Opinión | Carta al querido Dios

Con franqueza, solo quiero seguir comiendo mis tortas fritas en la rambla, mirando el atardecer, filosofando sobre nada, escribir mis pequeñeces y dar mis charlas al viento sin que me maten para afanarme mi teléfono".

Washington Abdala

Querido Dios o quien esté de turno en el mostrador celestial: Te escribe un simple mortal desde Montevideo, esa ciudad que vos seguro reconocés por las nubes de mate que suben hacia el cielo y los ocasionales olores a tortas fritas después de la lluvia. No me quejo, eh. Agradezco el privilegio de existir en este rincón del mundo, donde el viento te despeina el alma y el río pretende ser mar (cursi lo mío). Pero, si no es mucha molestia, ¿podrías darle una revisadita a la parte de “convivencia pacífica”? Porque últimamente parece que el manual se nos borró. (¿Soy yo o la gente anda medio agresiva de más?)

Con franqueza, solo quiero seguir comiendo mis tortas fritas en la rambla, mirando el atardecer, filosofando sobre nada, escribir mis pequeñeces y dar mis charlas al viento sin que me maten para afanarme mi teléfono. Tampoco estoy pidiendo milagros de esos que requieren relámpagos o ángeles con trompetas. Solo un poco de sentido común.

También me gustaría -y esto te lo pido con humildad- que los más jóvenes, en lugar de tatuarse la cara de cualquier delantero que meta un gol cada cuatro partidos o la cara de algún cantante (¡qué bien que canta Rosalía, mi Dios, ese tatuaje lo banco!), se hicieran tatuajes con cosas más duraderas: solidaridad, amor, esas pavaditas digamos. Ya sé, suena a bolazo: no digo que se escriban “ama a tu prójimo” en el antebrazo, pero algo que los haga recordar que no estamos solos en el planeta. Te digo más, empiezo a extrañar los tatuajes del Che. Mirá si estaré preocupado… Eso, por lo menos, mitologizaba algo. No pido que se pongan la carita de Orsi, no da para tanta timba, pero símbolos, dibujitos, aquellas serpientes tan simpáticas, en fin, delicatessen.

Ah, y hablando de respeto… No te pido rejuvenecer, ya asumí mis años con hidalguía. Pero sería lindo que los demás también los asumieran, especialmente cuando te empujan en el súper o te miran como si fueras una heladera General Electric de 1960. Un poquito de respeto a la experiencia, Señor. (Arreglá ese bardo, jefe). No todo lo viejo está para tirar; algunos todavía sabemos levantar algún centro a lo Eber Ludueña (no es el mejor ejemplo, pero se me ocurrió ese, no iba a poner a Martin Cirio).

Mirá, no te lo tomes a mal, pero da la impresión de que estás un poco distraído. Capaz te fuiste a otro sistema solar y dejaste la administración en manos de algún pasante divino. Si es así, te aviso que las cosas van… más o menos. El planeta anda en un caos de proporciones bíblicas. ¿Siempre fue así?

Si estás muy ocupado, capaz podrías convocar un comité de crisis allá arriba: San Pedro, Mahoma, Buda, y si querés hasta algún filósofo jubilado de la tierra. Que se junten, tomen un café celestial y piensen cómo enderezar este entuerto. Total, ya hicimos foros por miles de cosas. Que sé yo, un GACH de capos celestiales me gusta. Una idea nomás. Un aporte. Y en formato “comisión”. Acá si lo contás en la aldea los chicos del gobierno te amarían: arman amuchar gente y deliberar a lo ágora griega.

En resumen, Dios: no pido un milagro, solo un poquito de atención. Que la gente vuelva a saludarse sin miedo, que los gurises (como les dicen los progre) aprendan a compartir más que selfies, y que podamos seguir disfrutando de Montevideo sin tanta paranoia ni tanta violencia. Ah, y si podés, que no llueva justo el domingo a la tarde. Que tengo pensado salir a la rambla con el termo y la esperanza -esa que todavía no me robó nadie- de que, con tu ayuda, este mundo vuelva a tener un poquito más de sentido. Un agnóstico esperanzado.

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

columna Cabeza de Turco

Te puede interesar