El incendio de UTE: jerarca revive en un libro un recuerdo marcado a fuego de hace 30 años

El actual gerente general del organismo, José Alem, fue testigo directo del siniestro de 1993 y compiló sus recuerdos en una publicación. Su objetivo: preservar la historia y honrar la memoria de las victimas.

INCENDIO
Incendio de UTE en la madrugada del viernes 13 de agosto de 1993.

La madrugada del viernes 13 de agosto de 1993 quedó grabada como una de las tragedias más impactantes de la historia reciente de Uruguay. El Palacio de la Luz, sede central de UTE, ardió en llamas en un incendio que se cobró la vida de cinco trabajadoras de limpieza y obligó a un rescate aéreo inédito, digno de película. Ese episodio, que marcó a una generación de funcionarios y a la sociedad toda, es reconstruido tres décadas después en el libro El día que fui al infierno. El incendio de UTE, escrito por José Alem Deaces, abogado y gerente general de la empresa, quien acaba de cumplir 50 años en la institución.

Alem vivía muy cerca del Palacio en aquel agosto de 1993 y vio el comienzo del incendio desde su apartamento. Se despertó por los estruendos que provocaban los vidrios al estallar y la caída de los aires acondicionados. “A las 2:05 aproximadamente, se sintieron muchísimos ruidos; parecía como una guerra, por las cosas que caían. Me levanto y veo por la ventana las lenguas de fuego saliendo de la UTE”, recuerda a Domingo.

La cercanía lo convirtió en un actor clave en las primeras horas, cuando todavía ni siquiera habían llegado las máximas autoridades. Y fue quien recibió el edificio tras la intervención de Bomberos. Eso lo transformó en testigo directo del horror: vio los cuerpos calcinados de las trabajadoras que quedaron atrapadas en aquel infierno. La experiencia lo marcó para siempre.

“Fui, durante un mínimo de ocho horas, el funcionario de más jerarquía que había en el lugar. Por eso, yo era quien hablaba con los Bomberos y con la Policía”, relata. A falta de celulares, debió llamar al Cuartel de Bomberos desde su propia casa. Entre los vecinos que se acercaron estaba el futuro vicepresidente de la República, Raúl Sendic.

La escena fue caótica desde el inicio. Los aires acondicionados explotaban al caer y se transformaban en proyectiles: “Cuando el fuego los alcanzaba, rompían los vidrios y caían, eran verdaderas bombas”, describe Alem. Uno de ellos incluso incendió un kiosco de diarios y revistas frente al Palacio, aumentando el riesgo de que el fuego se expandiera.

Al mismo tiempo, centenares de curiosos se acercaban para presenciar lo que parecía una versión real de la película Infierno en la torre, estrenada pocos años antes. La combinación de espectadores, escombros en caída y llamas descontroladas convirtió la esquina de Paraguay y General Aguilar en un escenario de extremo peligro.

La magnitud del incendio sorprendió incluso a los bomberos. El fuego avanzaba velozmente por los pisos altos, alimentado por alfombras, muebles de madera, expedientes y cableado eléctrico, todo esto resultado de un proceso de “modernización” que había aumentado la presencia de material inflamable. “Sumemos cables, moquete, madera y los propios expedientes: el fuego se expandió libremente y a discreción”, explica el autor.

Jose Alema Deaces
José Alem Deaces.
Darwin Borrelli/Archivo El Pais

Rescate y recuerdo doloroso

Uno de los capítulos más sobrecogedores fue el rescate aéreo. Varias personas quedaron atrapadas en la azotea mientras el fuego avanzaba. La Fuerza Aérea acudió con helicópteros y realizó una maniobra inédita: izar desde el techo a las víctimas.

“El rescate fue peligroso y espectacular, como se ve solo en las películas. Bajaban un canasto y con eso subían a las personas, junto con un oficial de Bomberos. Uno lo veía que se iban bamboleando hasta llegar a la Aduana, donde los bajaban y volvían a buscar más gente”, narra Alem.

Ese operativo no solo salvó vidas sino que quedó inscrito en la memoria colectiva. Años después se reconoció formalmente a los tripulantes de helicópteros militares, estableciéndose cada 13 de agosto como su día conmemorativo.

