Opinión| Malditos dictadores siempre

Se lo recordaremos hasta el día que metamos el pie en el cajón.

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Washington Abdala.
Washington Abdala.
Foto: Archivo

Los tiranos se auto justifican, son como esos asesinos que nunca confiesan sus crímenes y terminan convencidos que no fueron ellos. En el fondo, se creen su rollo de locura y de alienación. Se dicen -y lo dicen a los cuatro vientos- que su actuación (por fuera del estado de derecho) es por el bien de todos. Tiene el tupé de sostener que lo hacen por su comunidad mientras el mundo los mira; a veces algo se hace, en otras se hace muy poco. Esa es la verdad elocuente.

Los tiranos suelen tener una barra o séquito que los rodea y que los depreda (la corte) mientras ellos depredan a sus propios pueblos. Es un juego perverso de complicidades y miserias.

No existe en la historia de la humanidad despotismo que algún día no sea derrocado por el destino de sus pueblos. Lo pintoresco del caso es que el patrón es siempre el mismo. Robespierre no era mejor que Pinochet, Fidel Castro no era más dulce que Ceuacesco; todos usaron la violencia como un instrumento del que se apropiaron para chantajear emocionalmente (y físicamente) a su propia gente y así destruir a quien disentía con ellos. Fusilamientos, torturas, encarcelamientos, submarinos, en fin... el menú de violaciones de los derechos humanos es siempre completo y no tiene diferencias. Y pensar que hay imbéciles que no advierten semejantes desmesuras, que siguen ideologizando tanta tragedia y que solo levantan las banderas de las víctimas según prejuicios e ideologías, según el lugar y según de quien viene, como si la muerte de algunas personas fuera “necesaria”. Todavía no se entiende como hay gente que en Venezuela no afirma lo aborrecible del régimen. Hay que oír hasta planteos de “coyuntura” que dicen procurar “salidas”. ¿Alguien vio alguna? ¿Alguna vez dijo la verdad la dictadura? Cuando un pueblo es engañado, robado y torturado no caben esas verónicas, solo cabe el principismo frontal y la verdad. Cualquier otra postura es menoscabante, es inmoral. Eso fue lo que reclamamos en las dictaduras sudamericanas. No se nos ocurría que viniera algún pusilánime y dijera: “Esperen, veremos cómo se arregla este entuerto, tengan paciencia, todo va a salir bien”.

¿Se entiende entonces que ese planteo que algunos quieren con Venezuela no era el mismo que reclamaban acá? ¿Cómo funciona esa asimetría falaz? O es cinismo ideológico, burrez o mala fe. El lector selecciona el ítem.

Lo curioso es que mucha gente aún les cree a algunos de estos perfiles dictatoriales que la emprenden contra inocentes. Hay quienes creen que son momentos históricos distintos, que tienen su justificación y hasta admiran a estos crápulas. En todo el continente hay gente que nunca señaló con el dedo a dictaduras como la de Nicolás Maduro. Hay que tener buena memoria, y recordarlo todo, hasta los que tuvieron comidillas con esos regímenes, un día -siempre llega, créanme- todo se sabrá. Y, por supuesto, los que disentimos con esa barbarie somos fachos o basura. Causa hilaridad el mote proviniendo de gente que aplaude la violencia selectiva. No tienen autoridad para descalificar. Cero.

Con franqueza creo que hay que redoblar los esfuerzos en estos menesteres. No vale un centímetro de duda, la lucha contra las dictaduras en nuestro continente es un deber jurídico, político, moral y emocional que hay que saber traccionar. Cualquiera que se borre de la cita será recordado por cobarde o inmoral. O, por lo menos, algunos lo recordaremos hasta el día que metamos un pie en el cajón.

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