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Opinión I ¡Ay! ¡Cena de fin de año!

La gente está muy loca, dice Marcelo Longobardi - Por Washington Abdala.

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Washington Abdala

La comida de la cena de fin de año es siempre como volver a las cenas del Panamericano y poner cara de que me encanta. Llevo décadas en esa noria. La picadita es más sana ahora de veterano (a mí me gustaba el salamín, pero me lo prohibieron). Los humanos somos gente de costumbre. Y yo le tengo miedo a esta cena porque más de una vez se cuela alguno en estas celebraciones que no conozco y a mí no me gusta ser impostado, y está bravo el free speech delante de gente que uno no tiene. Capaz que creen que soy Drácula por tonterías. Mejor me callo y dejo que hablen todos los demás. Que hablen nomás, que hagan discursos, yo muzzarela. Miro, me trago una aceitunita y me tomo algo. Y si me caliento mando un rugido. Más de una vez arruiné algún fin de año por discusiones de política. Espero no me suceda esto.

Lo confieso: el requeche del primero de enero me deprime soberanamente. Ya lo escribía esto acá hace años y nadie me daba bola. Es como un día sentenciado a muerte. No me gusta. Lo salva un poco la playa porque le quita sentido de espacio y tiempo, pero sin eso es un día matador. Si llueve, la alienación linda con el cuadro El grito. Pero a la comida post 31 -remasterizada en menos de doce horas- la banco con estoicismo. En general el 31, antes de cenar hago un juramento de comer todo el año sano, y luego ingiero como un búfalo, soy débil. ¿Dónde está el turrón?

Lo confieso, odio los teléfonos que explotan de gente que manda frases de otros por WhatsApp, que se envían de manera grupal y pretenden, además, que uno las conteste. “Mis deseos profundos y sinceros de que logres todo lo que te propones este año, lo mejor para ti en este 2023 desafiante”. Y mandan eso con musiquita de campanitas a dos mil personas al barrer. ¿De veras ante semejante ignominia hay que detenerse? ¿No advierten la ofensa? Para mí la gente perdió la percepción del otro o todos creen que entre sus redes sociales son Elon Musk o Tini. La gente está muy loca, dice Marcelo Longobardi. Y tiene razón.

Lo reconozco, como pan dulce. No budín inglés, pan dulce, me hace mal, me engorda y me da acidez, pero lo ingiero como si estuviera en Finlandia en medio del frío. Y estoy acá en el calor feroz. Por mejor que sea el pan dulce no logro evitar que me perfore. Y como igual. Si muero en mi ley, fui feliz, comiendo un pan dulce. Cero arrepentimientos. Otro disparate que me revienta del 31 es la gente manejando mal y vociferando en esta fecha. Me gritan de todo. Yo manejo despacito, me gusta, soy cauto, es mi estilo Mr. Magoo y me gusta ir lento. Molesto y soy bulineado. Banquen: tengo derecho.

La música del 31 es otro infiernito. Antes era Camilo Sesto y Julio Iglesias por lo menos, hoy los perreos musicales. Es el fin del mundo. ¿Qué pasó? ¿Dónde quedó Mariah Carey y Frank Sinatra? Mis sobrinos me entienden y mis hijos también. Aunque casi todos rajaron el 31. Perros traidores (de veras creo que cada generación tiene su música que lo interpreta… Esto da para otra notal). De pibe pasaba con felicidad el primero de enero en mi barrio, iba a la casa de amigos y me tiraba a vegetar. No había porro, no era necesario. Divagábamos sobre el futuro, sobre Woodstock y cómo Hendrix la había hecho trapo; cosas así. De algún Levis de tela dura y algún amor por la vuelta. No digo que fuera mejor, ni loco, a esa edad yo era un zapallo dubitativo y preocupado por el destino del planeta (hoy sigo preocupado pero me siento un poco menos zapallo y más bicho por saber de dónde vienen los tiros).

En fin, sé pocas cosas pero soporto estas fechas estoicamente y los quiero mucho lectores-amigos (los necesito). Les deseo lo mejor para el 2023. Tengan buena fe y onda con la gente ¡Qué frase cursi! ¡Perdón! Van a ver como todo sale un poco mejor. El buen tipo recibe amor del resto del mundo mamífero. No cuesta tanto y es lo mejor que podemos hacer. Besos y abrazos. Ya estoy buscando hummus…

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