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Florencia Caballero Bianchi: "Escribiendo entiendo el mundo que habito"

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Florencia Caballero Bianchi, actriz, directora y dramaturga
Florencia Caballero Bianchi 20211123, foto Francisco Flores - Archivo El Pais
Francisco Flores/Archivo El Pais

EL PERSONAJE 

Es una de las voces más potentes del teatro nacional hoy. Actriz, directora y dramaturga, tiene dos obras en cartel: Verano, en el Sodre y Mal escrita, con la Comedia Nacional.

¿Por qué escribís?Florencia Caballero Bianchi tiene 36 años, el pelo negro y revuelto sobre los hombros, los labios repasados de rojo, un vestido con el escote profundo, una campera de cuero. ¿Por qué escribís? Es actriz, directora y dramaturga. En este momento tiene dos obras en cartel, Mal escrita y Verano. ¿Por qué escribís? Es un martes a las 10 de la mañana en un café del centro de Montevideo. Hace un calor indeciso. En una mesa, un grupo de brasileños habla alto y ruidoso. En otra, una mujer escribe algo en una computadora blanca. En otra, dos hombres toman café y comparten una torta. ¿Por qué escribís? Florencia habla como si alrededor todo estuviese pausado, como si no hubiese otro momento más que ese momento. Se toma tiempo para pensar, para formular, en su cabeza, qué es lo que quiere decir, de qué manera, con qué palabras. ¿Por qué escribís? Asiente con la cabeza, lleva la mirada hacia el costado y luego hacia abajo. Treinta segundos después, dice: “Hay una cuestión muy intuitiva respecto a esa respuesta y es que escribo porque lo necesito. Para mí la escritura está en una zona mucho más intuitiva que la dirección o la actuación, en una zona mucho más atávica, como si fuese algo muy primario de mi persona, de mi cuerpo, es algo casi físico. Escribo porque es una necesidad”. Hace silencio otra vez. Mira como pidiendo que no la interrumpan. Sigue: “Con el tiempo me di cuenta de que escribir es muchas cosas. Es leer, es investigar mucho, es pensar, es algo que pasa por el cuerpo”.

Florencia habla así: en párrafos largos, conectando una idea con otra, yendo, viniendo, teorizando, pensando. Y todo —todo— lo que dirá en una charla que duró dos horas grabadas y una más fuera del grabador, será de la misma forma, volviendo sobre los mismos temas: el teatro, la creación, los roles, la historia, el feminismo, la formación y la escritura. Sobre todo, la escritura.

¿De qué está hecha su escritura, la que escribió dos obras completamente distintas que conviven en una cartelera teatral que volvió, después de la pandemia, con la fuerza de un volcán en erupción?

“¿De qué escribimos les autores y escritores jóvenes cuando escribimos? Claro, escribimos de nosotres. El tema es que escribir de nosotres es un viaje. Escribir sobre nuestras generaciones y sobre qué pensamos implicó el desarrollo de un pensamiento crítico tremendo para saber qué es lo que somos, qué es lo que hacemos, cómo vivimos. No hay que esperar un teatro influenciado por la Nouvelle vague. Capaz que sí hay influencias, pero no en nuestro contexto. Crecimos mirando las novelas de Cris Morena, que más allá de su valor como empresaria, tienen unos niveles de violencia simbólicas que son extremos. Entonces, en mi caso, si bien estas dos obras, Mal escrita y Verano, son muy distintas, tienen en común la violencia cotidiana, el contarnos a nosotres desde ese punto de vista, desde la visión crítica de nuestra historia”.

Entre el barrio y la vocación

Florencia Caballero Bianchi, actriz, directora y dramaturga
Florencia Caballero Bianchi, actriz, directora y dramaturga. Foto: F. Flores

Su historia empieza en 1985 en el barrio Coppola de Montevideo —entre Marconi, las Acacias, el Cementerio del Norte y el Cerrito de la Victoria, así lo nombra ella—. Está marcada por la militancia política y sindical de su madre y de su padre y por la vida en la cooperativa de viviendas por ayuda mutua en la que vivían. Los días eran de juegos en los espacios comunes, con los amigos y las amigas del lugar.

Entre esos juegos estaban las historias: las que Florencia inventaba, las que interpretaba frente al espejo, de las que se disfrazaba. Y estaban, también, los poemas, los cuentos, los diarios que llevaba sin demasiado control: la escritura.

