CABEZA DE TURCO
Los molinos están en la mente, por cierto, son los del Quijote. Por Washiington Abdala.
Te lo cuento amigo, escribo para ser libre, para que mis pensamientos no sean míos, para que se desprendan de mí y naveguen por mares tormentosos. Escribo porque me hace bien al alma ver que no soy un pedazo de carne que anda por la vida inhalando y exhalando oxígeno sino que puedo ser algo más que le sirva a otros creando postales vitales para compartir. Escribo para descargar mis sentires de la mejor forma que puedo, para que ellos no me asfixien. Por eso escribo, porque me hace bien.
Escribo porque me subleva la injusticia y creo que con este teclado puedo hacer algo contra algunos despotismo a los que les reprocho su secuencia. Escribo para ser coherente porque lo que queda sentenciado acá no tiene retorno y serán siempre palabras que me perseguirán hasta que descrea de ellas. Escribo porque siempre estamos en lo mejor de nosotros mismos -los que estamos vivos-, no creo en el pasado porque ya no se cambia y el futuro no lo conoceremos jamás. Escribo para enfrentar molinos de verdad, sin temor a que en esos combates todo se pueda perder por el camino. Los molinos son mi producción, por cierto, son los del Quijote, es solo mi propia cabeza la que los produce. Escribo porque mis hijos algún día leerán algo de lo que escribo y seguro que será un buen testamento ver cómo veía el mundo su padre. Sí, en verdad, siempre escribo para ellos, aunque no lo sepan casi nunca. Ya lo sabrán, casi toda mi mente les pertenece, soy un rehén silencioso de ellos.
Escribo también para los que no tienen fe porque me gusta contagiar a otros lo que podemos hacer las gentes de buena voluntad, empeño y sincero sentir. Sí, escribo para que ellos sepan que no hay imposibles, que la constancia y la obsesión para con lo que se ama y es justo solo produce la magia de ser libre.
Escribo sin pretensiones literarias, refundacionales y dogmáticas, ya aprendí de mis contradicciones, las procuro enmendar, pero entendí que aceptándome era mejor negocio que autodestruyéndome. Por eso escribo, por eso hablo, por eso estoy por acá murmurando palabras en alguna esquina donde pueda ser útil a los que vienen llegando y a los que van partiendo. Yo solo soy una bisagra de un tiempo, como lo somos todos.
Escribo casi sin pensar, solo sintiendo, y ese es el mejor viaje en el que he estado siempre. Escribo desde mi conciencia, pero buceando en mi inconsciente, buscando recovecos, desechando expresiones que no me representan y haciendo nacer lo que mejor rotule mi existencia.
Tengo claro quién soy, como soy y que soy. No fue fácil llegar a este punto, pero llegué. Fue un viaje psicodélico con momentos de todo tipo. No diría que, si lo tuviera que repetir igual, así lo haría, con franqueza evitaría algunas piñas, momentos hirientes, errores que preferiría sortear para sangrar menos. Pero allí están. Que le voy a hacer.
Saber quién es uno te puede llevar toda la vida y podés no darte cuenta de nada. Está lleno de gente que nunca advertirá quién es. Los tipos como yo -disculpas por lo autorreferencial- sabemos entre tanta cicatriz como es la vida. Y estoy muy orgulloso de ser quien soy. Orgulloso no es la palabra correcta, en paz conmigo mismo es mejor. Ya me gané la batalla, ya sé bien que soy buena gente y ya me di cuenta de que no tengo que levantar la voz o enojarme con nadie para que oigan mis visiones. Simplemente vivir sin miedo, sin vergüenza de nada y asumiendo que la respiración que viene entrando es mejor que la que está languideciendo. Y si hay alguna gente que no le gusta, tranquilos, puedo vivir sin esa contribución.
No escribiría el testamento de Florencio Sanchez porque no soy diminuto y soy demasiado adulto (veterano) además. Solo voy a dejar mis escritos, mis pensamientos y poca cosa más. El resto tengo claro que se lo lleva el viento. La ventaja es que yo seré el viento. No tengo cómo perderme entonces en la aventura que vendrá. La ganaré seguro.