Opinión | El lugar común y la ignorancia

“No hay manera que no los encontremos juntos paseando por la vida”

Washington Abdala

El lugar común y la ignorancia tienen algo entre ellos. Los vi juntos en situación comprometida. Lo afirmo con la contundencia de la prueba incriminatoria. Lo sé y lo quiero compartir. Han construido algún tipo de vínculo emocional.

Un día se conocieron en un previa y se enamoraron. Él le dijo que siempre sabía que conocería a alguien así. Ella solo atinó a dudar sabiendo que “dudar es humano”. “Todo lo humano nos importa”, le dijo el lugar común, mientras ella seguía en su pantano sin saber que hacer. ¿No pinta zafar de este embole? Dijo uno de ellos. Pudo ser cualquiera. No sé quién lo dijo.

En algún momento, el lugar común expresó: “El éxito no se da de la noche a la mañana, usemos el corazón y las manos para labrar nuestro futuro” y la ignorancia insistió en que “se sabe poco sobre lo que logran las manos”, mejor seguir en el charquito (repito: era un lodazal). A veces la ignorancia es peor cuando habla (siempre es peor).

Pero, el amor es el amor y todo empezó a producirse. El lugar común repetía sus consignas y las armaba estupendas mejor incluso que ChatGPT. Temblaron los psicólogos de libros de autoayuda. Temblaron los charlistas de ocasión. Todos temblaron (no demasiado) y así continuó la cosa. Digamos la verdad: el lugar común titulaba bien, tipo Séneca con autotune (Charly García lo odiaría con razón).

La ignorancia seguía insistiendo en no hacer nada, en aguantar el partido, en dejar pasar el tiempo y en sostener que todo se arreglaría algún día, por inercia (brutalmente ignorante era ella y estaba chocha de la vida de ser así).

La cuestión es que se casaron. “Fueron felices y comieron perdices” (el lugar común siempre está por todos lados, es como el sol de la canción de Sandra Mihanovich; hoy estoy melancólico).

Un martes, el lugar común le dijo a la ignorancia que ellos “tenían que avanzar en la vida”. Es que el lugar común es burdo pero pone ganas. La ignorancia, como es previsible, no creía en eso, le tiró con todo el argumento de no asumir riesgos, de no pasar límites, de no violentar derechos y la verdad, no parecía tan ignorante -la ignorancia- para argumentar así, pero lo hacía con un tupé que parecía racional en su narrativa. La ignorancia jugaba al rebote. Pícara.

Resultado: convivían, pero no parecían una pareja feliz, no se sentía que fueran “dos medias naranjas”. (El lugar común nos consume el cerebro).

Un día, el primo de ellos, “el dogmatismo”, un tipo duro, recio, ególatra, siempre vestido de saco oscuro, corbata con tono intenso y gacho de otro tiempo, desconocedor de su cronopismo existencial les espetó: “Che, ustedes ya deberían saber que no tienen futuro, déjense de pavadas y no la pudran más, cada uno a su cucha”. Se dio media vuelta y se fue olímpico.

En ese momento, en ese preciso momento, el lugar común advirtió la profundidad de su amor (Bee Gees; avisé que venía melancólico el asunto).

La ignorancia no entendía nada, pero captaba que la cosa se estaba poniendo picante. El la miró fijamente a los ojos y le dijo: “Sin ti no soy nada, me completás, mi vida no tiene sentido sin la tuya, te amo”. (¡Ay!) Ella, seguía sin entender demasiado, pero le alcanzaba para percibir que el asunto se había puesto intenso, pero como era ignorante, no hablaba, ni expresaba una muestra de amor.

La historia y su final, la conocemos todos: siempre se han amado, no hay manera que no los encontremos juntos paseando por la vida y regalándonos lo que tienen para obsequiar. “Son el uno para el otro”. (¿Cómo iba a terminar esto si no era cursi?)

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