"Venía pasando por un dormitorio de mi casa y veo mis Converse ahí, todos juntos, con una luz que les caía medio teatral. Dije: ‘woow, ¿y esto? Interesante’”. Así describe Santiago García (51 años) el momento en que sus championes de siempre se transformaron en inspiración para su arte. Fue allá por el 2007 que empezó a generar la serie Champioteca, con la que llegó a distintas partes del mundo y que ya supera las 1.600 piezas.
Cuenta que en ese momento estaba buscando un elemento que funcionara como punto central de su obra. “Siempre utilizo objetos reconocibles o comunes a nivel popular mundial y trato de sacarlos de contexto y ponerlos en una atmósfera, no absurda, pero sí descontextualizada. Es una manera de invitar al espectador a que termine la obra”, explica.
¿Y qué fue exactamente lo que lo atrajo de esta marca americana de championes? La respuesta que surge de inmediato es que son un símbolo de rebeldía y autenticidad. “Un elemento de contracultura que a mí me interesaba de chico”, asegura Santiago.
Como el menor de cuatro hermanos, siempre heredaba los zapatos de los más grandes. “Me acuerdo que les ponía un poquito de algodón en la punta para que me quedaran bien”, comenta entre risas. Enseguida aclara que las Converse que lo inspiraron fueron suyas desde el primer momento porque la serie comenzó cuando ya era adulto y estaba en México buscando revolverse con su arte.
“Las Converse aparecieron sin ningún tipo de expectativa”, asegura.
Se había mudado al pueblito mexicano Todos Santos, en Baja California Sur, en busca de mejor suerte ya que en el lugar en el que estaba antes —La Paz— le estaba yendo muy mal. “Es uno de los 21 pueblos mágicos de México, un lugar con mucho turismo y galerías muy cosmopolitas. Terminé consiguiendo una galería, luego pasé a otra, y después apareció un manager que me llevó a los Estados Unidos y me colocó en muchas galerías. Entonces la serie empezó a tomar mayor importancia y a cotizarse más”, relata.
Hoy en día estos championes son los protagonistas de obras en general de gran tamaño que mayormente elabora por encargo. A los pedidos de los Estados Unidos, se le fueron sumando otros de países tan distintos como España, Australia o Chile. Incluso con clientes famosos, como un beisbolista del que no recuerda el nombre, pero que sabe que es muy importante. “De mi galería de San Francisco me pidieron un cuadro para él”, acota.
Si bien la serie es un 99,9% de championes Converse All Star y nació pensada para ellos, Santiago aclara que no está casado con la marca ni tiene ningún compromiso comercial con la misma, aunque lo han querido contactar en más de una oportunidad.
“La primera vez me asusté. Estaba en José Ignacio y un amigo me dijo que me estaba buscando alguien de Converse Internacional. También me lo dijo la galería con la que yo trabajaba. Resulta que quería felicitarme por mi trabajo y pedirme dos obras de cierto tamaño para su oficina. En ese momento yo no tenía y le dije que se las hacía, pero al final no quedó en nada”, evoca.
Si tiene que definir a la Champioteca, sostiene que lo que ha hecho es “una pintura con una composición de corte pop, pero con un trabajo mucho más formal. Es como una guiñada desde el punto de vista técnico, pero más académica”. Para llevarla adelante apela a una técnica de acrílico sobre tela u óleo sobre tela. Esta última es la que más aplica actualmente.
En cuanto al precio de los cuadros, varían de acuerdo al tamaño, pero en líneas generales se puede decir que van de los US$ 600 a los US$ 17.000 (las más grandes son de más de 2 metros por metro y medio). “Obra tan chiquita ya no hago porque me cuesta, la vista ya no es la misma”, se excusa.
Si bien es una serie que ama desarrollar, reconoce que a veces estar siempre pintando lo mismo cansa un poco, pero que él mantiene la producción por respeto a las galerías que siempre lo apoyaron. Lo que sí hace es buscar darle un refresque de tanto en tanto, algún aporte nuevo para renovar las ganas, y lo logra.
