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Maternidades con nuevos acentos

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Marlen Borges: Nilian nació en el Hospital Pereira Rossell. Foto: Hijo de Carmen Fernández

DE PORTADA

Ser madre en otro país, con sus desafíos, alegrías y perspectivas. Mujeres inmigrantes y sus experiencias.

Madre habrá una sola, pero puede venir de tantos lados distintos que la imagen más o menos convencional que se tiene de las "madres uruguayas" se está redimensionando paulatinamente.

El estereotipo de madre "tana" o "gallega" —términos que en sí mismos ya cayeron en desuso— dejó lugar primero a las que ya vienen de varias generaciones nacidas en este país, y después a las que están llegando en los últimos tiempos con sus hijos desde Perú, Cuba, Venezuela o República Dominicana, o que los tienen acá.

Aquellas nos legaron una manera de pararnos ante la sociedad y el mundo acorde a su contexto y orígenes. Las nuevas madres uruguayas están haciendo lo mismo, y los resultados de sus influencias se verán en un futuro no muy lejano, cuando sus descendientes empiecen a dejar sus huellas en la sociedad. De pronto, nombres como Nilian, Niurca, Ramay, Chiquinquirá y otros, nos empezarán a sonar menos raros, un agregado a una nomenclatura dominada tradicionalmente por Jorges, Marías, Marcelas y Carlos.

Cuba

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Marlen Borges Vargas, 26 años, llegó a Uruguay con 18 semanas de embarazo. Había partido de Cuba junto a su pareja Ramay en busca de mayor prosperidad. Primero a Guayana, de ahí a Brasil y finalmente a Uruguay.

Los primeros días fueron complicados, dice, y se le caen un par de lágrimas cuando lo recuerda. La espera de Marlen y su pareja en una pensión llena de cucarachas, sin dinero y comiendo una vez al día, era todo menos dulce. "Nos las vimos bastante feítas esos días". Cuando obtuvieron la cédula de identidad, Ramay pudo salir a buscar el sustento.

Ella, en tanto, tuvo a Nilian hace cinco meses en el Hospital Pereira Rossell. En el apartamento céntrico que ahora pueden alquilar, Marlen espera por un lugar para su hija en una guardería y así poder salir a trabajar también ella. Cuando piensa que va a dejar a Nilian en una guardería, llora un poco más. "Si estuviera en Cuba, me quedaría con ella hasta que empiece la escuela", aunque el subsidio estatal para ello sea, como había dicho antes, muy magro.

Para Marlen, la maternidad fuera de la patria no es fácil. "Estar sola sin una madre que te pueda guiar, sin hermanos, sin tíos… Es duro estar lejos de la familia, pero hay tratar de salir adelante", dice. Y no habrá vuelta atrás: ella, Ramay y Nilian se quedarán en Uruguay. Ya lo hablaron.

Pero Marlen también dice sentirse bendecida por haber sido madre en Uruguay. "Va ser una experiencia muy grande criarla acá. Me siento bendecida de haberla tenido acá, ya que en Cuba no pude", dice emocionada. Cuando piensa en cómo le tocará crecer a Nilian en Uruguay, Marlen desea que lo haga tranquila, "y que no le dé por jugar al fútbol", dice entre risas. "A mí me gusta bailar mucho, la salsa, y me gustaría que ella aprendiera también. La música es lo más bonito que tiene mi país. Me gustaría que conservara eso".

Un país ideal

Foto: Fernando Ponzetto
Foto: Hijo de Carmen Fernández

El álbum de figuritas del Mundial en la casa de Cynthia Gómez , 37 años (foto principal), está casi completo. Todavía faltan algunas, sobre todo la de Luis Suárez, la más buscada por su hijo Rodrigo, de 11 años. Pero su alegría no es solo por los jugadores celestes. La emoción también llega cuando le toca algún integrante del plantel peruano. Porque aunque nació en Uruguay, su corazón está dividido.

