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CABEZA DE TURCO

Opinión |Los rostros no mienten

Sé cómo le brillaban los ojos como si fueran charcos alumbrados por la luna. Por Washington Abdala.

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Washington Abdala
Cabeza de Turco.

Los rostros no mienten. No mienten nunca. Todo lo que acontece queda en los rostros y en las miradas, por eso los ojos tampoco mienten. Los ojos hablan más que la boca. Ojos asfixiados de dolor, inundados de profundidad y con iris incoloros, lavados de existir y cansados de ver. Ojos que miran sin mirar, que solo cumplen el destino de levantar información, pero gastados de mirar lo que no vale la pena observar para contar. Total, para qué, qué sentido tendría narrar lo que a nadie le interesa.

Los rostros gritan la vida que se tiene o se tuvo. Da lo mismo. Son mapas de la existencia. Mapas con grietas dibujadas que todo lo delatan. Leer rostros es un asunto serio. Se trata de leer la vida del otro. El otro la oculta y uno se la descubre. No es tan difícil el asunto, es cuestión de mostrar el rostro de uno, de no ocultarlo así el otro rostro, quizás, como reflejo haga lo propio. Es como un juego, alguien tiene que empezar. En general, los adultos no juegan bien, suelen hacer gestos burdos y el ridículo.

Por eso mentir es una zoncera porque todos nos descubrimos a todos en esto de ocultar el rostro. Los únicos rostros que engañan son los de los niños. Ellos no saben lo que está por acontecer y de allí su gestualidad espontánea. Pero, es cierto, millones de niños igual duelen con sus rostros. Llevan sus penas tan profundamente que no pueden sonreír. Un niño que no sonríe debería ser una tragedia para todos en el planeta. No es que sonreír sea la gran cosa, pero ni eso para tantos niños que no pueden reírse de nada. Y es raro como todo pasa ante nuestra existencia y no hacemos demasiado. Los rostros siguen allí, los niños siguen dolidos y doliendo, pero no pasa nada. Es un bicho raro el humano, logra entenderlo y no lo resuelve.

O con los viejos. Los rostros de los viejos son un electrocardiograma de vidas recorridas, de golpes, de momentos, de laceraciones, todo quedó grabado y demarcado allí. No hay manera de no entender a un anciano si se pone atención a sus arrugas, a sus fisuras y a su piel. Los ancianos, además, vuelven a ser niños y tienen expresiones simples que les explotan en la cara y no las pueden ocultar. Las tienen, las quieran o no. Mire usted la alegría de un anciano ante un niño. Verá que eso no lo puede frenar.

Los rostros no mienten, pero algunas veces sí. Algunas veces hay gente, muy poca, que aguanta tanto y endurece su alma que logra que su rostro -casi- no tenga expresiones. Son seres excepcionalísimos, personas que han llegado al extremo en este asunto del dolor y lo procesan de una forma que lo congela en el tiempo. No digo que no se les advierta la pena, solo se nota menos la profundidad de la herida en el alma. Es que no todos andan mostrando el alma porque esa cosa termina desnudando a la conciencia y a la gente le da vergüenza que le vean su interior. Esa es la verdadera desnudez.

“Yo sé cómo le brillaban los ojos como si fueran charcos alumbrados por la luna. Pero de pronto se destiñeron, se le borró la mirada como si la hubiera revolcado en la tierra. Y pareció no ver nada.” Así hablaba Natalia en Talpa de Juan Rulfo. Y es así como se borran las miradas de los rostros cuando todo se apaga. Porque se apaga algo adentro de uno y eso hace que ya nada de lo de afuera funcione. Es como un apagón, de adentro de una casa asusta, pero afuera es tan grande la oscuridad que no hay nada para hacer, solo estar allí y dejarlo pasar. El miedo mata al miedo como en la guerra.

Los rostros, las miradas, las manos, los movimientos, qué sé yo, todo queda detenido en el tiempo por momentos y uno ni siquiera comprende que está pasando. ¿Quién no tuvo alguna vez una pena tan grande y quiso que se lo tragara la tierra? ¿Quién no deseó que le cayera un rayo y lo partiera ahí mismo para salir de escena y terminar con todo? ¿Quién no pensó esas imbecilidades? Y nada, hay que seguir, con el rostro que uno tiene, con la mirada que se sostenga y con la dignidad que regresa de la historia misma para soportar la tempestad, el invierno, la escarcha y todo lo que sea. No queda otra. Que venga lo que tenga que venir. Nos vemos en el amanecer.

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