Entre las anécdotas que atesora de este trabajo está lo que le ocurió en la galería de Boston con la cual trabaja. “Me pidieron que diera un discurso y lo llamativo fue que, al terminar, en medio del vernissage, venía gente con sus championes Converse para que se los firmara. ‘De ninguna manera, no son mi creación’, les respondía porque me parecía una falta de respeto y además me podía traer problemas. Me quedó como algo muy loco que me pasó”, rememora.
Formado en Uruguay, triunfando en el exterior
“Yo vivo del arte desde el años 2000”, dice Santiago García. Antes del arte, se estaba formando en Licenciatura en Letras y en Biología Marina, y trabajaba en una agencia de publicidad.
“Nunca me interesó la pintura hasta que empecé a hacer talleres”, continúa quien realizó estudios en técnicas de serigrafía y grabado con el maestro Eduardo Fornasari; luego técnicas de dibujo y pintura con el maestro Clever Lara, y finalmente cerámica con Susana Pizzurno.
Vivió en México, en Buenos Aires y en San Pablo, donde vendía sus obras en una feria callejera. “Mi casa estaba en un morro que tenía 105 escalones hasta la vereda, no me olvidó más. Tenía que hacer dos morros para llegar a la parada del ómnibus para ir a la feria y no vendía nada”, recuerda.
En 2003, viajó a Cataluña para estudiar técnicas de grabado calcográfico. También estuvo unos años en Londres.
Tiempo después regresó a México para hacer una muestra en un centro cultural, pero tampoco le fue bien. La cosa cambió cuando se instaló en el pueblito mexicano Todos Santos, en Baja California Sur, y su Champioteca comenzó a enamorar clientes de los Estados Unidos.
Desde hace 20 años está instalado en Montevideo, con un taller que ahora tiene en Punta Gorda. “En Uruguay estoy sin galería que me represente. Mi trabajo es más para afuera que para acá, pero lo que quiero es tener en mi país un lugar donde pueda mostrar mi obra”, señala.
Cuenta que hace tanto obra figurativa —caso de la Champioteca—como abstracta. “El móvil interior no es el mismo aunque tienen los mismos conceptos compositivos y de búsqueda. Sin embargo son dos vehículos totalmente distintos”, explica y se niega a que lo encasillen aunque el mercado exija lo contrario. “Las galerías quieren tener un artista que tenga un discurso muy clavado”, apunta abordando uno de los temas que le gusta tocar en los conversatorios que organiza para “generar conciencia”.
Proyecto en la Antártida y una idea que se viene
En 2018, Santiago hizo un viaje a la Antártida que le “partió la cabeza”. Fue en carácter de técnico (manejo de aparatos), acompañando a su hermano, un científico de renombre que iba a realizar una investigación. “Paralelamente me llevé un proyectito artístico sobre todo lo que es la retracción glacial, los movimientos glaciares, la meteorización de la piedra por los fenómenos climáticos... Es un trabajo que en total me llevó ocho años de investigación”, relata sobre lo que desembocó en una serie de pinturas abstractas que recién comenzó a cristalizar el año pasado.
“Como fue tan impresionante lo que viví, la serie nunca lo va a poder representar. Por eso es que la vengo demorando”, explica y agrega que considera que nunca va a llegar a traducir exactamente lo vivido. Lo que tiene claro es que la seguirá haciendo en un formato grande, tal como le gusta trabajar a él. “Estoy tratando de ver cómo agrandar mi taller para poder hacer la serie”, señala.
Comenta además que el retraso de su obra abstracta se ha debido también a que la obra figurativa —la Champioteca— le sacó mucho tiempo, algo que tampoco lamenta.
“La vida es un vaivén. Tenía menos tiempo porque tenía que cumplir con los pedidos de las galerías. Con la obra figurativa me va bien en la parte económica”, acota haciendo referencia a los equilibrios que siempre ha debido establecer.
Aclara que disfruta de lo que hace con las Converse, una idea que ha servido de base para otra que lo tiene muy entusiasmado, pero de la que aún no puede dar detalles. Tiene que ver con el fútbol y el Mundial de 2030. Quizás empiecen a aparecer pistas en su Instagram: @santiagogarciaartist