Cynthia hace nueve años que vive en Uruguay con Rodrigo y con su hermana Caroline, de 14 años. Para Cynthia, vivir en Uruguay nunca estuvo entre sus planes. Vivía en Estados Unidos y ahí tuvo a Caroline. La familia de su marido era uruguaya, y cada tanto venían a visitarla al país. En uno de esos viajes, embarazada de Rodrigo, sufrió una complicación y tuvo que dar a luz. Cuando su hijo tenía un año y aún viviendo en Estados Unidos, Cynthia se separó de su esposo. En ese momento regresó a Perú pero no logró adaptarse y se vino a Uruguay. "No me acostumbré a mi país, a tanta gente y tantas reglas otra vez. Acá es ideal para criar a los niños. Es tranquilo y me gusta la calidad de vida que ofrece", explica.

En Estados Unidos veía que los niños, en vez de tener puesta una mochila de inocencia, juegos y alegría, cargaban con un maletín lleno de responsabilidades. Como si el timbre del recreo hubiera sonado demasiado temprano para entrar en la madurez. En Perú, en tanto, le preocupaba la inseguridad, y los valores de una sociedad que considera "bastante machista".

En Uruguay, en cambio, encontró un país amigable. Le gustó que la gente abra las puertas de su casa sin pensar, que haya reuniones y que cada uno lleve algo para comer o tomar. "En mi país no se da eso que acá llaman lluvia. Allá es más cada uno en lo suyo". Además le gustan los vínculos fuertes de amistad que se generan. "En Perú es mucho más difícil, al ser un país más grande, siempre te vas cambiando de barrio y de escuela". Como madre le gusta pensar que sus hijos se van a criar en un país donde el matrimonio igualitario está permitido por ley. "Me parece genial. Es no tener miedo como madre a que sean discriminados", dice.

Cynthia se imagina a sus hijos creciendo y viviendo en Uruguay. A Caroline la ve cumpliendo el sueño de ser veterinaria y a Rodrigo, el de ser ingeniero de sistemas. Los imagina eligiendo el ají de gallina para cocinar en su casa y el asado para juntarse con sus amigos. Y que el álbum de sus vidas se llene con las figuritas que traen los valores uruguayos y las raíces peruanas.

Volver a construir redes de apoyo en un lugar aún por conocer

Ser inmigrante es, de por sí, una experiencia llena de desafíos. Pero si a todos los obstáculos más o menos convencionales —navegar por una burocracia nueva, carecer de amistades, tener que aprender nuevas formas de interacción social— se le agrega ser madre, las dificultades pueden sentirse como aún mayores. Katia Marina es enfermera, trabaja en el Hospital Maciel y de manera honoraria dedica parte de su tiempo a asistir y asesorar a recién llegados. Conoce a varias de las madres retratadas en esta nota, y dice que "ser madre en un país extraño es un factor de vulnerabilidad más". Más que nada por la ausencia de redes de apoyo, (principalmente la familia) pero también por no conocer el sistema de salud, no saber dónde te van a atender, quién y cómo te van a atender, dónde vas a tener a tu hijo... En el caso de aquellas mujeres que llegan con sus hijos, las preocupaciones pasa por dónde lo van a escolarizar y cómo se van a adaptar esos hijos". Todo eso constituye una fuente de angustia, pero Marina ha visto cómo muchas de estas madres han recorrido un camino importante y avanzado desde que llegaron.

De Puerto Ayacucho a Ciudad Vieja

Mariela Bravo: De Puerto Ayacucho a Montevideo, con su hijo Luis David. Foto: Hijo de María Elena Galli
Mariela Bravo: De Puerto Ayacucho a Montevideo, con su hijo Luis David. Foto: Hijo de María Elena Galli

Mariela Bravo (39 años) se vino primero. Madre sola, dejó a Luis, ahora con 17 años, para que terminara de estudiar y obtuviera su bachiller en la escuela pública de música, donde se formó como guitarrista. Cuando el hijo le dijo que había conseguido el certificado, se vino a vivir con Mariela. Como casi todos, primero fue una pensión y ahora vive en un hogar de la Parroquia del Inmigrante. Ellos dos son los únicos venezolanos, todos los demás son cubanos.

