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El montañista que luchó 127 horas y logró contarlo

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A pesar de su dura experiencia Ralston sigue escalando.

Hace 12 años Aron Ralston debió amputarse un brazo para sobrevivir a un accidente. Su testimonio inspiró la película 127 horas. Hoy es orador motivacional y cuenta por qué, a pesar de todo, jamás dejó de escalar.

Colorado, Denver, una casa, un hombre joven que viste una polera en una de las habitaciones convertida en oficina donde tiene libros, computador y una roca. Es una roca de mentira, de unos 50 centímetros de diámetro. La misma roca que el director Danny Boyle usó para contar su historia en la película 127 horas. La réplica de la roca, que en abril de 2003 lo mantuvo atrapado durante cinco días en un acantilado en el Parque Nacional Tierra de Cañones, en Utah. La roca que aprisionó su brazo derecho contra una pared hecha de más rocas, la roca que trató de remover inútilmente durante horas y horas. La roca que lo hizo tomar la decisión de cortar su brazo con su cortaplumas para sobrevivir y a la cual solo un par de meses después de su rescate, le fue a dar las gracias.

Hoy, 12 años más tarde, Aron Ralston, montañista y ahora conferencista motivacional, dice desde su casa en Colorado: "Las lecciones fueron claras desde el comienzo. Allí aprendí que la vida no era sobre lo que hacías, sino lo que eras como persona. Que lo importante eran las relaciones: ahora valoro salir con mis amigos a hacer algo, no el hecho de hacer algo específico como rafting o esquiar. Y gané el entendimiento de lo que tenía y de lo que era capaz de hacer. Escalaba y salía a la naturaleza para eso: para saber quién era y de qué estaba hecho. Bueno, ahora sé de lo que soy capaz".

¿Dónde está tu mano?.

La historia es así. Es 2003. Aron Ralston tiene 27 años y una meta: convertirse en instructor de montañismo. Por eso ha renunciado a su trabajo como ingeniero mecánico en Intel y vive en Aspen, donde entrena para obtener la certificación como instructor. También quiere subir todas las cumbres del Colorado de más de 4 mil metros. El 25 de abril maneja su camioneta hasta el Parque Nacional Tierra de Cañones en Utah y, una vez allí, sigue en bicicleta. No le ha avisado a nadie dónde está. Ni a su papá, ni a su madre ni a su hermana. "Entonces, mis intereses eran pasar tiempo con mis amigos, estar solo en la naturaleza y llevar a otras personas a la montaña para que experimentaran esa alegría. Allí yo encontraba satisfacción: pararme en un lugar donde pensé que era imposible llegar, me hacía sentir de una manera única", recuerda.

Lo que sigue está en Entre la espada y la pared, su libro, que llegó al tercer lugar del ranking de lo más leído en no ficción en 2004, según la lista de The New York Times, y que inspiró la película 127 horas, protagonizada por James Franco.

El primer día conoce a dos exploradoras, Megan y Kristi, con quienes pasea esas primeras horas. Luego, Aron sigue su excursión solo. El segundo día, mientras está haciendo senderismo por el cañón Blue John, cae a un acantilado. Una roca de 90 kilos cae detrás de él y aplasta su antebrazo derecho contra la pared del pozo. En las siguientes 127 horas, Aron graba con una pequeña cámara fotográfica un mensaje diario para su familia. Grita por auxilio. Intenta remover la roca. La raspa con su navaja para que se achique y ceda. Raciona su alimento y la poca agua que tiene. Llora. Recuerda a su exnovia, a sus mejores amigos, a sus padres, a su hermana que está a punto de casarse. Cuando se le acaba el agua, bebe su propia orina. Pasa hambre y frío. Piensa que puede morir de hipotermia. Piensa que su brazo atrapado puede causarle una infección generalizada. Resiste tormentas. Recibe 15 minutos de sol diario que se cuelan por el diminuto espacio que está a varios metros de su cabeza y que se abre hasta la superficie. La quinta noche se rinde. Renuncia a pelear contra la muerte. A esas alturas, ha perdido casi 20 kilos, está deshidratado, entumecido, hambriento y ya no aguanta más el dolor.

