COLUMNA CABEZA DE TURCO
El odiador no nació así, lo hicieron así. Por Washington Abdala.
El odiador no nació así, lo hicieron así. Simplemente es hijo del contubernio, la conspiración, la maledicencia y la justificación ante lo que se le educa que no debe ser, por eso el odio es su atajo perfecto ante la no concreción de sus deseos. Los deseos no se cumplen, alguien tiene la culpa, así empieza a odiar y todo resulta lógico en la mente del furioso. Entiéndase bien, no es un asunto político, va más allá: es filosófico, existencial, emocional, es una forma de interpretar al mundo.
Los odiadores pululan por la vida, son gente que parece normal, pero al rascarlos braman y esculpen teorías sobre el mal, piensan que existen elites succionadoras de ciudadanos o que el accionar competitivo de unos sobre otros humanos se da con complicidades de gobiernos malévolos, para beneficios de unos y vejación de otros, y así aquello que suena simple -en un mundo complejo y asimétrico- se produce donde los buenos y malos se cruzan alegremente de barrio todas las mañanas. Un infantilismo delirante.
Es sorprendente el grado de certeza mental que poseen sobre sus creencias los odiadores. Son más que dogmáticos, son creyentes con la fe invertida, tienen la idea de que el otro actúa -como actúa- porque lo hace a propósito para mantener el mundo dirigido por la ignominia. Creen -parece broma- en que hay un plan diseñado perfectamente por un grupo de pérfidos, sórdidos, ominosos y seres iguanescos que todo lo tienen pensado y calculado. Uno queda perdido ante tanta locura argumental. Es más, ni siquiera vale la pena razonar con gente así.
En realidad, los odiadores sueñan con soluciones mágicas y la ignorancia no les permite divisar la imposibilidad de muchas respuestas por carecer de lo básico para la comprensión de los difíciles asuntos del existir. El odiador es odiador porque es ignorante, como no acepta la evidencia empírica de la realidad, patea contra el clavo, sangra y vuelve a patear. Linda con el imbécil, solo que el imbécil no repite la acción.
“Solo una mente educada puede comprender un pensamiento diferente al suyo sin necesidad de aceptarlo”, sostenía Aristóteles. Es claro que el odiador y el imbécil no logran alcanzar ese estadio. En eso se asemejan. Sin embargo, los odiadores están allí, saben que tiene que aportar su cuota de veneno cotidiano ante un mundo que, en realidad, no logran entender.
Y no hay con qué darles, tampoco vale la pena. No cambian, uno puede demostrar lo obvio, y sin embargo, el odiador sigue en su guarida mental creyendo que todo está montado para embromarlo. Que hasta el buen momento que vive es una ficción porque siempre sobrevendrá el mal. Son seres que no creen en si mismos, que aceptan el supuesto destino y no asumen los desafíos. Creen que la vida es lo que es y que no la pueden modificar. Winston Churchill admiraba a Charles Chaplin por su capacidad de dar vuelta su destino.
El mundo siempre tuvo y tendrá odiadores. Algunos se escudan en falsas modestias, otros se esconden en seres humildes que dicen pensar por el prójimo, y muchos son solo jacobinos. Prefiero a estos últimos porque sé lo que son. Los otros, los hipnotizadores de feria, que arman la fiesta para que parezca que la cobra les hace caso al sonar de su flauta, producen pánico, son genios de la manipulación, saben vender gato por liebre y liebre por huevitos de chocolate.
Hay que estar atentos a esta gente. Se está plagando de ellos y saben esgrimir sus espadas para que la sangre se derrame por allí. Al odiador no le importa que todo se tiña de rojo, es más, le apetece, cree que su causa lo amerita y si hay mártires, mejor. Ya se verá cómo aprovecharlos. Entiéndase bien, hay odiadores de derecha y de izquierda, de fe dogmática y de cero fe, de creencias revolucionarias y muchos que ni saben lo que es una revolución, hay odiadores militantes y otros que solo son cretinos útiles. Están por todos lados, son una plaga. Hay que sobrevivirlos con ganas de hacer y de vivir. Y que se queden mirando la luna.