WASHINGTON ABDALA
Hoy me quiero disculpar con ustedes, no siempre he estado a la altura de las circunstancias. No es una atenuante, pero la vida no siempre es moldeable y yo no soy el mejor humano del mundo. Lo sé. No lo soy, tampoco aspiro a serlo, soy uno de tantos de la manada, con inseguridades y miedos, culpas, como todos.
Sin embargo, para mi beneficio (y disculpa) he sido lo más frontal que pude, lo sigo siendo, y tengo claro que eso no siempre agrada: estoy en la vereda de los que incomodan pensando y hablando, lo sé, hablo de asuntos que no siempre son consensuados, lo sé, todo lo sé. (Hoy, con franqueza, molesto mínimamente).
Es verdad, también, que algunos de ustedes usan la palabra “amistad” de manera en extremo generosa. Agradezco, pero no soy amigo de todos los que dicen ser amigos. Disculpen, pero, el mío, no es un club con franquicias gratis. No lo siento así, me resulta demagógico eso. La palabra “amistad” no es regalona, no son amigos “todos” los compañeritos de la escuela o el liceo. Somos amigos -nada más- los que sentimos que tenemos que serlo donde sea. (Tengo amigos de la escuela y de la vida pero los elijo yo, no me los selecciona la obligación moral de nadie).
¿Cómo es este asunto de la amistad? ¿Se decreta? ¿Hay una declaración por mayoría a mano alzada? ¿O es un asunto de sentir de ambos lados? Con franqueza, muchos de los que culpabilizan mi desinterés en reuniones colectivas retro, con identidades que ya ni recuerdo (son solo una foto de mi pasado de momentos de la vida de alguien que se supone era yo) pues ya no soy ese tipo. Simple. No creo que el pasado me condene al presente. No debería ser así si respetamos la libertad. Y esta catarsis no viene de nada político, nada. Por las dudas, levantemos la mira, aunque tengo claro que se proscribe con ojo ideológico…
También le quiero pedir disculpas a mis verdaderos amigos, a los que quiero mucho, que les daría lo que no tengo para hacerlos feliz, pero no puedo, no lo sé hacer. ¡Mire si voy a tener habilidad para darle a otros lo que apenas puedo concederme a mí!
Igual me tienen que disculpar mis amigos de verdad que me han hecho mejor persona, me han pulido, me han dicho lo que me incomodó y me han amado cuando lo necesité siempre. Gracias. Los amigos no perdonan, comprenden, comprenden o no son amigos.
Y mucha gente que no conozco, sin embargo, la quiero mucho; me gusta escribir, pensar, hacer cosas por gente que no conoceré jamás. Me llena el alma eso. Y así debe ser.
Así son las cosas, ya no necesito de las liturgias que rememoren mi pasado juvenil o niñeril. No me gusta el pasado. No me gustan las fotos, roban el espíritu. Todo eso me incomoda. Por algo soy docente, porque los jóvenes me introducen a prepo en el futuro, en el pasado viven los que piensan que el tiempo de ellos fue “el” mejor. Me cansa esa soberbia. Y yo mismo -con mi pasado- no me gusta volverme a ver. Ya no soy ese. No lo soy porque no sería igual si pudiera revivir mi vida. Y si alguien dice: “Yo haría todo igual que en el pasado” es solo una necedad. Todos evitaríamos piñas, dolores, amores sufrientes, desapegos mal transitados, depresiones, expresiones que salieron de la boca e hicieron doler a otros. Todos. Solo los dogmáticos se regodean creyéndose Gardel. Yo cambiaría pila de cosas para hacer sufrir a menos gente.
Pero, la verdad, mis amigos del alma siempre están conmigo, cerca o lejos. La amistad es intemporal. Borges siempre tuvo razón.