El recuerdo más doloroso de Alem son los cuerpos hallados en el noveno piso: “Más que la destrucción que vi, que fue total, me quedó grabado el olor… Era impresionante ver los cuerpos de las personas fallecidas. Fueron cinco mujeres del servicio de limpieza. Si se hubieran arriesgado a bajar, se hubieran salvado, porque el fuego nunca baja”.

Una de las mujeres estaba a punto de casarse. Y probablemente de eso conversaba con sus compañeras. En la oficina quedaron el té servido, los bizcochos y los pocos ahorros con los que iba a pagar la última cuota de su vestido. “Fue muy doloroso”, repite Alem, todavía con la voz marcada por la emoción tres décadas después.

En 1995, UTE inauguró en el hall de la torre la obra Testimonios, de Águeda Dicancro, como homenaje a estas trabajadoras. Son vidrios con siluetas que recuerdan su ausencia.

Investigación y consecuencias

En los días posteriores circularon versiones de que el incendio había sido intencional para ocultar un fraude. Alem lo descarta de plano: “Una de las cosas que se decían, y mal, era que el incendio había sido ocasionado con un intento de estafa para esconder un dinero que se había robado. Falso. Cuando llegó el gerente general, la primera medida que tomó fue ordenar una conciliación. Y al tercer o cuarto día ya sabíamos que no había habido estafa, que no faltaba nada”.

La investigación concluyó que el fuego se originó en un cortocircuito en una zona vacía, lo que permitió que las llamas avanzaran sin ser detectadas a tiempo. El desastre derivó en profundos cambios institucionales: descentralización de oficinas, refuerzos en seguridad, modernización de sistemas contra incendios y la reubicación de servidores informáticos en búnkeres externos a la torre.

Además, fue un hito en la creación del Sistema Nacional de Emergencias (Sinae), establecido dos años más tarde, que marcó un antes y un después en la gestión de riesgos en Uruguay.

Memoria que no se apaga

¿Por qué publicar el libro 30 años después? Alem lo explica con sencillez: “No quería que se perdiera un testimonio de primera mano. Pongo el nombre de las cinco personas fallecidas, porque no las van a homenajear con una calle ni nada; quiero que se sepa lo que pasó, lo que vivimos”.

El libro, además, rescata la historia del Palacio de la Luz como icono arquitectónico y cultural. Alem recuerda que el proyecto original incluía un parque lineal desde la calle Paraguay hasta Agraciada, que nunca llegó a concretarse. Y lamenta las pérdidas materiales: “Parte de la pinacoteca de UTE, que era muy buena, se perdió. Eso incluyó unas lunas de (José) Cuneo que eran espectaculares. En Presidencia había un cuadro de Blanes Viale, que también se quemó”.

Imágenes que no se borran

“Paso por ese lugar (donde murieron las empleadas) permanentemente. Antes era una recepción, ahora es una sala de reuniones, pero yo que lo vi sé que es ese lugar. Y salvo que esté conversando, el recuerdo viene. Eso te marca”, afirma José Alem. Y agrega: “Se atendió a las familias de las víctimas. En algunos casos fue una suma de dinero y el ingreso a la UTE de dos hijos y un nieto, en otros la adquisición de viviendas por medio del Banco Hipotecario. Si bien fue un buen gesto, todos sabíamos que esas familias no tendrían consuelo alguno. Los familiares actuaron de distintas formas”.

Entre las imágenes que sobrevivieron a la época -y que hoy pueden encontrarse en plataformas como YouTube- destacan las de un joven Aldo Silva, entonces movilero de Canal 12, transmitiendo en vivo desde el lugar de los hechos, o la del presidente de UTE, Alberto Volonté, profundamente conmovido y sin poder contener las lágrimas frente a las cámaras. También quedó registrado el trabajo del fotógrafo de El País, Miguel Odella, quien al final de su guardia se topó con la tragedia cuando regresaba a su casa. Sus primeras fotos fueron en blanco y negro, pero volvió a la redacción en busca de rollos a color para continuar documentando aquel siniestro que marcaría un antes y un después.

Más allá del impacto humano, el incendio también abrió un debate sobre la seguridad en los edificios públicos, la protección contra incendios y la necesidad de revisar la normativa de la época. Tres décadas después, la memoria de las víctimas (que eran empleadas tercerizadas) y el relato de los sobrevivientes siguen recordando que aquel 1993 no fue solo un año de pérdida, sino también un llamado a transformar el modo en que las instituciones protegen a sus trabajadores.

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