Mamba, el grupo de percusión nacido en una plaza de Pocitos que convirtió su música en fiesta y ritual colectivo

Fusionan ritmos afro-latinos, funk y electrónica y el viernes vuelven a la Sala del Museo para la sexta edición de Mamba a la noche, una fiesta que mezcla percusión, músicos invitados, Dj y baile. Acá, su historia.

Mamba Percusión
Mamba Percusión.
Foto: Joaquín Gonzalez Vaillant

La ciudad amanece despacio, como si al domingo le costara empezar. En Pocitos, la plazuela Viejo Pancho se despereza al ritmo de los tambores, y no hace falta anunciar nada: los vecinos ya saben. Llegan arrastrando reposeras, mate en mano, familias enteras, gurises corriendo. La música llama y el barrio responde. El pulso de este encuentro lo marca Mamba, un grupo de percusión que nació casi como un juego entre amigos y terminó construyendo una de las propuestas más vibrantes del actual paisaje sonoro montevideano.

Pero lo que empieza como un encuentro vecinal promovido por la música y al aire libre, muta por las noches a una especie de ritual de groove, sudor y goce. En esas versiones nocturnas, la fiesta cambia de escenario pero no de espíritu. El próximo viernes, por ejemplo, Mamba vuelve a tomar la Sala del Museo para la sexta edición de Mamba a la noche, una fiesta que mezcla tambores, capas de música electrónica analógica, músicos invitados, Dj y baile.

Del arreglo al grupo

Integrada por Santiago “Coby” Acosta (dirección y timbao), Ayrton dos Anjos (batería), Vale Bique (surdos), Germán Durañona (congas), Juan Manuel Silva (guitarra y sintetizador), Ricky Eguia (djembe), Carolina de León (danza), Federico González (bacurinhas) y Nazarena Martínez (bajo), Mamba nació con una fuerte mezcla de estilos afro-latinos y una búsqueda permanente: crear ritmos.

El grupo se formó en 2022 con la idea de grabar arreglos para un concierto de Croupier Funk (banda de la cual Coby Acosta era parte). Seis percusionistas, un estudio, y la promesa de una jornada puntual. Pero lo que surgió en ese momento creó la posibilidad de dar un paso más. “¿Y si ensayamos el lunes y seguimos de largo?”, fue la pregunta que encendió la mecha. Desde entonces, Mamba no paró.

Coby recuerda ese momento como una revelación. Había participado de un taller con percusionistas de la banda de Ivete Sangalo (músicos referentes de Brasil), que lo dejó con una idea fija: la búsqueda del groove como motor, como idioma.

“Ellos están todo el tiempo creando ritmos y eso me voló la cabeza. Dije: tenemos que hacer eso. Tener un espacio para estar todo el tiempo creando”, cuenta en charla con Domingo.

Para él, Mamba es también la continuación de un viaje que arrancó en la adolescencia, cuando una profesora de guitarra llamada Matilde, que tenía nada más ni menos que 90 años, le dio sus primeras clases. Después vino su paso por una cuerda de tambores a los 15 y más tarde las clases con Nicolás Arnicho, a quien hoy considera su maestro. “Cuando lo vi tocar dije ‘yo quiero eso’. Me fascinó el rol del percusionista en una banda. Entonces fui detrás del escenario y le pregunté si daba clases. Me dijo que sí, fui al curso al otro día y no paré más”, recuerda.

Hoy, con 41 años, siente que todo ese recorrido desemboca en este proyecto. “Crear un grupo donde volcar nuestra creatividad, entre amigos, y que la gente lo acompañe, que crezca así como nos está pasando, es un sueño”, dice sobre los shows que empezaron siendo para 60 personas, pasaron a 400 y hoy apuestan a llenar una sala como la del Museo del Carnaval.

El nombre del grupo tampoco es casualidad y se mezcla con su apodo. “Coby” viene del básquet —más precisamente de Kobe Bryant— aunque, reconoce entre risas, no haya muchas similitudes físicas. “Una vez fui a clase con Nico (Arnicho) vestido como basquetbolista porque después tenía un partido. Nico me ve y dice en tono de chiste ‘Pará, Kobe Bryant, ¿qué hacés?’ Y quedó. Después vino ‘Mamba’, por la Mamba Mentality, esa filosofía que él (Bryant) tenía del trabajo, de entregarse completamente a algo que se quiere lograr”, comparte.

En la música ese concepto se refleja en la búsqueda del groove, dice Coby, en una creación genuina que haga mover y sentir. A todo eso, aprovecharon la coincidencia y sumaron un símbolo: una serpiente mamba que se volvió una especie de mascota y que en los conciertos pasa de mano en mano (una de tela o juguete) como parte del ritual.

