Por Andrea Coppes, especial para Domingo
"Donde fuiste feliz alguna vez/ no debieras volver jamás: el tiempo/ habrá hecho sus destrozos, levantado/ su muro fronterizo/ contra el que la ilusión chocará estupefacta”, reza el poema de Félix Grande. El uruguayo Nicolás Velo, de 46 años, no se ciñó a las palabras del poeta español. Visitó Lituania por primera vez en 2003, se enamoró, volvió varias veces y desde 2012 vive en Kaunas, la segunda ciudad de ese país báltico. Pero la historia comienza mucho antes, en el Club Lituano, ubicado en el Cerro, barrio que lo vio nacer y crecer.
Nicolás no proviene de una familia de inmigrantes lituanos, sí de gallegos, croatas y polacos. La hermana de su padre se casó con un descendiente de lituanos, y fue por sus primos, Verónica y Christian, que conoció a esta comunidad. Ella empezó a ir al grupo de baile de la Asociación Cultural Uruguay Lituania; Nicolás y su hermano, Sergio, iban a verla. En los primeros años de la década de 1990, el club estaba disputando el campeonato de bowling que reúne a las diferentes colectividades del Uruguay, y les faltó un jugador. Nicolás lo sustituyó. Así, casi por casualidad, a los 15 años se integró a la institución. Comenzó a participar de la Olimpiada de la Inmigración, y se hizo delegado del club.
Aunque en un principio no bailaba, viajaba con el grupo de baile, y después ingresó en la Comisión de la Juventud. En 2003 le ofrecieron una beca para aprender lituano y representar a Uruguay en las reuniones mundiales. Tenía 22 años cuando viajó a estudiar en la Universidad Vytautas Magnus, en Kaunas. La beca era por seis meses, pero prolongó los cursos por otro semestre. Se unió al grupo folklórico de la universidad, y allí conoció a Ieva, quien luego se convertiría en su esposa.Al tiempo este grupo de universitarios viajó a Uruguay para una fiesta de la Declaratoria de Independencia de Lituania; bailaron en la sala Zitarrosa y en el club. Así fue que Nicolás siguió en contacto con Ieva. Además, por sus actividades en la colectividad, viajó tres veces más a Lituania, en los años 2006, 2007 y 2008.
En el año 2012 Nicolás viajó por su cuenta y se plantearon con la joven la posibilidad de tener una relación, ya que hasta el momento su vínculo era a distancia. “Para poder ver si valía la pena o no, si podíamos funcionar como pareja, nos tuvimos que casar; de lo contrario yo no podía solicitar la residencia”, recordó Nicolás. “Nos casamos por civil, pero en sí los únicos que sabían en la familia de ella eran su madre y su hermano. El resto de la familia no sabía nada. Para ellos yo era un novio que vino del extranjero, pero nada más que eso”, cuenta. Todo fue muy bien, y cuatro años después se casaron por Iglesia, y “oficializaron” la relación. El matrimonio hoy tiene una hija de 2 años, llamada Vakare.

Pasado y presente.
Nicolás es responsable de ventas en una empresa que se dedica al comercio internacional de bebidas alcohólicas. Anteriormente, en Lituania, trabajó en una empresa que vende membresías para una plataforma de repuestos aeronáuticos y en una compañía de mantenimiento de helicópteros rusos. “Todo lo que he hecho acá a nivel laboral es en función del idioma, del español como lengua materna. Yo no tengo estudios universitarios. Fui a la escuela 54 del Cerro, al liceo 11, y después, al IAVA. En 6° de liceo me quedaron Matemática A y B, y me puse a trabajar. Mis padres, Sergio y Liliana, se estaban rompiendo el lomo y yo no estaba haciendo nada. Un domingo compré el Gallito Luis, el lunes salí a buscar trabajo y en el primero que me ofreció, ahí me quedé a trabajar”, relata. Su primer empleo fue en una papelería, en la Ciudad Vieja. Al tiempo empezó a trabajar en las divisiones juveniles del Club Atlético Cerro, institución de la que es gran hincha. Se desempeñó como delegado de séptima división y luego como tesorero.
“En el Club Lituano encontré un montón de gente que me cayó muy bien, encontré una actividad sana, e hice muchos amigos. Me llevaba muy bien con la gente mayor, y me contaron mucho sobre Lituania. Tomé a la comunidad lituana como si fuera una cultura adoptiva”, explica.
A los 18 años todos los días él tenía una actividad en el club. “A los 20 años fue cuando mi viejo me dijo: ʻDejate de romper con tanto lituano y andá a trabajar a Cerroʼ”, recuerda entre risas. Así empezó a repartir su tiempo entre ambas instituciones. Los sábados, por ejemplo, participaba en las presentaciones del grupo de baile o de alguna otra actividad del club, volvía a su casa a las 3 ó 4 de la mañana, a las 6 se levantaba para ir a hacer el formulario para Juveniles de Cerro, de ahí se iba al estadio Tróccoli para cocinar en la cantina y de allí regresaba al club para los ensayos del grupo de baile.
