No son vírgenes por castidad, sino por pura supervivencia. En los pastizales uruguayos, las hembras de Brunneria subaptera -delgadas como un hilo de pasto y capaces de mimetizarse, cambiando del verde vivo al beige seco- llevan a cabo un milagro cotidiano: reproducirse sin machos. La ciencia llama a este fenómeno partenogénesis, pero para las biólogas Mariana Trillo, Leticia Bidegaray-Batista y Anita Aisenberg es un misterio que desafía las leyes más elementales de la biología reproductiva. Desde que se comenzó a estudiarlas, solo se han encontrado hembras en Uruguay, mientras que en Argentina aparecen ambos sexos. Una de las hipótesis -que la partenogénesis se debía a una infección bacteriana- ya ha sido descartada. ¿Qué fuerza oculta les permite perpetuar la especie en soledad?
¿Quién los necesita?
Lo primero: las Brunneria subaptera, una de las mantis más abundantes del país, no son hermafroditas. Hay machos y hembras. Los machos tienen largas alas y vuelan; las hembras, alas cortitas, no vuelan y habitan los pastizales. En Uruguay, a falta de machos, las hembras se reproducen de forma asexual, generando descendencia sin ningún intercambio genético. Cada cría hereda 100% de su material genético de la madre. “Las hijas son todas iguales a la madre”, ilustra Trillo.
Sin embargo, la estrategia reproductiva no es universal para la especie. Estudios realizados en Argentina muestran que, en Córdoba, las hembras y los machos se reproducen de forma sexual. Esto evidencia que la partenogénesis observada en Uruguay es una adaptación local, aunque se desconoce desde cuándo la población uruguaya adoptó esta estrategia. De hecho, el último espécimen registrado en Uruguay data de antes de 1915: un macho de Brunneria gracilis -ahora considerado sinónimo de B. subaptera- colectado en Montevideo.
Lo segundo: no se trata de esas mantis que devoran a los machos, por lo que la ausencia de machos no se debe a ningún exceso de canibalismo sexual. Aunque las Brunneria subaptera son de temer, pero por moscas, polillas, grillos y hormigas. “Sus patas delanteras están muy desarrolladas y tienen espinas; tienen muchísima fuerza y velocidad para capturar presas”, explica la bióloga. Además, son maestras del camuflaje: su forma y color pasan totalmente inadvertidos en los pastizales naturales. Y, por si fuera poco, “son grandes como una mano”.
Volviendo a la ausencia de pareja sexual, la partenogénesis, según Trillo, tiene ventajas y desventajas. Su principal ventaja: es una estrategia de supervivencia. La transformación de pastizales en campos de cultivo ha acelerado la degradación del hábitat, y las hembras de Brunneria subaptera podrían haber adoptado la reproducción asexual para asegurar la continuidad de la especie en un entorno cada vez más hostil.
“También es una estrategia ideal para colonizar nuevos espacios. Esa hembra puede tener descendencia y sus hijas pueden tener descendencia y así mientras el ambiente se mantiene favorable”, agrega. Sin ayuda de ningún macho, las hembras garantizan que la población crezca y persista.
La desventaja, sin embargo, es que reduce el capital genético.
Y aquí viene la pregunta intrigante: ¿qué pasaría si, por obra del destino o de un “Tinder biológico”, una de estas mantis se encontrara con un macho? A Trillo le encantaría responderla. Por ahora, imagina dos escenarios posibles: o el macho la reconoce como de su misma especie… o la ignora olímpicamente, porque la población femenina ya tomó un camino diferente.
Misterio sin respuesta.
Una posible explicación para la reproducción asexual de las mantis Brunneria subaptera uruguayas fue la infección por la bacteria Wolbachia, que se transmite de madre a hija alojándose en los ovarios y es capaz de modificar la reproducción para aumentar la proporción de hembras. Este fenómeno se ha documentado en arañas y otros artrópodos.
