Opinión | Perder, bancar y revivir

"Me calienta que no hayamos podido coronar un campeonato de forma exitosa con tanto partido bien jugado"

Washington Abdala
Foto: Archivo

Esto de perder partidos te chicotea el alma. Y, es la verdad, uno mira todos los días a los ganadores, los observa ordenar el cuadro, ver como ubican los jugadores y uno no entiende como el cuadro de uno quedó afuera de la Libertadores. ¡Y pensar que soñábamos con estar allí! ¡Gurí soñador!

Y allí empiezan los reproches, que debimos poner a tal jugador, que jugando a lo defensiva no se ganan campeonatos, que con esos cambios de último momento fue peor, que a quien se le ocurre no mover tal pieza, yo que sé, con el diario del lunes todos son Pep Guardiola. Y no disculpo a nadie; en la vida, los éxitos y fracasos siempre tienen responsables. Y lo afirmo hoy desde este cerrito porque no busco ninguna cocarda. Y lejos estoy de señalar con el dedo a nadie. A nadie.

Claro, me calienta que no hayamos podido coronar un campeonato de forma exitosa con tanto partido bien jugado, pero la tribuna es brava, pide, reclama, brama, grita, y yo que sé, no siempre se puede hacer la mejor jugada a mil por hora. Y los rivales juegan, y si son organizados -con una dirección vertical como ostentaron- se complica, no son como los nuestros que siempre tienen aroma a campamento improvisado donde todos cantan como se les canta: siempre gorditos y esperando el estirón.

¡No es así la bocha, chiquilines! Tenemos que pasarla más, tener más confianza y saber que si no tenemos un “cuadro” que se aprecia y se quiere lo suficiente no anda la bocha si no es el club de todos. Mucho individualismo la pudre, mucho pícaro que roba el balón y quiere hacer la heroica no suma. ¡No existe más ese estilo, Pocho! ¡Cuadro que gana lo hace porque el equipo juega para el equipo! Porque, además, así se entiende el juego, esto de jugar raro con tanto entrevero no cierra.

Y sí, ahora hay que bancar la calentura y cualquier pinta que bardee. Bancar, Pocho, bancar, es el precio de la derrota: comer gofio y decir que rico sin que te atores y sin tomar agua.

Los grandes como yo, con mucha cicatriz interna -producida por el adversario cuando embiste- y heridas de los propios adorables compañeros que te la dan porque eso es parte de la esencia del juego, sabemos que todo pasa. ¡Todo pasa, teacher! Pasa lo mejor y pasa lo peor. Y el tiempo es el verdugo final.

El juego verdadero está en servir, en ayudar y en ser mejor gente. Punto. Todo lo demás es berreta y no colabora. Venimos a armar el mejor equipo de la historia, a encontrar los mejores apóstoles y a esperar turno con tiempo. ¿Cómo se hace? Pensando en grande. El Peñarol de Fernando Morena y el Nacional de Manga -por ubicar dos épocas distintas- fueron eso, monumentales. Y por más que había titanes, el “equipo” era lo principal; hasta la selección argentina de Messi juega estupenda cuando ese chiquito no destella. ¿Qué no se entiende? El equipo, el equipo.

Con todo es igual, muchachos, con todo. No da para andar achurando a nadie, menos montar un loquero interminable de vendettas sicilianas que no terminan más; ya está: fuimos. El juego ahora es cooperarse, servirle al país (sin entregar los lompa y donde nos ubicó la hinchada) y meter para adelante. Siempre creo que el que tiene buena fe y virtudes, saca el barco a flote. Vivir en resiliencia es la consigna.

Ahora a salir de la turbulencia como el avión que huye de la tormenta. ¿Cómo lo hace? Zafando al toque, no se queda en ese lugar mefistofélico porque se lo traga la tempestad. Con calma, luego, se reorienta la brújula, se reconfigura el destino y se sale. Es simple, y es lo que único que hay que hacer. Cualquier otro paso es una burrada.

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