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Amores de verano, pasiones fugaces e intensas

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DE PORTADA

A veces, todo parece alinearse para una relación amorosa durante las vacaciones. ¿Durará más allá de marzo?

Maitena (44 años) tenía 14 cuando tuvo su primer amor estival. Fue una relación con mucho de idealización y poco de carnadura. Él era porteño y ella montevideana. Se conocieron en Valizas y hasta llegaron a hacer trabajar a los servicios postales de ambos países cuando cada uno ya habían retornado a sus respectivos hogares. Era un amor de verano de la época pre-internet. “Me hice toda la cabeza, me imaginaba cualquier cosa. En realidad, me imaginaba todo: una relación duradera, idílica, pura… Obvio que no fue así. Duró poco, pero aún lo recuerdo”, dice Maitena hoy cuando rememora con la mirada brillante y titilante.

Cuando se le presentó la oportunidad de un segundo amor de verano, también en Valizas, Maitena ya era otra mujer. Ni su mamá ni sus hermanos mayores le hacían preguntas a dónde iba o a qué hora llegaba. Era una adulta, se había casado, tenido una hija y divorciado. Se mantenía sola con su trabajo y se fue a veranear con unas amigas y su hija, que tenía apenas unos pocos años.

“Nos conocimos en la playa y luego nos vimos de noche en una reunión de amigos. Enseguida conectamos. Mi hija correteaba de acá para allá y nosotros charlábamos y charlábamos. Se fue haciendo tarde, pero yo no me quería ir. Mi hija empezó a tener sueño y la subí a upa. Se durmió en mi regazo, mientras yo seguía charlando con él, en la noche calurosa y estrellada. Coqueteábamos todo el tiempo y al otro día nos empezamos a mandar mensajes de texto, todavía no había cosas como WhatsApp”.

Para Maitena, lo que estaba naciendo era una situación “win win”. Ya tenía otra experiencia de vida, se sentía más segura de lo que quería (y lo que no) y no le preocupaba el día después. “Ya sabía lo que podía ser un amor de verano. Entonces, flirteaba sin inhibiciones. Si pintaba algo más o no, se vería después”.  El asunto es que terminó contrayendo un segundo matrimonio, que también se disolvió en documentos de divorcio unos años después. De todas maneras, no se arrepiente. De esa relación quedó una amistad entre su hija y la hija que él ya tenía de otra relación. Ellas, que fueron hermanastras durante un par de años, se siguen frecuentando y siguen compartiendo partes de sus vidas.

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Foto: Shutterstock.

Malena, 31, tuvo su primer amor de verano a los 12 años, en Ciudad de la Costa. “Fueron más llamadas telefónicas que otra cosa, hablábamos mucho. Pero ni siquiera nos besamos. Para el verano siguiente tuve otro amor de verano y ahí ya fue más en serio. Ese amor duró un mes y medio y fue el primero que me rompió el corazón”, recuerda.

La huella que dejó ese romance fue lo suficientemente profunda como para que Malena y él tuvieron sucesivas reconciliaciones y rupturas a lo largo de los años. “Algo más de 10 años. Recién en 2015 terminó definitivamente ese amor de verano. Fue un amor tormentoso y apasionado”, comenta entre risas.

A Malena no le llevó mucho tiempo engancharse en otro amor veraniego. Para la próxima temporada se había vinculado con el amigo de una amiga. “Incluyó puestas de sol en La Pedrera, noches de boliche…” Y también esa relación tuvo una extensa continuación, más allá de la estación de días largos y noches cálidas. Para ella, el verano es perfecto para el amor. “Es más fácil. Salís de noche, vas a la playa… Sobre todo cuando sos más joven, tenés más libertad de ir y venir por el balneario, andás mucho con tus amigos”. Actualmente, Malena también está veraneando pero amor no hay. “¡Ya quisiera!”, dice otra vez entre risas pero luego acota: “Aprendí que el verano no es la vida real. Aunque estés trabajando y no de vacaciones, hay mucho de compartir noches en algún balneario, salir a bolichear, la sensación de la rutina no es tan marcada y sigue habiendo un aire a libertad. Luego, cuando llega marzo y esa rutina se hace más presente, todo tiene que ordenarse un poco más. Ahí te das cuenta que ese amor de verano no era lo que parecía en el momento”.

