El tema es simple: hay gente que su libertad la quiere toda para ellos y cuando se trata de las libertades de los otros les importa un comino. O dicen que les importan, pero no hay que creerles nada.
Hay gente que vive apuntalando la idea de que sus derechos son relevantes, pero cuando tiene que respetar el derecho del otro, siempre creen que el de ellos va primero. Son los típicos que se paran en el púlpito hablando del pueblo, pero cuando le tienen que respetar al pueblo en algo, son los primeros en quejarse por sus problemas, sus asuntos, y sus rencillas.
Hay gente que vive reclamando por libertades, pero cuando -en algunos lados- le borran libertades a las mujeres, a los más humildes y a los que disienten con el tirano de turno, les viene un relativismo existencial que uno no comprende semejante tibieza. Causa bastante sospecha ese tenor. Por decir lo menos.
Seamos claros: hay gente que defiende algunas libertades, pero en otras no creen porque no son las de ellos. Simple. Dicen que creen, pero es mentira. O sea, son unas libertades raras que funcionan de ida, pero nunca de vuelta. Sigo sospechando que creen en otra cosa.
No creen -intuyo- porque son jacobinos, se consideran con el derecho de cercenar libertades o vidas en base a sus “justas causas”. Las causas de ellos permiten cualquier exceso radical porque ellos se consideran portadores monopólicos de la verdad. Dogmáticos de cabo a rabo. Deliran en sus sectas mentales. Y sus “supuestas” justas causas los habilitan a aplaudir la guillotina o a creer que el enemigo debe ser exterminado. Y a decirle de todo, ofenderlo, vejarlo, hasta pisotearlo y pedir el aplauso ominoso. Son potencialmente violentos, odian, desprecian y hablan de revoluciones que los enorgullecen, pero en las que no creen de verdad, solo las mitologizan en sus mentes. Eso sí, el día que se pueden tomar un avión para pasear por algún lado del planeta ni se les pasa por la cabeza ir a alguno de los destinos revolucionarios de los que dictan cátedra. Es más, causa sorpresa verlos en Instagram emulando y sonriendo en formato capitalista en playas o urbes (que dicen odiar) comprando todo lo que el consumismo malévolo les ofrece. Nada que no se vea en todos lados. Y, todo bien, pero digamos las cosas como son: esto no da para el debate. Se discuten ideas, no obviedades. En Ciencia Política estas constataciones hacen muy disfrutable el análisis de la política comparada. Al final, parecería, que todos anhelan cosas parecidas en casi todas partes en el mundo, como dijera alguna vez el maravilloso Giovani Sartori.
Esa gente que nos miente sobre la libertad, nos miente sobre tantas cosas que causa pavor tener que compartir con ellos valores en los que no creen pero dicen creer. Me temo que nunca nos están diciendo la verdad.
El cinismo en política entonces -para ellos- es una virtud de la que hacen gala variados ejemplares de liderazgo político. Los italianos del ayer (los estudiosos de la política) consideraban a la virtud, a la templanza y a la fortuna como elementos trascendentales para el existir trascendental en política o en el poder.
Hoy, la virtud, la templanza y la fortuna significan otras cosas. Pero los cínicos siguen siendo lo mismo, lo peor que tiene el debate político, ayer, hoy y siempre. Hay cosas que no cambian.