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Por María de los Ángeles Orfila
Nosotros vemos líneas, puntos, óvalos, cruces, espirales; Leonel Cabrera ve más allá. Por ejemplo, sabe cuándo se grabó sobre una piedra, se tachó y se grabó encima, siguiendo tradiciones de arte rupestre que sobrevivieron miles de años. También sabe leerlo. “Hay una simbología detrás”, contó a Revista Domingo.
La historia -advirtió- es, al mismo tiempo, apasionante y trágica. Lo más probable es que usted se entere por estas líneas que entre Salto y Artigas hay más de 150 sitios con miles de petroglifos con una antigüedad aproximada de 4.600 años y que Uruguay tiene una riqueza en arte rupestre que es observada con atención desde el exterior; tanto que se lo toma como referente dentro de América Latina por la alta concentración de sitios y por la complejidad de los motivos y de las técnicas de ejecución. También va a enterarse que este patrimonio no tiene ninguna protección y que lo que es considerado “uno de los descubrimientos más importantes en el ámbito prehistórico, no solo para el Uruguay, sino para la región” desaparezca antes que usted pueda visitarlo.
El material.
Los petroglifos se concentran en las localidades de Yucutujá (Artigas), San Luis de Arapey, Colonia Itapebí, Cuatro Cerros y Puntas de Arroyo Valentín Grande (Salto). El tamaño de los sitios varía desde 10 por 5 metros a 100 por 80 metros y, en algunos de ellos, los grabados se cuentan de a cientos. Los hay de unos pocos centímetros hasta más de un metro. Fueron ejecutados primordialmente sobre paneles de arenisca silicificada de afloramientos rocosos a cielo abierto por manos expertas. (hasta la fecha no han sido localizados en Tacuarembó y hay escasos ejemplos y de características diferentes en Paysandú).
Los intentos de fechar los grabados no han sido una tarea fácil. Hasta ahora, no se ha podido obtener materia orgánica suficiente de los sitios o muestras de suelo con un nivel menor de acidez para realizar las pruebas de Carbono 14 que, por otra parte, son muy costosas -se ha tenido apoyo económico por parte de la Udelar y la ANII que, actualmente, no ha sido renovado-. Sí se logró la datación de un lugar específico que arrojó un resultado de unos 3.000 años y otra de materiales parecidos de la zona de Salto Grande que tienen 4.600 años de antigüedad. “Podemos tomar esa fecha como límite o probable”, explicó Leonel Cabrera, profesor titular del Instituto de Ciencias Antropológicas del Departamento de Arqueología de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (Universidad de la República, Udelar).
Aunque el código para entender esta escritura se ha perdido en el tiempo, Cabrera y su equipo lo han ido descifrando con los años. Han analizado los cientos de petroglifos para conocer cuál es el símbolo predominante en cada sitio para conocer su relevancia. El 90% de los dibujos representan figuras geométricas o abstractas; hay muy pocos posibles motivos “antropomorfos” y “zoomorfos”.
Lo más “apasionante” es el cuidado y la precisión con los que fueron hechos los grabados. Se ha visto que sus creadores utilizaron diversas técnicas e instrumentos para picotear, pulir, raspar, darle volumen al diseño y dejar marcas más gruesas o más finas. No faltan incluso diseños que adoptan aspectos de bajo relieves.
No los hacía cualquiera. Se cree que el escultor era alguien especializado del grupo para cumplir la tarea y que se desplazaba con sus herramientas hacia ese lugar, hacía los dibujos y volvía a su campamento.
“No tienen función de marca. No están marcando ni un lugar con agua ni materias primas importantes; son poco visibles por lo que tampoco tenían la intención de que se vieran desde lejos”, enseñó Cabrera.
¿Entonces? “La hipótesis lógica es pensar que tienen que ver con el mundo simbólico de esa gente con sus antepasados”, dijo. Los petroglifos tendrían que ver con creencias mágicas y ofrendas y su realización podría haber sido un elemento de algún ritual.
Desprotegidos.