El encanto de lo pasajero

La psicóloga Roxana Gaudio, autora del libro "Transformar la pareja. Claves para y crecer de a dos", dice que hay que saber distinguir. “Hay que diferenciar entre ‘amor de verano’ de ‘enamorarse en verano’. El amor de verano como concepto es como ese amor un poquito más descomprimido, propiciado por las circunstancias y el lugar. En general, se da en el marco de unas vacaciones y ahí es importante saber de dónde uno viene, ¿no? Porque uno viene de un día a día más estresante, rutinario...”

De acuerdo a lo que explica Gaudio, llegar al balneario es empezar a desacoplarse del estrés, la rutina y empezar a recobrar algo del vigor que se había escondido tras las responsabilidades y los compromisos. “Estás menos estresado, no tan regido por la rutina menos cansado y buscando cosas nuevas…”. En realidad, agrega, lo que se está buscando es “básicamente el disfrute. Cuando conectás con alguien en ese contexto, el objetivo es pasarla bien. Por eso es algo bastante buscado también”.

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Foto: Shutterstock.

—¿Uno está más predispuesto entonces?
—Sí, hay una predisposición y también una mayor intensidad. La predisposición es la cabeza con la que uno enfrenta esas vacaciones, buscando la posibilidad de lo distinto. Y todo acompaña: el aire libre, el clima, todo como para que uno esté más adrenalínico. Esa adrenalina permite vincularse con el otro desde un lugar mucho más de dar y de pasarla bien. Es más descontracturado y, como ya dije, más intenso. Es comparable al primer período de enamoramiento en una relación. El amor de verano no tiene, al menos en principio, otro propósito que pasarla bien.

—¿El amor de verano es efímero?
—Habría que definir de manera más acotada “amor de verano”, pero si lo hacemos en el marco de unas vacaciones, en donde todo es más pasional e intenso y que todo tiene como criterio principal el goce y es más descomprimido... Ahí sí. Porque todo eso lleva a relaciones que tienden a no tener gran proyección. Es más efímero porque tiene más que ver con el enamoramiento que es la primer etapa del amor, donde uno se vincula con lo mejor del otro y también da lo mejor de sí. Es una relación en donde mucho pasa por el placer. Puede sorprender y haber excepciones, donde el vínculo muta hacia algo más duradero, pero en general es algo transitorio.

Por esa razón, añade, hay que ser conscientes de que el amor de verano no es para todo el mundo. “No, no es para cualquiera. Es importante regular las expectativas. Una cosa es enamorarse en verano y otra un amor de verano. Parece que la frase misma conlleva que tiene un principio y un final. Quizás pueda transformarse en otra cosa, pero es eso”.

Amor de construcción

Graciela, 54 años, fue una de las que se enamoró en esa estación. Para ella, el amor de verano fue el de su vida. “Fue en el verano de 1967, el mejor verano de mi vida. Vivíamos en el mismo barrio, La Comercial, y mi amiga sabía que me gustaba. Un día estábamos en la calle, hacía mucho calor, y él pasó en bicicleta. Le pregunté a mi amiga si sabía quién era él y sí, sabía. Cuando volvió, mi amiga había escrito en la calle el nombre de él y el mío, adentro de un corazón gigante. Él paró y nos pusimos a conversar”.