El teatro llegó como llegan casi todas las cosas importantes, como esas cosas que aparecen y lo cambian todo. Estudiaba en el Liceo Pedro Poveda cuando Fernando Juanicó, docente de teatro de la institución, la invitó a unirse al grupo. Y ella aceptó. Tenía 14 años. En ese mismo momento conoció al conjunto de parodistas con el que, tiempo después, saldría en el Carnaval de las Promesas hasta los 18 años.

Recuerda, Florencia, a esa experiencia del carnaval como una de las primeras veces en las que, sin quererlo, se acercó a la noción de dirección: de mirar un espacio desde afuera, de empezar a entender cómo funciona la escena, de observar desde otra perspectiva. “Yo milito mucho por el Carnaval de las Promesas, incluso después de todas las cosas horribles que nos enteramos —por las denuncias surgidas en Varones Carnaval—, porque es un espacio fermental muy importante en la adolescencia que te permite sedimentar conocimientos desde lo escénico que son muy brutales”.

Con toda esa historia encima, Florencia decía que iba a estudiar Ciencias Políticas. Sin embargo, cuando terminó de cursar quinto y sexto en el Juan XXIII, decidió que iba a dar la prueba de ingreso de la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático (EMAD). La preparó, la dio, la perdió y lloró. Se anotó en un taller de actuación en el Teatro Circular y tres años después volvió a dar la prueba. Egresó de la EMAD en 2009, actuó en algunas obras y en algunos cortos hasta que, en 2013, la Comedia Nacional abrió el llamado del Seminario Nacional de Dramaturgia, que dictaría Sergio Blanco. Y entonces, otra vez, algo llega, de pronto, para hacer un quiebre, una ruptura, una alteración en el curso natural de las cosas: la dramaturgia, la escritura, y con ella, la dirección.

“Miraba ese llamado y no me animaba a anotarme, hasta que el último día no aguanté más y me inscribí. Fue una sensación física, no sé. Escribí una escena, Honrarás a tu madre y a tu padre, y la mandé. Yo creía que no podía escribir teatro porque no sabía escribir diálogos y además no tenía el currículum necesario para ese seminario. Una semana después me llamaron, me dijeron que les había interesado mi material. Ese seminario fue impresionante, fue una de las experiencias más estimulantes de mi vida. Salí de ahí escribiendo”. Fue, dice Florencia, como abrir una compuerta que nunca más se cerró.

A partir de entonces hizo todos los cursos y talleres de dramaturgia que encontró, como una residencia que organizó Gabriel Calderón con el dramaturgo y director español Sergi Belbel o cursos con Simon Stephens, dramaturgo inglés (ver recuadro). Además, está cursando la Maestría en Dramaturgia de la Universidad Nacional de las Artes, en Argentina.

La escritura como análisis y como entendimiento. La escritura como herida y como hemorragia. La escritura como alivio y como bálsamo. La escritura como marca y como huella. La escritura como mirada y como perspectiva. La escritura como una manera de ser y de decir. La escritura como forma, como distancia y como reconstrucción.

Primero fue Inés, eventualmente el amor triunfará, de 2016, que exploraba sobre la mujer, el cuerpo, la supervivencia; un año después fueCheta, una de las mejores obras del 2018 que traía al presente la crisis del 2002 a través de los vínculos de un grupo de adolescentes; finalmente, aunque empezó a escribirlas antes de la pandemia, este año estrenó Verano, una historia que transcurre en los veranos de los últimos 15 años de un grupo de amigos en Rocha, y Mal escrita, que habla sobre ser mujer y ser directora, sobre ser mujer y ser joven, sobre ser mujer y escribir. Fue hecha para la Comedia Nacional y va hasta el 4 de diciembre en Sala Verdi.

—¿Por qué escribís?
—Si racionalizo un poco, lo que te puedo decir es que la escritura es una oportunidad de entender el mundo que habito en sus formas más complejas. Escribiendo entiendo el mundo. Si voy aun más allá, escribir es también un mecanismo de sublimación.

El día crece y se agita en el centro de la ciudad. Florencia mira el celular por primera vez en toda la mañana. Dice ay, pide disculpas, se va apurada. Esa noche mirará la función de Verano desde la cabina de luces de la sala Hugo Balzo. Eso también es una forma de la escritura.

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