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Jacinda Ardern, la historia de una figura mundial que pisa fuerte

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La primera ministra en un acto realizado en octubre pasado.

NOMBRES

Jacinda Ardern se convirtió en la primera ministra más joven de Nueva Zelanda. Hoy es una de las políticas más influyentes y se acerca al final de su primer mandato.

"No soy una supermujer”, dice Jacinda Ardern. Pero en Nueva Zelanda e Internet circula su rostro en posters de heroínas taquilleras: vestida de amarillo de pies a cabeza, katana en mano, fondo amarillo y negro; imposible que remita a nada más que a Quentin Tarantino y su Kill Bill: la venganza, volumen 1, y pocos personajes imponen tanta fuerza como el de Uma Thurman en esa película. También hay una caricatura en la que Mujer Maravilla no es ni Gal Gadot ni Lynda Carter sino ella, Jacinda Ardern, 39 años, primera ministra de Nueva Zelanda.

“No soy una supermujer”, responde a la BBC, pero desde que apareció en la política de su país su imagen fue creciendo hasta que se convirtió en una de esas figuras veneradas y de proyección internacional que a cada paso, y a pesar de no haber cumplido con algunas de sus promesas más importantes (ver recuadro), conquista más. Su rostro también se convirtió en merchandising que pulula por tiendas online, resaltando sus frases más populares.

Es de las representantes que han logrado despertar el fervor en generaciones que hasta entonces vivían descreídas de la política. Cuando el Partido Laborista de Nueva Zelanda la anunció como candidata 3.500 personas se alistaron como voluntarios en menos de una semana y recibieron unos 500.000 dólares en donaciones en ese mismo tiempo. En 2017 ganó las elecciones y así, con 37 años, se convirtió en la primera ministra más joven de su país, y en ese entonces, hasta que apareció Sanna Marin (Finlandia) en 2019, era la gobernante más joven a nivel global. Fue la segunda mujer en convertirse en madre durante un mandato (ver aparte). En 2018 y 2019 estuvo entre las 100 personas más influyentes para la revista Times y está entre las 30 mujeres más poderosas para Forbes.

Su postura respecto a la maternidad

Uno de los momentos que hizo a Jacinda Ardern cobrar popularidad internacional fue cuando acudió a una sesión de la Asamblea General de la ONU con su bebé, en 2018. Entonces hacía tan solo tres meses que había nacido su hija, por lo que al estar en período de lactancia no podía alejarse de ella.

Desde que apareció en la contienda para gobernar Nueva Zelanda en 2017, una de las preguntas recurrentes en entrevistas ha sido respecto a la maternidad. La primera ministra, que tuvo a su hija estando en funciones, ha aprovechado cada ocasión para dar una lección respecto a la presión social de las mujeres. “Es totalmente inaceptable en 2017 decir que las mujeres tienen que responder a esa pregunta en su lugar de trabajo. La decisión de una mujer sobre cuando quiere tener hijos no debería predeterminar si se les ofrece o no un trabajo”, respondió, por ejemplo, cuando un presentador neocelandés le preguntó sobre la posibilidad de que se tomara la licencia por maternidad.

Asimismo, Jacinda ha buscado dejar claro lo consciente que es respecto al privilegio que significa poder criar a su hija y seguir ejerciendo sus funciones porque su pareja Clarke Gayford -su prometido desde el año pasado- ha podido parar él su trabajo como presentador de televisión para estar más en casa.

Ahora Jacinda —y su “jacindamanía”, como supo titular The Guardian en 2017— llega este año al final de su primer mandato.

La amabilidad

Es como si Jacinda fuese el símbolo de lo que es la sociedad a la que representa, donde la amabilidad es un motor de vida -algo que resalta en cada entrevista y ocasión que puede-y se convirtió casi en lema en tiempos de cuarentena, cuando la líder pronunciaba siempre estas palabras: “Se amable, se fuerte”.

Su popularidad, su candidez, tiene que ver en parte con esa imagen desfachatada que ha transmitido desde sus inicios como figura política, ya fuera su participación en los programas de humor, la cuenta de Twitter que tuvo su gato Paddle, su lado de DJ que varias veces ha compartido en redes sociales, su fanatismo por el fútbol, los cuentos de la vez que hizo un casting para actuar en El señor de los anillos y no quedó.

O en las charlas que ha mantenido en videos en vivo en sus redes sociales, con ropa de entrecasa, para no perder el contacto directo durante la cuarentena que decretó por la COVID-19. O en la sonrisa intacta mientras sentía en pies y oídos un terremoto cuando intentaba dar un discurso hace poco más de un mes.