En Puerto Ayacucho, en el Estado de Amazonas, Mariela era abogada, pero acá trabaja limpiando y ayudando a ancianos en distintas tareas domésticas. Luis, en tanto, quiere entrar a la UTU para formarse en algún oficio que le permita sustentarse. Los sueños de músico quedaron en suspenso. "Es más rentable trabajar con un oficio que vivir de la música. Siempre voy a tocar, y la música es una pasión a la que podré volver luego", afirma.

Mariela no se preocupa demasiado por Luis. "Ya es casi mayor, ya está formado. Sabe lo que es bueno y lo que no". Pero si hubiese sido más chico, le hubiese preocupado la regulación de la marihuana. "Estaría todos los días como una gallina picoteando atrás de él. No sabría cómo manejarlo".

No se arrepiente de haber venido a Uruguay. Aunque aún se siente rodeada de algunas incertidumbres, piensa que "el factor tiempo" le dará las respuestas que hoy no encuentra. Y afirma que Uruguay ha sido muy receptivo con los venezolanos. De todas maneras, tampoco saben si este será su destino definitivo. "Los venezolanos tenemos muy poca cultura migratoria. Eso me ha pegado muchísimo aquí, sobre todo por la ausencia de mi familia. Si las cosas se estabilizaran un poco en Venezuela, seguramente pensaría en regresar. Pero tienen que pasar muchas cosas".

"Estas mujeres son heroínas"

Rinche Roodenburg no duda: "Estas mujeres son heroínas". Así califica esta holandesa al frente de la ONG Idas y Vueltas (dedicada a apoyar a los inmigrantes), a las madres que llegan al país. "En Uruguay no es fácil criar hijos. Cuando sos inmigrante no tenés a tu madre, ni a tu abuela, ni a tu tía, ni a tu hermana... Entonces para ellas es muy complicado. Además muchos inmigrantes tiene que hacer muchas horas de trabajo para poder mantenerse a ellos mismos y mandar plata a sus familias en el país de origen. No es nada fácil", dice Roodenburg y agrega "Y las que dejan a sus hijos allá, viven eso con mucho dolor. A veces tienen que escuchar que son malas madres porque abandonaron a sus hijos, cuando en realidad vienen porque quieren que sus hijos o hijas tengan mejores oportunidades, una mejor vida mejor que la que ellas mismas tuvieron. Imagínate lo que difícil que debe ser para alguna de las madres que están acá celebrar el Día de la Madre y tener que hablarcon sus hijos por WhatsApp...".

Nuevas comidas

Luisa Toledo: "Me siento más tranquila porque mi hijo Melvin tiene amigos". Foto: Hijo de Carmen Fernández
Luisa Toledo: "Me siento más tranquila porque mi hijo Melvin tiene amigos". Foto: Hijo de Carmen Fernández

El miedo, la incertidumbre y la inseguridad que le generó a Luisa Toledo, de 31 años, irse a vivir a un país nuevo y desconocido desaparecieron cuando su hijo Melvin, de 11 años, le contó con una sonrisa que en Uruguay tiene más amigos que antes, cuando vivían en República Dominicana. Esos nervios que sentía al pensar que a su hijo le costaría adaptarse a un país totalmente distinto se transformaron en una sensación de tranquilidad cada vez que sus amigos golpeaban la puerta de su casa para ir a jugar.

Para Luisa, subirse al avión con su hijo para ir tras los pasos de su esposo en busca de mejorar su calidad de vida fue una de las decisiones más difíciles que tuvo que tomar como madre. Hoy, a casi dos años de ese momento, se siente tranquila y contenta con su decisión.

Ahora, madre e hijo tienen el mismo horario. Se levantan de mañana y vuelven a la tarde. Mientras ella se prepara para ir a trabajar, él lo hace para ir a estudiar. La escuela le queda enfrente a su casa y cuando termina las clases cruza a buscar la pelota de básquetbol y se va con sus amigos a jugar a la plaza.

"Él se adaptó muy bien, a veces me pide que le haga milanesas de jamón y queso. Allá eso no existe, las que se hacen son con harina no con pan rallado", cuenta Luisa y explica que Melvin además de amar la rambla también poco a poco va adquiriendo el acento uruguayo. "A veces le escucho palabras y me río. Pero mi niño, tienes que hablar como nosotros, le digo".