La protección de esta riqueza histórica es casi nula pero, a los efectos, para Cabrera es como si no hubiera nada. Para empezar, el que quiere aprovechar la piedra para construir puede hacerlo sin pedirle permiso a nadie. “No hay forma de generar un mecanismo para adelantarnos a los cortes”, aseguró.
Por otra parte, solo dos sitios han sido declarados Monumento Histórico Nacional: el CI12b01 (en Colonia Itapebí) y el CD8g01 (de Puntas del Valentín Grande). Y la mala noticia es que ya “han sido vandalizados”.
Esto fue lo que ocurrió: en uno de ellos se plantó un monte de eucaliptus, cuyas raíces han alterado las rocas; en otro se colocó un alambrado que usa las propias piedras para sostener los postes. Ninguna de las acciones ha recibido una sanción.
“Es terrible; nos sentimos sin armas para luchar”, lamentó el arqueólogo en diálogo con Revista Domingo.
Por otra parte, los petroglifos están a la intemperie y, si bien esto es más delicado para las pinturas rupestres -“que ya casi no se ven”, siguió lamentándose- deberían estar resguardados del clima y del ganado -“el estiércol destruye”-.
A pesar de los esfuerzos, los investigadores no han logrado que los dueños de los campos protejan los sitios o que se imponga alguna medida cautelar. “La gente no lo siente como algo propio; no entienden la importancia que tiene esto o por qué hay que conservarlo. Creen que es una fantasía nuestra”, relató.
Cabrera sostiene que esta indiferencia se debe a que el uruguayo “no valora adecuadamente el pasado indígena” porque no lo relaciona con su historia, la que liga más con lo europeo.
Con todo, no ha prosperado el proyecto de crear un museo de sitio o “parque temático” con réplicas en los alrededores de las Termas del Daymán, donde hay unos grabados que ya han sufrido deterioro, por falta de interés institucional. “A nadie le interesaba porque consideraban que nadie va a pagar para ver cosas que fueron hechas por gente muy lejana a nosotros”, apuntó.
"En 15 años pasamos de casi no tener arte rupestre a ser un referente muy importante a nivel de América Latina", dijo con seguridad el arqueólogo Leonel Cabrera, profesor titular de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República.
Antes de los hallazgos en Salto y Artigas se conocía muy poco.
La primera referencia a una pintura rupestre data de1874 cuando Clemente Barrial Posadas hizo un dibujo a mano alzada de la pintura rupestre del Arroyo de la Virgen, en el límite entre San José y Florida, y que quedó durante décadas como una curiosidad.
Poco más tarde, los pioneros de la arqueología uruguaya, J. H. Figueira y A. Larrauri, divulgaron nuevos hallazgos en los departamentos de Flores y Maldonado. Figueira hizo nuevos relevamientos en 1955, 1965 y 1972 por los que dio a conocer sitios con pinturas en Flores, Florida, Colonia, San José y Soriano y los primeros petroglifos al norte del país. Durante la década de 1970, otro investigador, Peláez, divulgó nuevas pictografías, una en la sierra de Mahoma (San José) y otra en la localidad de Colonia Quevedo (Colonia). Asimismo, publicó nuevos datos sobre la pictografía del cerro Pan de Azúcar (Maldonado).
A principios de la década de 1980, Consens y Bespali publicaron los resultados de la investigación en la Localidad Rupestre de Chamangá en la que se incluyeron siete nuevos murales. Allí se sugiere que estas pinturas tenían la función de marcadores territoriales, a modo de reclamación de derechos exclusivos o prioritarios de uso sobre los recursos. Se documentó en detalle 44 bloques con pinturas y se obtuvo el fechado absoluto para una ocupación humana en el área: unos 830 años.
"Las pinturas en el territorio al sur del Río Negro pertenecieron a una sociedad distinta y no tienen nada que ver con los petroglifos del norte. Son de edades diferentes, de técnicas distintas y con soportes distintos", explicó Cabrera.
En la zona de Salto Grande se encontraron "piedras grabadas" que se perdieron con la construccón de la represa.