Parece imposible terminar de descubrir Cusco. Justo cuando crees que ya lo has visto todo, aparece un nuevo rincón que deslumbra y se suma a la lista de lugares imprescindibles del Perú. La ciudad -acaso la más cargada de historia del país- nos encandila con su cultura, paisajes espectaculares, caminos milenarios y tradiciones que siguen vivas. Desde la maravilla del mundo que es Machu Picchu, hasta la majestuosidad de Sacsayhuamán, Ollantaytambo o la relativamente nueva Montaña de Siete Colores, Cusco lo tiene todo. Y cuando ya llevas cinco o diez visitas, y crees que no queda nada más por ver, surge un nuevo reto: ¿cómo es posible que aún no conozcas la laguna Humantay?
¿Qué lugar es este? ¿Por qué recién nos percatamos de su existencia y cómo con esas imágenes tan bonitas es aún un destino poco explorado por los visitantes que llegan a tierras cusqueñas? La intriga nos atrae y decidimos iniciar la aventura hacia uno de esos viajes que luego son inolvidables.
Como para cada lugar medianamente alejado de Cusco, el tour inicia a las 4 de la mañana. A esa hora pasa por nuestro hotel la unidad del operador turístico, que una vez que recoge a todos los aventureros, empieza su marcha hacia Mollepata, una comunidad ubicada a poco más de dos horas desde el centro de Cusco.
Una parada técnica para un contundente desayuno y luego el camino sigue. Dos horas más de trocha nos separan del punto de inicio de la caminata. La zona, de difícil acceso, ha sido afectada recientemente por las lluvias. Cuando hay derrumbes, hay que avanzar con mucha precaución: a un lado, la pared de la montaña; al otro, un precipicio que parece esperar cualquier descuido. Pero bueno, de eso se trata la aventura, dicen algunos.
El primer consejo de todos -y uno que va a ser muy útil para lo que viene-: si le ofrecen un bastón, tómelo. Puede ser profesional, con punta metálica para mayor agarre o simplemente algo muy parecido a un palo de escoba. Tómelo igual. No tiene idea de lo que le va a servir. La caminata de media hora a más o menos 3.800 metros de altura nos lleva hasta Soraypampa. Y un cartel que dice “Inicio del camino” nos marca el comienzo de la aventura.
Hasta Soraypampa llegan cientos de viajeros. Y el destino les ofrece dos opciones: 1- Hacer el trekking de Salcantay; que te puede llevar -algunos días después- hacia nuestra maravilla Machu Picchu en Aguas Calientes. 2- Hacer el camino de Humantay y contemplar la laguna y el nevado que llevan el mismo nombre.
La segunda opción nos lleva por un sendero cuesta arriba, de mucho trabajo físico para aquellos que no están acostumbrados a caminar, a la altura o a cualquier tipo de actividad física exigente. De hecho, el camino, bastante empinado te va a hacer repensar algunas cositas mientras intentas subir.
El camino se hace más pesado -y más empinado- con el pasar de los minutos. A pesar de ver cómo otros avanzan con mayor facilidad, otros alquilan caballos para que los suban hasta la cima del recorrido y mi cada vez más afectada condición física, sigo en el camino con la terquedad de quien está decidido a terminar algo solo porque ya lo comenzó, algo así. Solo que en este caso, a 4.000 metros sobre el nivel del mar. Una nada.
Con la ayuda del bastón (un palo de escoba que fue mi mejor amigo en la subida) me doy fuerzas para seguir. Por el camino me cruzo también a mi guía, de nombre Alegría, quien comienza a perder la fe en mí. Hasta más que yo, incluso. Mientras sigo subiendo a un paso cada vez más lento, veo cómo los integrantes de mi grupo comienzan su descenso hacia el punto de partida. Los reconozco por los bastones del mismo color que el mío: un llamativo morado y amarillo a lo Lakers. Los envidio un poco también. Ellos ya tienen sus fotos, seguramente ya grabaron sus historias para redes y hasta quizá sus TikToks. Yo, que cada vez me siento más cerca, les pregunto a algunos cuánto más falta para llegar.
“Siete minutos más y ya estás ya”.
“Pasas esta curva, una última subida y allí está la laguna”.
Con el convencimiento de que ya no podía parar, me armo de valor para seguir. Las piernas, tiemblan un poco. El agua se va acabando y la energía también. Paso a paso, ya casi. En la última subida, llego a apreciar el paisaje. La vista es incluso más bonita en persona que en fotografías. Es decir, tienes que vivirlo, para poder contarlo. Recupero el aliento en la cima. Esta vez no quiero fotos (todavía). Miro, observo y contemplo. ¿Cuántas maravillas más puede tener el Perú? La laguna Humantay es una experiencia irrepetible y totalmente placentera. Se sufre, sí, pero al final, todo habrá valido la pena.
Un nevado, una laguna de agua limpia, transparente, que cambia de tonalidades (de verde a turquesa y a un celeste mágico). La vista paga todo y hace que te olvides del cansancio, de las piernas adoloridas y los casi calambres, del poco oxígeno que sientas en tus pulmones y más. Pero el recuerdo de lo que fue esta visita, no se borra más.
El Comercio / GDA