Opinión | ¿Cuatro bloques?

"Algún día deberíamos dar ese salto cualitativo y ver qué pasa si nos tiramos desde lo alto para zambullirnos a la profundidad de los cambios que este país pide a gritos, o el tedio nos puede ganar la pulseada"

Washington Abdala
Foto: Archivo

La democracia es mejor que el autoritarismo. Los derechos humanos son esenciales a la democracia, pero no son sus hermanos gemelos. Pueden existir democracias violentas, de mala calidad y hundir a los derechos humanos porque justamente son eso: democracias frágiles. Sobran en América. Eso sí, en autocracias consolidadas y dictaduras no hay derechos humanos. Ya ni pongo los ejemplos; el lector los sabe de memoria. Solo los cretinos se hacen los listos en este menester.

El mundo tiene más autoritarismo que democracias plenas. Uruguay (mal que le pese a mucho frívolo) tiene una democracia consolidada. Los derechos humanos, en general, se respetan. La alternancia de poder -de los partidos políticos- se produce con naturalidad. La libertad de expresión está abierta a todos y ahora más que nunca con las redes sociales.

Hay problemas igualmente severos que no se pueden esconder bajo la alfombra. La caída de la pobreza no es la que nos merecemos, los sindicatos con sus eternas elites atornilladas tampoco son lo que nos enorgullecen, el Estado inflado a más no poder tampoco es bueno para todos y el atrevimiento por ser un país más pujante con más trabajo de buena calidad tampoco se nos da fácil. Mucho tejido adiposo en la Banda Oriental. Algún día deberíamos dar ese salto cualitativo y ver qué pasa si nos tiramos desde lo alto para zambullirnos a la profundidad de los cambios que este país pide a gritos, o el tedio nos puede ganar la pulseada, con esa cuota de mediocridad que adoramos y nos engalana.

Es verdad, hay algo de Narciso en los uruguayos, estamos enamorados de nosotros mismos. Los frenteamplistas sienten que son la vanguardia del proletariado iluminando desde su pedestal interpretativo el buenismo criollo; los blancos perciben que ellos representan el nacionalismo imprescindible de la patria y los batllistas pelean para que no les quiten más libros de la biblioteca humanista porque un día se van a encontrar con el rey desnudo y en internet. Capaz, todos tienen un poco de razón y ninguno la tiene completa a la verdad. Y los partidos políticos menores tocan sus tambores en la selva y se sienten a pesar de su baja densidad electoral.

Sin embargo, no soy de los que creen que están latentes acuerdos básicos en el Uruguay. Minga. Hay cuatro miradas bien distintas, por lo menos arranco desde allí. La frentista que sigue apostando al Estado eterno como hacedor de todo sin conocerse como hará ese Estado para semejante aventura para sostenerse y no hundirnos a todos algún día. La coalicionista que empuja un enfoque algo más liberal pragmático, pero al haber tantos socios en el estrado nunca está del todo claro para donde va el carrito. La prescindente, que es aquella que no le tiene fe al sistema político, pero lo avala por inercia. Y el club de los enojados con candidatos aún leves, más el voto en blanco y el voto anulado que allí sí son una tropa que viene creciendo. Son cuatro grupos que se descomponen en varios más según las presentaciones. Esto, más la segmentación de las generaciones arma un desparramo que no se sabe por dónde termina en el mapeo representativo. Ni le agrego la encrucijada demográfica porque eso es pudrirla estupendamente a la sopa que se viene.

Es que no se pueden hacer pronósticos de casi nada en ningún lado. Pero hay que hacer lo que hay que hacer. ¿Orsi lo hará? ¿O pasará el balón pidiendo a los gritos la hora al juez? ¿Usted que cree?

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