Pero su amabilidad está también en cómo ha sobrellevado y conciliado al país que gobierna ante diversas situaciones, su reacción y accionar ante los atentados de la ciudad de Christchurch en marzo de 2019 es, quizá, de lo más conocido.

Un hombre (luego se supo que australiano) ingresó a dos mezquitas y mató a 50 personas. Tras la masacre, Jacinda estaba allí, en las mezquitas, junto a las familias que perdieron a los suyos, usando un velo en señal de respeto -lo ha llevado en más de una ocasión-, pidiendo que no se nombre más al asesino, para no inmortalizarlo y rogando, también, que las palabras enseñen a comprender que “ellos son nosotros”.

“Muchos de los que esta mañana se han visto directamente afectados por este tiroteo pueden ser inmigrantes en Nueva Zelanda. Pueden ser incluso refugiados, que han elegido Nueva Zelanda como su hogar. Porque este es su hogar. Ellos son nosotros. Las personas que han perpetuado esta violencia contra nosotros no lo son”, a lo que añadió: “Somos una nación orgullosa de sus más de 200 etnias. Pero además de esa diversidad compartimos valores comunes. Y el que hoy apreciamos por encima de todos es el de la compasión”. El respeto hacia Jacinda crecía con estas afirmaciones.

El neonazismo, la violencia, el odio ha sido uno de los problemas que ha movilizado a Jacinda. Ha estado allí, ha sido amable, a acompañado, a tratado de poner en marcha, siempre, su discurso integrador. Pero también ha sabido mostrar su autoridad.

La fuerza

Al mes de los atentados Jacinda había logrado modificar el control de armas en su país, con una ley aprobada por todos menos un miembro del parlamento. “Hubo algunas personas que no estuvieron felices con el cambio, pero nosotros convertimos algo que ellos habían comprado en ilegal, así que les dimos la posibilidad de traerlos y pagamos por ellos”, explicó la primera ministra en The Late Show with Stephen Colbert.

En su vida personal su fuerza ha estado canalizada, por ejemplo, en dejar de lado tradiciones familiares en pos de defender aquello en lo que cree. Uno de los episodios más conocidos fue su abandono a la religión en la que creció por ir contra de los derechos de la comunidad LGBT.

“Si la religión es parte de tu base, y de repente comienzas a cuestionarte eso, es algo bastante fuerte con lo que lidiar”, dijo a New Zeland Herald en 2017, y contó: “Incluso antes de que se presentara el Proyecto de Ley de la Unión Civil, vivía con tres amigos homosexuales, pero todavía iba a la iglesia de vez en cuando.’”.

Jacinda nació en 1980 y creció en una familia mormona. Su padre, Ross, fue policía; su madre, Laurel, trabajaba en un comedor escolar. Con ellos, cuenta, aprendió respecto al estar para ayudar a otros, de conciencia social. Jacinda todavía recuerda los pasteles que preparaban para repartir entre aquellos que lo necesitaban. Pero esa consciencia, que ha pregonado desde los 17 años cuando se inició como voluntaria política, no se ha quedado solo en buscar el bienestar para los que menos tienen y la igualdad económica, sino en pensar y educar para que todos y todas accedan a los mismos derechos. “Simplemente creo que las personas deberían ser libres de tener sus creencias personales y no ser perseguidas por ello”.

Las promesas que todavía están en el tintero

La primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, ha sabido conquistar a sus compatriotas a base de una cercanía inusual para los gobernantes, pero también de un discurso progresista que en algunos casos ha tomado forma en las decisiones de gobierno. Por ejemplo, cuando se redujo el salario un 20 por ciento a modo de empatizar con todos los que se veían perjudicados por la cuarentena obligatoria que se instauró para frenar el coronavirus.

Sin embargo, los analistas políticos de su país se preguntan qué tan bien le irá en la reelección de este año, debido a que hasta el momento no ha cumplido con algunas de sus promesas de campaña más importantes, como el proyecto que planeaba para erradicar la crisis de la vivienda. Mediante una ley que prohibiera la venta de casas ya construidas a extranjeros, su gobierno tenía como fin que no se encareciera así el mercado inmobiliario.

También preocupa el efecto económico que tendrá la medida de la cuarentena obligatoria, sin embargo, su medida funcionó para erradicar el virus. Aunque ahora volvieron a aparecer casos, se constató que provenían del extranjero y la ministra ya habló de mejorar el control en las fronteras.

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