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"A la gente no le importa vestir bien"

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"Lo primero que aprendí fue a probar. Y luego ver al cliente", dice. Foto: Fernando Ponzetto

Más de seis décadas de carrera hablan por sí solos. Educado por los curas de Don Bosco, este sastre terminó haciendo trajes a medidas a cinco presidentes. Y se mantiene activo.

En Penny Lane, clásico de The Beatles, Paul canta sobre un barbero que muestra fotografías de "cada cabeza que ha tenido el placer de conocer". Gabriel Muto (82) podría decir algo parecido. Entre un vidrio y la mesa de un amplio escritorio del piso superior del Studio Muto, en Punta Carretas, están Luis Alberto Lacalle, José Mujica, Julio Bocca, Taco Larreta, Luis Almagro, el exembajador de Estados Unidos Frank Baxter y cientos más que han pasado por las tijeras, las cintas y la mirada de este sastre con más de seis décadas en el oficio. Es la habitación donde se presentan las muestras de tela, al lado del probador. A 60 años de abrir su primer atelier en la Ciudad Vieja, Muto se dice "prácticamente retirado". Sus hijos Pablo y Luis llevan adelante el negocio que él fundó. Y él se presenta apenas como "asesor honorario".

"Hace cinco meses falleció mi señora y acá encuentro un solaz para distraerme un poco y poder llevar mejor la parte emocional. Estuve 58 años casado, faltaban dos para los 60. Tuvimos cinco hijos, ocho nietos y una bisnieta. En ese sentido, la vida fue muy generosa conmigo". Además de su compañera de toda la vida, Marta Raquel Schickendantz, fue fundamental para su desarrollo como artesano, sobre todo a partir de 1972 cuando abrió un local de ropa fina en Punta del Este, que ella atendía entre semana, quijotada que le resultó fundamental para entrar al mercado argentino. En esa ciudad hoy está Carmela, su bisnieta, de poco más de un año. El sastre ya quiere que llegue el verano para sacarla a pasear.

Y su vida, generosa, quedó plasmada en un libro publicado este año, Gabriel Muto, el sastre de los presidentes, de Diego Fischer y Andrés López Reilly. Sigue cortando, la pasión pasa por encima de todo, incluyendo años y duelos. "En el trabajo hay que divertirse. Si lo tomás como una preocupación, eso va a ir en detrimento de lo tuyo. Hay que trabajar con alegría y entusiasmo. Eso lo hago hasta hoy".

Saber mirar.

El hombre que vistió a todos los presidentes postdictadura, el hombre que logró la "hazaña" de ponerle un traje a José Mujica, está —no puede ser de otra forma— impecablemente vestido. Sonríe y cada tanto ríe. Cosas que logra su solaz. Lamenta, eso sí, que la ropa que él hace hoy sea considerada de lujo en este país, cuando otrora del obrero al empresario acudían a un sastre.

"Hay varias razones para que eso pase. En otros momentos la industria textil no estaba tan desarrollada. Y además... el vestir es una cultura. Noto con tristeza que acá la gente no le da importancia a vestirse bien, no sabe captar su significado, que es algo que realza a la persona, que le favorece en cada relación comercial. No es solo hacerse un traje, hay que quererlo, cuidarlo". Como ejemplo de buen vestir, señala al presidente Tabaré Vázquez. "Usted lo vio, fue a China y estaba impecable. Pasa que más que un político es un científico. Y ellos siempre se preocupan por la presencia".

Gabriel Muto nació el 25 de marzo de 1934. Vivió su infancia y juventud entre La Blanqueada y Ciudad Vieja. Jugaba al fútbol con los muchachos del barrio en Plaza Zabala. Un día un pelotazo y un incidente con un auto que no pasó a mayores terminó con la paciencia de su padre, Argentino Muto, y con él y su hermano en los Talleres Don Bosco, en 1946. Ahí aprendería a tocar el clarinete y un oficio. "Pensé en ser mecánico, pero los vi y estaban todos sucios. Fui a carpintería y estaban todos llenos de aserrín. Luego vi a los sastres; estaban todos prolijitos, limpitos. Y me quedé cinco años de pupilo".

Era muy estricto el régimen de pupilaje en Don Bosco. Ingresaban en febrero, antes de Carnaval, "para evitar el mundanal ruido", y recién volvían a sus casas en diciembre. "El aspecto religioso era tremendo. Misa, sermón, bendición. Pero tengo muy buenos recuerdos, pese a que a veces los curas nos movían la calavera. A veces pienso que ojalá se educara con un poco de rigor".

Don Argentino era pompier, un dependiente que se encargaba de corregir los errores de las prendas. Como tal, conocía al mejor sastre de todos, Rafael Gigliotti, y consiguió que le diera una oportunidad laboral. Ahí fue Gabriel Muto con sus dibujos, que Gigliotti destrozó con una tijera. "Sé que te duele, pero con esto no vas a llegar a ningún lado". Américo Martelletti, otro gran nombre del rubro, lo contrató como cortador. De su primer maestro recibió un consejo vital: "Trabajá como dependiente dos años y luego instalate por las tuyas. Sino es pan para hoy y hambre para mañana". Así hizo: en 1956 abrió su primer local propio por calle 25 de Mayo. Ya volaba con sus propias alas.