Serpiente con ritmo propio

En el ADN del grupo hay rastros de muchas músicas y referencias que van desde la argentina La Bomba de Tiempo, hasta grupos locales como Latasónica y Tribu Mandril. Y es que Mamba suena a funk, a candombe, a afrobeat, y la lista podría seguir. En sus arreglos puede haber baldes o palos que golpean el piso, o la voz de un berimbau inspirado por maestros como Naná Vasconcelos (músico brasileño electo ocho veces el mejor percusionista del mundo). Pero más allá de las influencias, hay una convicción: encontrar una voz propia.

Otra de las riquezas de Mamba está en la diversidad de sus integrantes. “Juanma, el violero, es de Bella Unión; Germán, de Colonia; Ayrton, de Juan Lacaze; Nazarena, la bajista, de Paysandú. Somos internacionales”, bromea Coby. Esa mezcla, cree, suma a la identidad que están construyendo. Además, todos tienen otros proyectos con la música o la danza, y es de ese caldo de experiencias que también se nutre el grupo.

Mamba Percusión
El grupo está conformado por Santiago “Coby” Acosta, Ayrton dos Anjos, Vale Bique, Germán Durañona, Juan Manuel Silva, Ricky Eguia, Carolina de León, Federico González y Nazarena Martínez.
Foto: gentileza

“Mamba es un poco el recorrido que hicimos antes, cada uno con otras bandas. En mi caso estuve 10 años con Croupier Funk, también 10 años con Mestizo, 13 años con Fernando Torrado y laburé muchísimo tocando para clases de danza”, cuenta quien trabajó junto al Ballet Africano de Montevideo, y de ahí desarrolló una mirada y una sensibilidad al crear música en función del movimiento corporal.

“Una vez que vos trabajás la percusión en función de la danza, se genera una magia. Entonces, al armar Mamba, me parecía reimportante tener ese norte. Le preguntamos a Caro (bailarina): ‘che, Caro, ¿Qué sentís que falta ahí?’ Y nacen los arreglos en función de lo que ella precisa como bailarina”, explica.

A la calle o en la noche

Antes de llegar a la Sala del Museo, Mamba se hizo cuerpo y comunidad en la calle. Sus primeros toques fueron en la plaza Viejo Pancho, escenario al cual regresan una vez al mes. Antes de que empezara todo eso, fueron de puerta en puerta pidiendo permiso a la vecindad y el barrio los adoptó. Para Coby, ese lugar tiene un significado especial.

“Mis abuelos vivieron toda la vida en un edificio que da a la plaza. Me crié ahí. La primera cuerda de tambores en la que toqué salía de esa misma zona. Siempre sentí que esas calles tienen buena acústica. Y sabía que el barrio ya estaba acostumbrado”, rescata.

Hay quienes no se pierden un solo show y han visto todas las ediciones, tanto en la calle como en la noche. Esa comunidad que empieza a formarse alrededor del grupo parece reflejar algo más grande. Quizás haya sido la pandemia la que dejó una conciencia distinta: que apoyar el arte es también cuidar de uno mismo.

“Es hermoso lo que está pasando con la música en Montevideo. Hay muchos toques y la gente va. Eso antes no pasaba”, dice el músico. Y añade: “Cuando vas a ver un artista, te estás ocupando de algo que te hace bien”.

En esa comunidad fiel hay incluso quienes ya iniciaron a otros, como parte de un rito colectivo. “Una vez en un Mamba a la noche, un grupo de gurises que había ido a todas llevó a un amigo por primera vez. Uno me dice: ‘Lo estamos iniciando hoy’. Y eso me encantó, porque es tal cual una ceremonia”, afirma.

Y es que la experiencia Mamba, como la vivida en marzo, en la Sala del Museo, cuando más de 20 músicos se subieron al escenario —entre ellos, Luciano Supervielle, el rapero AVR y la cantante Ceci de los Santos—, deja claro que sus rituales también son espacios para dejarse llevar y conectar desde otros lugares.

“Hay un momento de trance, cuando nos colgamos en un arreglo y grooveamos. Ahí pasa otra cosa con la danza también”, sostiene el director de la agrupación. Y advierte: “El que vaya a un Mamba a la noche se va a encontrar con un fiestón, pero también con música para contemplar. En la calle siempre la filosofía nuestra es tocar acotado, por los vecinos. Cuidamos que sea una bomba pero concreta. En la noche es todo lo contrario, nos damos el gusto de extendernos y dejarlo todo en el escenario”.

Mamba
Una vez al mes Mamba lleva su propuesta a la plaza Viejo Pancho en Pocitos.
Foto: Joaquín Gonzalez Vaillant

Así es como lo que empezó como un juego entre amigos, encontró su forma en la calle, se fortaleció en la noche y sigue creciendo.

El 4 de julio, esa serpiente vuelve a cambiar de piel. Esta vez, compartirán escenario con Bolsa de Naylon en la Rama de un Árbol, otra banda que también explora la música como territorio compartido. Prometen, una vez más, moverlo todo.

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