Que es mucho mayor que su marido -al que además le pega bofetadas-, que usa peluca y hasta que nació siendo, en realidad, un hombre. No la tiene fácil la primera dama de Francia frente a las críticas de los medios y el público. Sin embargo, Brigitte Macron ha desempeñado su papel de Estado con corrección. Y a esta altura, nadie se atreve a poner en duda que lo que la mantiene unida a Emmanuel es una verdadera relación de amor.
Nacida como Brigitte Marie-Claude Trogneux el 13 de abril de 1953 en Amiens, Francia, la esposa del presidente Emmanuel Macron es primera dama del país desde mayo de 2017.
El público la conoció primero como una mujer elegante y segura de sí misma, pero antes ya gozaba de un buen prestigio como intelectual: exprofesora de literatura y latín, su carrera docente incluyó prestigiosos centros como el Lycée Saint-Louis-de-Gonzague en París, donde enseñó hasta 2015.
Brigitte tiene 25 años más que Emmanuel Macron, quien nació en diciembre de 1977. Se conocieron en 1993, cuando él tenía 15 años y ella era su profesora de teatro de 39 años. El hoy mandatario describió su relación como “un amor frecuentemente clandestino, a menudo ocultado, incomprendido por muchos”.
El vínculo fue duramente cuestionado desde el inicio: las leyes y la ética impusieron una tensión constante. Algunos comentan que, aunque la edad de consentimiento en Francia es 15 años, la relación con un alumno en esa condición podría haber tenido consecuencias legales para Brigitte.
Se casaron en 2007, después de que ella se divorciara un año antes. Y desde entonces, su matrimonio ha sido retratado como una historia de entrega mutua, aunque la sombra de ese comienzo poco común sigue generando debate en una sociedad muchas veces pacata e hipócrita.
Emmanuel Macron ha dicho: “Si yo tuviera 20 años más que ella, nadie cuestionaría nuestra unión”, atribuyendo las críticas a la misoginia y los prejuicios sociales. Por su parte, Brigitte ha rechazado apelativos como cougar, asegurando que nunca antes -o después- se interesó en tener parejas mucho más jóvenes.
Brigitte también es madre de tres hijos, fruto de su matrimonio con el banquero André-Louis Auzière, con quien estuvo casada entre 1974 y 2006.
El mayor es Sébastien Auzière, nacido en 1975, ingeniero de profesión y de perfil reservado, alejado de la exposición mediática.
La segunda es Laurence Auzière-Jourdan, nacida en 1977, reconocida cardióloga que ejerce en París (curiosamente, fue compañera de clase de Emmanuel Macron en el colegio).
La menor es Tiphaine Auzière, nacida en 1984, abogada especializada en derecho laboral.
En su rol de primera dama
Aunque no ocupa un cargo político formal, Brigitte Macron es considerada una voz influyente en el Palacio del Elíseo. Si bien no participa en la toma de decisiones del Ejecutivo, Emmanuel Macron suele consultar sus opiniones en asuntos de comunicación y sensibilidad social, lo que refuerza su peso en la vida política francesa. Así, sin remuneración ni estatus formal, actúa como puente entre el Elíseo y la sociedad civil, articulando demandas y materializando proyectos, con visibilidad creciente en Francia y el extranjero.
Ha sido la cara visible de campañas contra el acoso escolar y en línea, e impulsó, en 2018, el Instituto LIVE, una fundación destinada a jóvenes mayores de 25 años que no estudian ni trabajan, con presencia ya en varias ciudades de Francia y un destacado nivel de inserción laboral.
Otro de sus ejes de trabajo ha sido la salud. En 2019 asumió la presidencia de la Fundación Hôpitaux de París - Hôpitaux de France, desde donde busca mejorar la calidad de vida de pacientes y personal sanitario. Además, ha manifestado un fuerte compromiso con la defensa de los derechos de las personas con discapacidad.
Durante la cumbre de la OTAN en La Haya en junio de 2025, acompañó a otros cónyuges de líderes en un programa cultural paralelo en Róterdam, donde su cercanía con Emine Erdogan fue destacada.
El mes pasado, en tanto, formó parte de la primera visita de estado francesa al Reino Unido desde 2008. Fue recibida junto al presidente por la realeza británica, participó en actos oficiales y estuvo presente en el banquete del Castillo de Windsor.
Momento viral y polémico
En mayo de este año se viralizó un video del presidente y su esposa descendiendo de un avión en Hanói, Vietnam, donde Brigitte parecía darle una bofetada o empujón en la cara al presidente. Las reacciones oscilaron entre risas, memes y análisis serios: algunos lo consideraron una incómoda muestra de conflicto, otros solo una escena juguetona.
El Palacio del Elíseo respondió rápidamente, negando tensiones y describiendo el episodio como “bromas entre parejas acostumbradas a cierta complicidad”, instando a no sobreinterpretar el momento.
Pero a los medios sensacionalistas les encanta el chimento. Y revolver en el fango. Un análisis corporal lo interpretó como una defensa pública ante teorías conspirativas, mientras que el presidente bromeó al calificar la viralización del clip como una “catástrofe geoplanetaria”.
De inmediato, el momento fue apodado “Le Slap” o incluso “Slapgate”, sumando memes y reflexiones sobre los dobles estándares: ¿sería tan gracioso si fuera un hombre quien abofetea a su pareja en público?
El rumor conspiranoico
Una de las teorías más virulentas que han afectado a Brigitte Macron es la que afirma que la primera dama nació como hombre, promovida en redes, medios ultraderechistas y figuras con de cierta notoriedad pública.
La pareja presidencial respondió con demandas por difamación: en setiembre de 2024, Brigitte ganó un juicio en París contra dos mujeres que habían difundido rumores, recibiendo 8.000 euros en compensación.
En este mes de agosto, Emmanuel presentó otra demanda en Estados Unidos contra la comentarista conservadora Candace Owens, por una serie de acusaciones conspirativas, incluida esa de identidad transgénero. El caso, presentado en Delaware, suma 22 o más cargos y busca responsabilidades por difamación y lucro injusto. Macron calificó estas afirmaciones como “mentiras devastadoras”, impulsadas por intereses inescrupulosos.
El presidente justificó la demanda como necesaria para defender el honor de su familia, pese al riesgo de darles más atención a los denunciados (efecto Streisand). También lo describió como un acto en defensa de la verdad y no de la censura.
Al final del día, la historia de Brigitte Macron deja una enseñanza: el escrutinio público puede enmudecer verdades, moldear narrativas y destruir reputaciones. Pero la vida compartida de la primera dama y el mandatario francés sigue siendo mucho más que el eco de escándalos: es la historia de una unión construida mientras otros solo se dedican a juzgar; a ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.