—¿Qué aprendió de sus maestros?

—Del oficio, todo lo necesario. Primero que nada, aprender a probar. Y luego, algo que siempre consideré fundamental: el golpe de vista. Tener la capacidad de observar una persona y ver cómo mejorarla. Yo a una persona la miro y veo cómo, según su físico, hacerla lucir más.

Diálogo.

Ese golpe de vista, agrega, incluye detectar cómo se desplaza la persona y cómo maneja la ropa, si los bolsillos se le abultan o si tiende a usar la vestimenta como "despensa ambulante". Da sugerencias y consejos: para él, la billetera debe ir en el bolsillo delantero derecho del pantalón, el celular en el interior izquierdo del saco "porque hace peso y mantiene la línea" y las llaves en el bolsillo monedero chico, al lado del cierre.

También dialoga más de lo que impone. "No hay que perder la humildad en lo que se hace. Me resulta más que interesante toda la conversación que se pueda producir con un cliente, incluso antes de empezar la prenda. Antes había colegas que sentían terror si el cliente venía con la esposa. ¡Al contrario, yo ya tenía una disposición distinta! Yo, artesano, tengo dos ojos, el cliente otros dos, y con la esposa ya serían seis ojos para encontrar detalles". El cliente tiene la razón, siempre.

Las modas son cíclicas, dice. Explica que los ingleses popularizaron a fines del siglo XIX el traje pegado al cuerpo, con sacos más ajustados, mientras que los italianos buscaron modelos más cómodos y amplios. "La moda de hoy es la de los años 70. El otro día estaba viendo la película Casanova 70 (1965), con Marcello Mastroianni, y los trajes son prácticamente los mismos que los de hoy. Esto es una calesita".

Desafíos.

Su libro biográfico lo apodó "el sastre de los presidentes". Lo ha sido. Al recientemente fallecido Jorge Batlle, durante la época de la dictadura, le hizo un pantalón gris pizarra y un saco azul. "Era muy austero. Con eso tiró varios años". A Tabaré Vázquez lo menciona como el más elegante. Con Julio María Sanguinetti compartieron, además, la pasión por Peñarol. Luis Alberto Lacalle incluso fue a la inauguración de un local de Muto en Galería Florida y le hizo el puente "comercial" con su entonces colega argentino Carlos Menem, un hombre que no tenía particularmente buen gusto en el vestir.

"Me llamó y me invitó a (la residencia presidencial) de Olivos. Yo fui con mi hijo (Miguel, hoy periodista de Canal 7 de Maldonado). Se presentó de equipo deportivo. ¡Qué presencia la de ustedes! Esperen que me cambio, nos dice. Viene con un traje y me pregunta qué tal. ¿Usted conoce al Cottolengo Don Orione?, le pregunto. Dóneselo, le dije". La franqueza le cayó muy bien a Menem, cuyo vestir mejoró notoriamente. "Hablábamos de fútbol. Era un caballero, un tipo muy divertido, muy mujeriego...".

Claro que su cliente menos esperado fue José Mujica. Convencido por sus asesores de que hasta el brasileño Lula da Silva había abandonado la campera por un Armani, el expresidente apareció en Studio Muto. "Estoy en sus manos, haga lo que quiera", le dijo el líder tupamaro en 2009, siendo todavía candidato. Lo único que el sastre no pudo fue convencerlo de que usara corbatas. "En un momento, me pide para conocer al personal. En ese entonces tendríamos 12 o 13 personas en el taller. Sí, como no, le digo. Y me llevé una sorpresa increíble: pararon de trabajar, se le tiraron arriba, lo besaron, lo abrazaron, lloraron de emoción. ¿Ve? Ahí están los míos, me dijo".

SUS COSAS.

Su cantante.

Su padre lo llevaba de niño al "gallinero" del Sodre. Ahí nació su amor por el bel canto. Su favorito es Plácido Domingo. "Lo escucho hasta en boleros, en zarzuelas. Lo conocí en San Francisco, un tipo fantástico". Le dio vergüenza que se cancelara su concierto en Montevideo en enero por no venderse entradas.

Su ciudad.

Aunque Londres, gracias a Savile Row, es considerada como La Meca de la sastrería, y París está mucho más identificada con la moda femenina, a Muto no hay urbe en el mundo que lo subyugue más que la Ciudad Luz. "Me atrapa. Siempre que voy a Europa le hago un lugar". En una de sus visitas, en 1981, asistió al XIX Congreso Mundial de Maestros Sastres.

Su ídolo en el fútbol.

Hincha de Peñarol, pone en primer lugar de todos a "el Jefe", Obdulio Varela. Como clarinetista de la banda de los Talleres de Don Bosco, Muto estuvo en los festejos de la vuelta de los campeones de Maracaná. Otros admirados fueron Pedro Rocha y Juan Hohberg. A éste le hizo un traje así como a Pablo Forlán, el padre de Diego.

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"Lo primero que aprendí fue a probar. Y luego ver al cliente", dice. Foto: Fernando Ponzetto

GABRIEL MUTO

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