Por Igor Galo, especial para Domingo
La combinación de lugares históricos, una costa de acantilados impresionantes, colinas siempre verdes y una vibrante cultura musical y gastronómica explica por qué esta ciudad y su condado fueron destacados por National Geographic como uno de los mejores destinos para 2025. Conocida como “la ciudad rebelde” por su historial de levantamientos contra los ingleses, los lugareños consideran que Cork -la segunda urbe más poblada de la isla esmeralda- es la verdadera capital de Irlanda.
Y en una ciudad que se autodenomina rebelde, no sorprende que dos de sus sitios históricos más visitados sean un fuerte y una cárcel. El Fuerte de Elizabeth, ubicado en una colina cerca del centro, ofrece una vista panorámica excepcional y un recorrido detallado por la historia local. Símbolo del dominio británico durante siglos, también funcionó como prisión e incluso como depósito de alimentos durante la Gran Hambruna irlandesa del siglo XIX. Hoy está reconvertido en un espacio de visita obligada, con entrada gratuita y audioguía disponible en castellano.
Por su parte, la cárcel de la ciudad de Cork, ubicada a unos 20 minutos a pie del centro, es otra excelente opción para sumergirse en la historia de Irlanda. Este imponente edificio de estilo neogótico ofrece una visita interactiva que transporta al visitante a la vida cotidiana de los prisioneros en siglos pasados.
El monumento histórico más antiguo -y también uno de los más curiosos- es el Castillo de Blarney. Con más de seis siglos de antigüedad y accesible en transporte público desde el centro, alberga la famosa Piedra de Blarney, a la que escritores, políticos y viajeros de todo tipo han acudido, pues la leyenda dice que otorga el don de la elocuencia a quien la besa. Más allá de si se cree o no en el mito, vale la pena visitar este edificio medieval y sus extensos jardines, que incluyen cascadas, un jardín de plantas venenosas y más de 80 variedades de helechos.
Historia y naturaleza.
Aunque la historia y la política no hayan sido benévolas con los corkonianos durante siglos, la naturaleza los ha compensado con generosidad. El condado produce hoy el 70 % de los productos culinarios artesanales de Irlanda, una tradición agrícola de larga data que ha permitido a Cork alzarse con orgullo como la capital gastronómica del país. No sorprende, entonces, que uno de sus espacios más curiosos -y visitados- sea el Museo de la Mantequilla, dedicado a uno de los productos estrella de la región. Único en su tipo, este museo narra la historia de un alimento fundamental en la dieta local, que hoy se exporta a todo el mundo.
Y no es la única oportunidad para descubrir los sabores locales. El pintoresco Mercado Inglés, construido originalmente en 1788 y reconstruido en los años 80 tras un incendio, es un paraíso para probar platos tradicionales, conocer productos locales como la morcilla o los quesos, y deleitarse con los puestos de pescado. Está ubicado en pleno centro, en una zona peatonal ideal para pasear y disfrutar con calma.
¿Una Guinness estando en Irlanda? Puede ser, aunque en la ciudad hay opciones más populares, como Franciscan Well, una cervecera local que ofrece visitas guiadas con cata incluida. Y para descubrir los secretos de la otra gran bebida irlandesa, el whisky, basta con acercarse a la cercana localidad de Midleton, donde se encuentra la destilería Jameson, abierta al público con recorridos guiados y degustaciones.
Descubriendo el condado.
A solo media hora en tren desde el centro se encuentra Cobh, un pintoresco pueblo con un lugar especial en la historia: fue la última escala del Titanic antes de partir hacia Nueva York en su viaje sin retorno. Los amantes de esta historia pueden visitar la Titanic Experience, un museo que revive las últimas horas del transatlántico a través de los relatos personales de los 123 pasajeros que embarcaron allí.
La tragedia del Titanic, sumada al hecho de que desde este puerto partieron muchos de los dos millones de irlandeses que emigraron durante la Gran Hambruna del siglo XIX, hizo que durante mucho tiempo se conociera a Cobh como “la ciudad más triste de Irlanda”.
Hoy, poco queda de aquella melancolía. Cobh se ha transformado en un destino turístico familiar que encanta con sus casas de colores, sus pubs, su catedral neogótica y su atmósfera tranquila. Además, su puerto natural -el segundo más grande del mundo- puede recorrerse en excursiones en barco que permiten explorar la costa irlandesa o visitar la antigua isla-prisión de Spike Island.
No muy lejos de allí, el faro de Ballycotton, erigido sobre un islote habitado únicamente por aves marinas, es otro punto clave para disfrutar del litoral. Con más de 3.000 kilómetros de costas rocosas y mares embravecidos, no sorprende la relación especial que los irlandeses mantienen con sus faros. La costa cuenta con 65 faros gestionados por Irish Lights, muchos de los cuales, como el de Ballycotton, pueden visitarse mediante tours organizados.
Un destino destacado del condado de Cork es Kinsale, un coqueto pueblo costero que fue escenario de la Batalla de 1601, donde los rebeldes irlandeses, con apoyo español, se enfrentaron al ejército británico. Su derrota marcó el fin de la Irlanda gaélica y el inicio del dominio británico, que perduró hasta la fundación de la República, hace algo más de un siglo. Un mástil en el puerto conmemora aquel episodio histórico.
Menos dramático, pero también trascendente, fue el año 1976, cuando en Kinsale surgió el Good Food Circle, una iniciativa pionera de restauradores locales que decidieron colaborar para transformar la ciudad en un referente gastronómico. Su primera acción fue organizar un festival culinario en otoño que aún se celebra y ha impulsado el turismo en la zona.
Hoy, esta antigua ciudad pesquera es un destino perfecto para sibaritas del buen comer y las compras. El Fuerte de Charles, que durante siglos custodió el puerto, es otro lugar imprescindible en una ciudad ideal para pasear, relajarse y, como dicen en Cork, “pasarlo craic” -palabra local que define el buen rato disfrutado con amigos.