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La historia de Conaprole en una habitación: coleccionista repasa el pasado de la empresa emblemática

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Jorge Santamarina y su colección de piezas de Conaprole

COLECCIONISMO

Jorge Santamarina tiene su propio museo de Conaprole; algunas piezas históricas son excepcionales y otras son extrañas.

La novia. Esa que se encuentra sin buscar. Ese amor que se espera tiene dos formas para Jorge Santamarina: una botella marrón y otra con letras rojas y boca grande. Santamarina se arrepiente de haberlas dejado pasar cuando las tuvo al alcance de la mano. “Dije que no y nunca más las conseguí”, lamenta. Es que a veces no se reconoce el amor y se escapa. ¿Pero por qué hablamos de lo que no tiene este coleccionistasi lo que tiene es mucho más? Porque parte del encanto es ese: seguir buscando la pieza que falta.

Santamarina es un coleccionista serial pero desde 2008 -y de casualidad, cuenta, porque empezó con una botellita acá y después con otra botellita por allá entre los puestos de la feria de Tristán Narvaja porque lo remontaban a su infancia- ha recolectado objetos de Conaprole y hoy posee el acervo más grande entre los seis coleccionistas dedicados a la historia de una de las principales empresas uruguayas, una que empezó a funcionar en julio de 1936.

En una habitación de su casa tiene todo perfectamente ordenado: las botellas de leche en un estante, las botellas de otros productos en otro; más abajo están las latas de dulce de leche y de leche en polvo; y en una vitrina guarda la vajilla de las desaparecidas confiterías.

Y con pasión saca, pone, muestra y relata por qué vale cada pieza.

Tiene varias que pueden ser catalogadas como extrañas. Una de ellas es un jabón cuya caja reza que es de tipo “lácteo integral” y que tiene el primer logo de la empresa. En la caja figura su precio de venta: diez centésimos. Pero Conaprole nunca vendió productos de limpieza así que Santamarina cree que era para comercialización interna; quizás para usar en los vestuarios de la planta industrial. El resto de los coleccionistas nunca habían visto uno igual. Aunque es un objeto único, solo pagó $ 300 pesos por él. “Nada” si se lo compara con alguna de sus botellas que oscilan entre los US$ 150 y US$ 300.

Jorge Santamarina y su colección de piezas de Conaprole
Jabón lácteo integral, una rareza

Otra “rareza” es un cajón de madera que le compró al hijo de Emilio Arenas -el coleccionista de lápices- y que tiene leyendas escritas en inglés y en español. “Es de la segunda guerra mundial cuando Uruguay exportaba a las tropas aliadas productos de Conaprole”, apunta.

Jorge Santamarina y su colección de piezas de Conaprole
Cajón de madera de la Segunda Guerra Mundial

De relatos de piezas excepcionales podríamos llenar esta nota: una botella de aceite de manteca, otra de crema doble que nunca fue abierta (tiene sellado el tapón de plomo) y que tiene el producto pegado en el vidrio y otra que dice “Alpargatas” porque era la leche que la fábrica le entregaba a sus empleados.

Jorge Santamarina y su colección de piezas de Conaprole
Botella de crema doble nunca abierta

O una que tiene grabado un logo en forma de rombo que ni siquiera se lo incluye en la evolución del logotipo de la empresa. U otra que es de dos litros y algún día contuvo leche que se distribuía en los hospitales. U otra que es de leche chocolatada y tiene una etiqueta de papel que ningún coleccionista había visto.

“Lo lindo de las botellas son todas las variantes”, señala Santamarina: los logos, los colores del vidrio, los picos, los grabados, las etiquetas. “Tengo botellas que dicen ‘un litro’ con cursiva y con imprenta, unas que dicen abajo ‘Cooperativa de Productores de Leche’, otras con pico fino y otras con pico grueso; otras tienen los años en el fondo. Tengo de 1942, 1940 y 1939”, enumera.

También tiene botellas con fallas, las que son difíciles de conseguir: algunas cargadas de tinta, con errores de impresión o abolladas. También tiene botellas de crema de leche, crema doble, crema rusa (también conocida como crema agria o sour cream), jugo de naranja y más. De 250 centímetros cúbicos, de 500 centímetros cúbicos, de un litro, de dos litros... Y cuando terminan las botellas siguen las latas: de caseinato de calcio, de leche en polvo, de sopa de malta, preparados para lactantes, niños y adultos… Y, claro, los infaltables vasos de requesón.