"Por ahora Uruguay tiene unos valores diferentes. Me gusta como son aquí. Allá hay más gente, pero no hay tanto compañerismo. Cada quién por su lugar", cuenta Luisa. Una de las cosas más distintas que hay entre los países es el clima y pensó que a su hijo le iba a costar adaptarse a los cambios de temperatura, pero estaba equivocada. "A él le gustó el frío, es muy raro verlo con una campera", cuenta y dice entre risas "a mí todavía me cuesta, no me gusta".

A Luisa lo que más le gusta de Uruguay es sentir la cercanía que hay entre las personas. En la escuela, las madres y las maestras tiene un grupo de WhatsApp e intercambian continuamente sobre el aprendizaje de sus hijos. "Eso allá no existía, no se usaba tanto la tecnología", dice Luisa. Está feliz. Según cuenta, en Uruguay siente que hay mucha menos inseguridad que en República Dominicana. Eso, sumado a que considera que hay más oportunidades laborales y mayor acceso a la educación, la dejan tranquila para que su hijo pueda crecer bien con la pelota naranja abajo del brazo.

Asados de acá y sopas de allá

Mariangelys Mudarra: De Venezuela a Uruguay con Chiquinquirá. Foto: Hijo de María Elena Galli
Mariangelys Mudarra: De Venezuela a Uruguay con Chiquinquirá. Foto: Hijo de María Elena Galli

Mariangelys Mudarra tenía los pies en Venezuela pero la cabeza en Uruguay. Estaba a punto de viajar con Alexander, su esposo, cuando se enteró que estaba embarazada. En Venezuela, la situación era un caos: no había casi comida en las góndolas de los supermercados y el futuro no daba esperanzas. Pero ella quería que su hija naciera ahí. A los 26 años tuvo a Chiquinquirá, que hoy tiene un año, mientras Alexander estaba en Uruguay trabajando como guardia de seguridad. Cuando Chiquinquirá cumplió siete meses, Mariangelys se vino al país. "Uruguay es un país más tranquilo y hay más trabajo". Eso era lo único que Mariangelys sabía del país al que iba.

Para ella, criar a su bebé en otro país significaba un reto mayúsculo porque no iba a contar con la ayuda de su mamá ni del resto de la familia. Iban a ser ella y su esposo contra un mundo nuevo y una vida recién nacida. "Es un poco difícil pero a la vez es gratificante porque nos une como familia", dice.

Ya hace 10 meses que llegó. "Me di cuenta que sí, que es tranquilo, que mi hija va a tener calidad de vida, va a poder salir a caminar al parque y no voy a tener que estar atenta de que me van a hurtar o cosas que ahora es el día a día en mi país".

Los primeros días de Chiquinquirá en Uruguay fueron con fiebre porque estaba acostumbrada al calor venezolano. Por más que pasó de tener solo un pañal puesto a varias capas de ropa de un país a otro, la adaptación al frío del invierno no le costó. "Pensé que no se podía adaptar a tener tanta ropa encima, pero lo hizo", cuenta la mamá. Para ella era importante que su hija naciera en su país, por una cuestión de sentido de pertenencia. Por eso, a Mariangelys le gustaría inculcarle su cultura, aunque sabe que también va adoptar la uruguaya. "Me parece muy lindo que vaya a tener las dos culturas, así se alimenta mejor y tiene más aprendizaje. Va a tener una mejor calidad de vida en Uruguay, dado a cómo está la situación allá", explica.

Mariangelys todavía no se siente una madre uruguaya y sabe que Chiquinquirá va a adoptar el acento local "porque los bebés absorben todo". Pero está segura que además de pedir asado, le van a gustar las sopas de su tierra natal.

Aunque las miradas hacia el futuro puedan diferir según el caso, las nuevas madres uruguayas viven su presente como parte de un proceso en el cual se van asentando junto a sus hijos en un país que, hasta ahora, mayoritariamente las ha recibido con calidez y tolerancia.

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