Opinión | Mejor que ganar la lotería

“Me la habían recomendado como alguien solvente, seria y profesional”

Washington Abdala
Cabeza de Turco.

El individuo poseía una percepción sobrenatural o algo así. Era algo que él mismo no comprendía del todo -según me dijeron-, pero era un talento que le funcionaba en base a la observación de fotos, de allí sacaba conclusiones sólidas. Solo hacía inferencias en base a algo que le acontecía en su interior. Yo no creía demasiado en semejante estupidez, pero como el asunto en el que me estaba moviendo era delicado, fui por él, no perdía nada y mi íntimo amigo me dijo que no me iba a arrepentir.

Lo conocí en una cafetería Tatte del centro. Me estaba esperando, mirando su teléfono móvil. Él sabía a qué venía yo, me le presenté a lo rioplatense, le di la mano, empecé a decir banalidades para no ir de lleno al asunto y no me dio tiempo de nada. Cuando estaba con las cosas típicas del tiempo y la temperatura me dijo: “Mostráme cinco fotos de ella”. Me sonó feo eso, medio duro. Sentí que quizás la había macaneado al ir hasta allí y hacer lo que estaba haciendo, pero el pecado ya estaba consumado así que seguí para adelante.

Saqué mi teléfono del bolsillo, busqué Instagram y se lo iba a pasar. Allí me detuvo con la mano y me dijo: “No, así no, me tenés que seleccionar tú, una a una, cinco fotos que creas que son las que tengo que ver”. Me miró fijo a los ojos y los mantuvo abiertos y perforadores. Sostenía la mirada por detrás de unos bigotes gigantes. Me parecieron eternos esos segundos y tuve la sensación de estar mal, remal.

En ese momento de tensión no quise ni preguntar el criterio, así que fui seleccionando una a una las fotos que me parecían representativas de ella. La primera era una que sonreía delante del obelisco, la segunda tomando un helado, la tercera con una sonrisa fresca en una feria de second hand llena de turistas en Adams Morgan, la cuarta una que alguien le sacó en la biblioteca del Congreso donde trabajaba desde hacía 10 años y la quinta de espaldas a la tumba de John Fitzgerald Kennedy.

El tipo las miró y me dijo sin titubear: “No es de confiar y no te le acerques mucho… ella está en un territorio que no es el tuyo. Alejáte cuanto antes. Es un incendio”. En ese momento, me miró seco, sin la menor expresión, se levantó y se fue sin saludar.

Quedé shockeado por la forma en cómo había sucedido todo en menos de un minuto. La mujer por conocer era un contacto que me habían recomendado para averiguar eventuales acciones violentas de insurgentes que operaban en la frontera del país del conflicto que se pretendía disuadir. Me la habían recomendado como alguien solvente, seria y profesional. No cercana a nada riesgoso. Raro.

El lunes me llamó mi contacto para hacer la reunión con ella el viernes de esa semana. Le inventé una excusa. Volvió a llamar el otro lunes y seguí inventando reuniones inexistentes. La dormí y la situación se fue difuminando. No tenía la intención de inmiscuirme. Me fui olvidando del tema porque no quería correr riesgos. Todo tiene un límite y el mío se había superado ampliamente.

Un domingo cualquiera, estoy mirando la cadena noticiosa local de FOX5 y allí veo que la dama en cuestión, quien había armado una balacera matando a tres individuos sin explicación alguna en el frente de la embajada rusa. Suena todo a delirio, pero en ese momento solo atiné a respirar hondo y a sentir que había sacado la lotería.

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

columna Cabeza de Turco

Te puede interesar