Nicolás llegó a ser secretario de Cerro. “Fue el año que ganamos la Liguilla. Tengo el honor de ser el primer presidente de una delegación de Cerro que ganó 3 puntos por la Libertadores en el extranjero. Fue en Ecuador, contra el Emelec. Capaz que no es mucho, pero para mí es un montón”, aseguró.
De aquí y de allá.
Es inevitable preguntarle qué extraña. “El primer viaje a Europa me enseñó que yo era capaz de vivir en cualquier lado, porque soy una persona práctica. Yo no extraño. Vos extrañás lo que perdés, pero yo no perdí nada. Lo que tenía en Uruguay lo sigo teniendo: mis amigos y mi familia. Sí, los veo menos y están lejos, pero no los he perdido”, cuenta.
Sin embargo, reconoció que extraña el mate y la carne de vaca, puesto que allá se come más cerdo. “Carnicería normal no hay, los cortes son desastrosos. Mi suegra agarró una entraña y quería hacer carne picada, decía: ‘Con esto no se puede hacer nada’. Parecíamos un dibujito animado, yo tiraba de una punta y ella tiraba de la otra”. A quienes lo visitan desde Uruguay les pide dulce de membrillo, queso Cuartirolo y adobo.
Lo que añora un poco es la juntada con amigos o familia. “Los lituanos son más cerrados que los uruguayos, es más difícil entrar en su círculo cerrado, pero capaz que valoran más a la persona que dejan entrar”, dice.
A lo que no cree que pueda llegar a acostumbrarse es a los inviernos, cuando la temperatura baja hasta los 20 grados bajo cero y a las 4 de la tarde es noche cerrada. ¿Y qué tal el verano? “Está el verano mío y el verano lituano”. Él considera verano los cinco o seis días al año en los que la temperatura asciende a 29 grados. Los lituanos consideran los días de 24 grados como de mucho calor. Su esposa disfruta de las playas del Báltico, pero él prefiere no bañarse allí porque es agua del deshielo, extremadamente fría.
En Lituania el deporte fuerte es el basquetbol. Él sigue prefiriendo el fútbol, de todos modos a Cerro lo sigue mucho menos, porque no ha conseguido ver los partidos por Internet. “En cierta forma es un beneficio no estar dependiendo de que Cerro gane para tener una semana alegre”, se ríe.
“Lituania es el país ancestral que yo elegí tener. Cuando hablamos con Ieva para empezar nuestra relación, ella me propuso vivir en Inglaterra. En su trabajo ella podía pedir el traslado para ahí. Yo le dije: ‘En Lituania yo trato, en Inglaterra de ninguna manera’. Yo acá me siento cómodo, es un país precioso”. ¿Qué es lo que lo hace más feliz de vivir en Lituania? “No sé cómo decirlo lindo, pero creé mi propia familia y todo lo que conseguí aquí fue por mí mismo, a fuerza de mi trabajo, de mi sacrificio y de lo poco o mucho que sé hacer”.
Lituania tiene una población de poco menos de 3 millones de habitantes y una superficie de 65.290 kilómetros cuadrados. Formó parte de la Unión Soviética hasta el año 1991. Desde 2004 integra la Unión Europea y la OTAN.
“La invasión rusa de Ucrania comenzó en febrero de 2022. Para el 16 de marzo ya le habíamos hecho el pasaporte a nuestra hija y teníamos los bolsos prontos para salir. Lituania tiene el corredor de Suwalki, que es el borde entre Lituania y Polonia. Son 100 kilómetros, de un lado está Bielorrusia y del otro está Kalingrado, que es Rusia. Nosotros estamos a una hora y veinte minutos de allí. Si se cierra, ya no salís. Yo había visto rutas alternativas. También habíamos comprado un montón de comida no perecedera por lo que se podía venir. Mi suegra dijo: ‘No importa lo que pase, yo no me voy’. Entonces con Ieva íbamos a esperar hasta último momento para tratar de convencerla”, recordó Nicolás sobre el temor que vivieron hace dos años.
“Yo ya había estado buscando lugares en España para irnos, porque yo puedo hacer teletrabajo, y mi esposa estaba con licencia maternal, que aquí en Lituania es por dos años. Yo no viví la ocupación rusa, pero veía la reacción de quienes tenía alrededor”, cuenta. La ocupación soviética se prolongó desde la Segunda Guerra Mundial hasta 1991. Ieva nació en 1983, bajo la ocupación soviética. “Pero es de la generación que en 1991 recién había empezado la escuela, es la generación que habla inglés y no ruso. La generación de su hermano, nacido en 1978, es la generación que todavía habla ruso y no inglés, porque el idioma ruso era parte del currículo”, agrega Nicolás.