Entonces, con su cámara graba un mensaje de despedida para su familia. Les dice adiós y les pide perdón. Con la navaja sin filo que tiene, graba su propio epitafio sobre la roca: "Aron Ralston, 1975-2003 RIP". Piensa en cortarse el brazo para desangrarse y morir más rápidamente, sin tanta agonía. Pero esa misma noche, tiene una visión: un niño rubio de unos 3 años que juega con un camioncito. Luego el niño corre a sus brazos. Él lo toma y lo sienta sobre sus hombros. Le sonríe. Ese niño es su hijo. El hijo que aún no conoce. El hijo que tendrá en el futuro. ¿Tiene un futuro? Entonces, Aron retrocede. Decide no rendirse y salir de allí con vida. Con la misma técnica del torniquete que usó para intentar mover la roca, rompe los huesos de su antebrazo derecho atrapado. Y tras ello, con su navaja corta lo demás: músculos y piel.

Cuando logra liberarse, envuelve el muñón de su brazo derecho y después, con su cámara, le toma una fotografía a la roca que lo retuvo allí durante esos cinco días. "El recuerdo de la gente que quería, mis relaciones, me dieron la fuerza y el coraje para aguantar. Pensé en el suicidio: sabía que esto se podía poner peor, para qué esperar. Pero tenía que volver con ellos. Por eso al final, mientras me amputaba el brazo, yo sonreía: iba a regresar, tendría un abrazo de mi mamá, quizá vería a este hijo más adelante, tendría una vida con ellos. Eso me dio algo a lo que aferrarme", dice.

Sin embargo, tras liberarse, aún le queda luchar por la sobrevivencia. Trepa por una pared de 65 metros de altura a duras penas. Bebe agua contaminada de un pozo. Deshidratado y herido, camina 12 kilómetros hasta que una familia holandesa lo encuentra y piden ayuda.

"Por una parte, estaba aliviado de haber sobrevivido y reencontrarme con mi familia, pero, por otra, sabía que iba a ser difícil. Tuve muchas cirugías, mucho dolor, mucha terapia. No podía ir al baño solo. Hacía progresos, venía otra cirugía y volvía a empezar de cero. Esa no era la vida por la que había luchado tan arduamente. Pero ahí estaba mi familia y mis amigos que me sacaban a recitales, a acampar, para distraerme. Aprendí a pensar en perspectiva, que ese solo sería un período de recuperación", recuerda.

Una vez conocida su historia, recibe diariamente cientos de cartas y correos electrónicos de gente de todo el mundo que lo felicitan por su coraje, le agradecen la inspiración que les dio su experiencia extrema. "Ahí comprendí que esta no era una historia para mí y mis amigos nada más. Entendí que no era una tragedia, sino un regalo que iba a compartir con otras personas, relata Ralston.

Un mes después del accidente, comienza a escribir su libro. A las cinco semanas y al día siguiente de que le han puesto su primera prótesis, regresa a la montaña y escala. "La prótesis no era para eso. Fue muy divertido, ridículo, inapropiado: era como intentar escalar vestido de terno", se ríe.

Sin embargo, rápidamente retorna a su vida anterior. Vuelve a esquiar, a hacer rafting y a escalar con prótesis especialmente diseñadas. "No es lo mismo que escalar con dos manos, pero tengo la posibilidad de hacerlo y pasarlo bien".

Casi al salir del hospital, se convierte en conferencista motivacional y comienza a viajar por todo el mundo contando su experiencia, dando un mensaje de esperanza y superación.

En 2009, Aron conoce a Jessica Trusty con quien se casa, y un año más tarde nace su primer hijo, Leo, un niño idéntico al que apareció en la visión que tuvo mientras estuvo atrapado, según cuenta. Cuando Leo cumple 2 años y es el noveno aniversario del rescate, Aron dice que él le hace una pregunta:

—Papá, ¿dónde está tu mano?

—Está en Utah, en otro estado.

—Tenemos que ir a buscarla, entonces. 

La historia al cine.

La historia de Aron Ralston fue relatada en 127 horas, película protagonizada por James Franco, dirigida por Danny Boyle, escrita por Boyle y Simon Beaufoy y producida por Christian Colson.

En 2010, año de su estreno, tuvo seis nominaciones a los premios Oscar: Mejor película, Mejor actor (James Franco), Mejor guión adaptado (Danny Boyle y Simon Beaufoy), Mejor canción (A. R. Rahman), Mejor banda sonora (A. R. Rahman) y Mejor montaje (Jon Harris).

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A pesar de su dura experiencia Ralston sigue escalando.

Nombres María Paz Cuevas /El Mercurio - GDA

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