Eso sí, no hay nada de plástico (a menos que sea de plástico antiguo como unas mantequeras y queseras); lo que hoy se vende en el supermercado no se incluye en este acervo. “Me rehuso”, declara a Revista Domingo.

Santamarina sigue sacando piezas de los estantes y explica sobre cada una de ellas. ¿Sabe cuándo completará la colección? No. Y eso es una de las cosas que más lo atrapan. Conaprole nunca ha editado un catálogo o inventario (tampoco tiene un museo) por lo que se considera que es una “colección infinita” y eso obliga a lo más lindo: “Seguir buscando”.

Jorge Santamarina y su colección de piezas de Conaprole
Vieja botella de leche chocolatada

“Lo más interesante, además de conocer gente y lugares (algunas piezas, por ejemplo, se las regaló Daría, la dueña del desaparecido bar y almacén el Volcán de avenida Italia; y por otras ha manejado 800 kilómetros para evitar la encomienda y gastó más en nafta), es conocer la historia que hay detrás del artículo que uno compra. Surgen muchísimas anécdotas de los abuelos que trabajaron en Conaprole o en las fábricas de envases. Es sorprendente todo lo que gira atrás de las colecciones”, cuenta Santamarina.

La historia de las confiterías viene a continuación. Conaprole llegó a tener tres locales: en la rambla de Pocitos, en Carrasco y en Centro. En la vitrina de Santamarina hay juegos completos de vajilla confeccionada nada menos que con porcelana de Bavaria y cubiertos de plata. Así de lujosos eran esos locales. Pero la losa esconde un secreto.

Santamarina agarra un pocillo y lo mueve frente a la luz para revelarlo: ahí está, debajo del logo de Conaprole se lee “Kasdorf”. Era el nombre de la Lechería Central Uruguaya y Productos Lácteos Kasdorf que primero funcionó en Uruguay y luego en Argentina al pasar a formar parte de Conaprole tras su fundación en 1936. “La porcelana de Bavaria fue importada con destino a Rosario, Argentina, a pedido de Kasdorf”, cuenta Santamarina. De alguna manera terminó con el estampado de Conaprole.

Jorge Santamarina y su colección de piezas de Conaprole
Piezas de las viejas confiterías de Conaprole

Pero los secretos no terminan acá. “Una vez que cerraron las confiterías, los empleados se llevaron la losa y les colocaron por encima motivos florales o de parejas. Si uno hace el mismo jueguito con la luz ve el logo de Conaprole y abajo el de Kasdorf. Son piezas difíciles. Tuve muchísima suerte de conseguirlas”, relata a Revista Domingo.

Otro estante contiene más piezas especiales para Santamarina. Se trata de jarras de vidrio de la década de 1960 y la gracia es que no hay dos iguales. En realidad, no fueron productos oficiales de Conaprole, sino recipientes que crearon los operarios de la fábrica de envases al hacerle picos y asas a partir de botellas. Las pocas que se encuentran en las ferias o remates pueden tener un valor de entre US$ 150 a US$ 300 cada una.

“Me dediqué a todo lo de Conaprole. Tengo muchos libros del directorio, banderines, pines de porteros, medallas y objetos conmemorativos. En un momento, el vicepresidente Álvaro Lapido me sondeó para comprarme la colección”, recuerda Santamarina, quien no quiso desprenderse de nada.

Y agrega: “A mí me causa tristeza que Conaprole, que debe ser la empresa más icónica de Uruguay y la principal exportadora láctea de América Latina no tenga su propio museo”.

Santamarina repasa con la mirada su habitación cargada de historia y regresa al principio: “Me arrepentí de no haber comprado esas botellas. La marrón era muy rara. Dos veces me la ofrecieron. Y la otra tenía letras rojas y era bocona. Me la ofrecieron por US$ 300 pero el vidrio estaba muy manchado y no la compré. Nunca más las vi. Pero uno nunca sabe cuándo van a aparecer. Si no vas los domingos a Tristán no sabés de lo que te podés perder. Son como la novia”. Santamarina las espera.

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