20 metros de altura, sus gritos y chillidos se pierden entre los cohíues. Toca entonces contradecir el instinto de supervivencia y saltar al vacío para sentir el viento, la altura y la humedad, para redescubrir la profundidad del bosque y una espectacular vista del Nahuel Huapi. Gritando y sonriendo, las ramas están cerca y el suelo, lejos, todo fríamente calculado. Al final quedan ganas de más.
Pescar.
Después de una completa picada en el complejo Los Baqueanos, Víctor Katz lidera una excursión de pesca en el lago Gutiérrez. Tres novatos van sentados en la lancha en una postura poco atlética, como si estuvieran esperando el turno en el dentista. No pasan cinco minutos de charla cuando una caña se tuerce repentinamente hacia el agua. El entorno se llena de gritos, risas y saltos. "¡Traela! ¡Pará! ¡Frená! ¡Levantá la caña!", indica Víctor. A unos 15 metros todos divisan las primeras señales de la trucha, la aleta dorsal flamea suavemente hacia el grupo cuando el experto exclama: "Es una arcoiris, es hermosa, no lo puedo creer, miren qué belleza". Al parecer, los años de rutina no acabaron con su fascinación. Una vez que la trucha, aproximadamente de un kilo y medio, está a un costado del gomón, Víctor le saca el anzuelo y la presta para las fotos. Luego explica cómo devolverla al agua sin que se perturbe, porque de estresarse "le podría dar un paro cardíaco".
Remar.
El río Manso inferior, a 70 kilómetros de Bariloche, es uno de los puntos más excitantes y a la vez seguros para practicar rafting en Argentina. Para la experiencia, algo así como la crema del postre en el turismo aventura, hay que calzarse traje de neoprene, botas, campera rompevientos, chaleco salvavidas y casco.
Javier, el guía, está a cargo de las indicaciones. Cada vez que el bote se gira, traba las piernas y hace palanca en el agua para enderezarlo. Tan solo en la primera pequeña ola quedan todos ensopados, incluso algunos despatarrados.
A partir de entonces los turistas se envician con cada choque, y no dejan de remar. Hasta que en la antepenúltima ola el gomón pega de costado y todos van a parar al agua. Si bien el chapuzón es bastante más chocante que un baldazo de agua fría, previamente habían sido avisados que de caer no habría peligro ya que siempre entre ola y ola llegan a haber 200 metros de descanso para relajarse.
Así se lo toman: hacen la plancha y se dejan llevar por la corriente durante diez minutos. Ninguno sufre el frío, la sensación es por el contrario revitalizante. De vuelta a bordo, Javier comenta: "Son muy afortunados de tener la experiencia de darse vuelta, no hay aventura más grande que esa".
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