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Opinión |Amigos son los amigos

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Washington Abdala.
Washington Abdala.<br/>

CABEZA DE TURCO

Un amigo no está para aplaudirte, está para quererte. Por Washington Abdala.

Uno no debería decirle todo lo que siente a los amigos que aprecia muchísimo, por cariño, digo, no deberíamos. Pero por amor, en verdad, deberíamos expresarles alguna cosa, con mesura, algo de sutileza y una cuota de elegancia. Los amigos verdaderos nos entienden sin hablar demasiado, no se necesita mucho. A los amigos no se les teme, se les quiere.

Los amigos de verdad siempre están. Saben oír y saben decir. Un amigo no es un confidente, menos un cómplice, es una persona que —por alguna razón— el destino pone a tu alcance, se produce cierta empatía, conexión o misterio y algo se conecta, pero no tiene que ser tu espejo, menos tu sombra y nunca un ser sumiso. Un amigo no está para aplaudirte, está para quererte y eso implica disensos en tus recorridos. Desconfíe el lector del amigo aplaudidor, ese no es amigo, es cortesano.

Hay gente que no lo sabe, pero no puede tener amigos. Conozco unos cuantos que solo funcionan en claves de vinculación dominada por la soberbia o el egocentrismo que les complica sus relaciones sociales. Lo bueno —para ellos— es que no son conscientes de su complejidad. Los amigos sabemos decirnos lo que sentimos, sin ofendernos, a veces en la zona límite, porque la ironía y cierta picardía también forman parte de la amistad. Saber del otro, sus ángulos internos, es conocerlo y poder entender su mente. El otro, con uno lo hace igual. Y ese juego casi telepático debe tener traducciones en la vida, esas bajadas a veces son en clave de humor. Básicamente, uno sabe lo que quiere un amigo en la vida, sus emociones internas, sus anhelos y sus temores. Y no hay que ofenderse o ser necio, cuando hay amistad ese sentir se deja de lado y la cosa es al revés: un amigo te ayuda a conocerte mejor y a reírte de ti mismo. Es curioso, se llega a conocer más a un amigo que a algún pariente. Los parientes no siempre están dispuestos a abrir su privacidad, un amigo lo puede hacer en un boliche, a las tres de la madrugada, con una pizza fría y allí empieza un rollo que puede terminar freudianamente. Los amigos traccionan la voluntad para construir esa relación. Pavada de compromiso.

Los amigos no deben pensar igual que uno, no tienen que vivir los mismos problemas que uno, tampoco tienen que emocionarse por lo mismo, pero algo de todo eso tiene que acontecer para que se enganchen las vidas. Algo. Y nada es muy racional (por suerte) y esa es parte de la magia de la amistad.

Un amigo no es un compañero, un compañero puede devenir en amigo, pero no confundamos, son asuntos distintos. A veces, la teoría del “buenísimo” pone en pie de igualdad al “compañero” y al “amigo”, pero eso no es cierto. Por tomar mate y trabajar bajo el mismo techo no nace la amistad. La amistad, como el amor, requiere de entrega y jugársela. Solo en eso se parecen.

Las batallas por la libertad son tan intensas, que hacen nacer vínculos intensos. Si uno está espalda con espalda, por detrás de otro compañero sabiendo que te pueden masacrar en cualquier esquina, al final, tanta solidaridad, tanta energía y tanta entrega produce el espacio propicio para hacer nacer la amistad. Esa es la verdad.

No soy Roberto Carlos, pero tengo amigos, y es una de las cosas que más feliz me hace en la vida. Amigos muy distintos, amigos con los que me caliento mucho, otros que admiro y me fascina como hacen o piensan sus cosas, otros que siento que la amistad siempre tiene potencial de crecimiento y otros que los mantengo por algo litúrgico, respetuoso del pasado; soy romántico o algo así. La posta. Los amigos me hacen mejor persona. Ya con eso se crece en la vida.

Leí que la edad en la que estoy se vive mejor con amigos. Espero que mis amigos no me dejen solo. Y tengo también amigos virtuales que me acompañan en mis aventuras, como tú querido lector. La amistad nace en cualquier lado. No deje de cuidar nunca a sus amigos, son su inversión a futuro.

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