Sin embargo, no se detectó presencia de Wolbachia mediante PCR, descartando por el momento esta explicación. Aunque parecía “redondito” que la ausencia de machos y la reproducción asexual en Uruguay pudieran deberse a la bacteria, la evidencia indica que la partenogénesis de estas mantis tiene otra causa.
Entonces, ¿qué sucede? Trillo cree que “la magia de la ciencia” va por otro lado. Una posibilidad es la partenogénesis geográfica, un fenómeno en el que las especies se reproducen asexualmente en los límites de su distribución o en ambientes específicos, donde las poblaciones pueden ser más aisladas o escasas. Sin embargo, Trillo aclara que esta explicación no termina de convencerla del todo. En el sur de Brasil, Argentina y Uruguay, los pastizales son abundantes y el ambiente es muy favorable para la especie. Por eso, aunque Uruguay sea el límite sudeste de distribución, el entorno parece ser ideal para que machos y hembras se unan y se multipliquen.
La explicación que más convence a la bióloga tiene que ver con la reducción de los pastizales. Las hembras uruguayas tienen poca capacidad para dispersarse. En este contexto, la partenogénesis puede que surja como una estrategia adaptativa a un mundo que se pone en su contra. “No es algo espontáneo; la especie tiene potencial para reproducirse así, y en Uruguay ocurriría porque las hembras no pueden volar y los pastizales se redujeron”, concluye Trillo.
Para entender mejor cómo se organizan y distribuyen las especies de Brunneria, hacen falta estudios genéticos más detallados que exploren la biología de Brunneria subaptera. Sería especialmente interesante comparar individuos de lugares donde se reproducen de manera sexual con otros donde lo hacen asexualmente, para descubrir dónde termina un tipo de reproducción y empieza el otro, y si existen zonas donde conviven ambas formas en Sudamérica.
En un mundo donde los pastizales se encogen y los machos desaparecen, las hembras de Brunneria subaptera uruguayas siguen tejiendo la continuidad de su especie gracias a un truco evolutivo. No necesitan parejas; su fuerza está en la supervivencia, en un hilo de vida que se multiplica sin ayuda. La ciencia llama a esto partenogénesis, pero para Trillo es algo más: un recordatorio de que la vida no espera por nadie.
“Me terminé enamorando de las mantis”, confiesa Mariana Trillo. Una de sus primeras investigaciones sobre este insecto fue un inventario por el que se vio obligada a buscar cuáles eran las mantis uruguayas y dónde estaban, dado que se sabía poco y nada sobre ellas. Se publicó en 2021 y, desde entonces, la lista tiene un total de 11 especies confirmadas.
Además de las curiosas Brunneria subapteras -las matriarcas vistas en esta nota-, hay otras llamativas por sus colores, tamaños y formas. Mantoida beieri y Musoniella argentina presentan ninfas que imitan hormigas para protegerse de depredadores; Metaphotina bimaculata cambia de verde a marrón para camuflarse; y Parastagmatoptera theresopolitana se encuentra en entornos urbanos.
Trillo señala que una característica general de las mantis es su gran capacidad de camuflaje y su comportamiento sedentario. Permanecen quietas durante mucho tiempo y su cuerpo suele asemejarse al entorno donde viven, lo que las hace difíciles de detectar. En distintas partes del mundo existen especies que han llevado esa adaptación al extremo: en el sudeste asiático, por ejemplo, hay mantis que imitan flores. También destaca que las mantis llaman la atención por la forma de su cuerpo y su cabeza triangular y móvil -pueden girarla 180°-, algo poco habitual en los insectos. Ese aspecto ha generado interés cultural: desde los egipcios y chinos hasta representaciones actuales en películas como Kung Fu Panda o Guardianes de la Galaxia.
Sobre la reproducción, Trillo señala que la idea de que la hembra siempre se come la cabeza del macho después del apareamiento no se cumple en todas las especies. En algunos casos sí ocurre, pero en otras la hembra puede reproducirse sin machos y en muchas otras todavía no se sabe, lo que indica que todavía queda mucho por investigar sobre estos comportamientos.