Lo que cuenta Graciela sobre el nacimiento de su relación es también parte de la historia de un lugar y una época que ya no existe. “No era como ahora que uno puede estar permanentemente en contacto por WhatsApp. No podíamos vernos muy seguido ni tampoco hablar por teléfono. En mi cuadra, había solo una familia que tenía teléfono. Además, primero había que generar una relación de amistad y también te llevaba más tiempo la vida familiar. En ese sentido, el tablado fue un espacio que nos ayudaba mucho. Ahí uno tenía más tiempo para hablar”. Todo era más a largo plazo, dice Graciela y cuenta que estuvo 20 años de novia con su amor veraniego antes de casarse.

Ese “largo plazo” del que habla, Graciela no lo ve ahora, aunque aclara que no es que antes las relaciones eran para toda la vida y ahora no. “No, porque mis padres eran separados”, relata.

Pero si al decir de Zygmunt Bauman hasta las relaciones de amor son “líquidas” (más fugaces y superficiales, menos comprometidas), hay que, como dice Gaudio, ser consciente de las expectativas, y regularlas.

“El amor de verano tiene más que ver con la forma de amar, con la forma de seducir y manejar qué tanto me involucro. Hay personas que son muy intensas y hay que saber regular esa intensidad. Si yo a partir de una relación de verano me proyecto muy hacia adelante, de una manera muy seria y el otro no... Es medio como cuando tenés una relación a distancia. Puede ser que la persona venga o yo vaya, claro. Pero te estás enfrentando a un vínculo que en principio tiene menos probabilidades de prosperar”.

Regular las expectativas y, también, relativizar el valor de las palabras. “Uno puede decir ‘te quiero’ y para vos puede tener un significado y para mí otro. Hay que saber relativizar lo que se dice y tener presente que son momentos”.

Si se pretende construir una relación amorosa que vaya más allá de lo tórrido y lo pasional que se da de diciembre a marzo (si el clima acompaña, claro), Gaudio dice que hay que tener otro tipo de actitud.

“El amor ‘de construcción’ requiere otro tipo de planes y apuestas, donde no solo está lo lindo y lo placentero sino la otra parte, la que incluye el desgaste y los conflictos. Todo eso que forma parte de algo que uno termina aceptando. El amor de verano no tiene esos ingredientes, sino que se trata de vivir el momento. Y eso lleva a la intensidad”.

Esa construcción fue la que no pudo llevar a cabo Maitena cuando se casó con quien había sido su amor de verano. Aunque no se arrepienta, adquirió una nueva experiencia, tal como Malena que hoy dice que lo que aprendió de sus romances de temporada es que “el verano no es la vida real”.

Tanto a Maitena como a Malena les costó algunas amarguras y desilusiones darse cuenta de lo fugaces que pueden ser estas relaciones, aunque lo pasional y lo intenso de ese tipo de vínculos no las inhibió de disfrutarlos en más de una oportunidad. En ese periplo, tanto una como la otra aprendieron algo sobre sí mismas. Gaudio acota que, además de regular las expectativas y saber relativizar lo que se dice (y lo que se escucha), hay que mirarse a sí mismo: “En toda relación, la materia prima es uno mismo. Entonces, es muy importante conocerse y evaluar si ese ‘juego’ es para uno o no. Quizás no lo sea”.

zygmunt bauman

Enamorarse en la era de lo líquido

“A fin de cuentas, la definición romántica del amor como algo que dura ‘hasta que la muerte nos separe’ está sin duda pasada de moda: ha superado su fecha límite de consumo (...) Pero la desaparición de esa concepción significa inevitablemente la relajación de los criterios que una experiencia debe cumplir para que la categoricemos como ‘amor’. No es que hoy haya más personas que asciendan hasta las elevadas cimas de exigencia del amor en más ocasiones, sino, más bien, que tales criterios de exigencia han sufrido una constricción (...) El conjunto de experiencias al que la palabra ‘amor’ refiere se ha ampliado extraordinariamente. Al sexo ocasional se le llama ‘hacer el amor’. Esta súbita abundancia y aparente disponibilidad de ‘experiencias amorosas’ puede alimentar (de hecho, alimenta) la convicción de que el amor (...) es una habilidad que se aprende y que el dominio de tal habilidad se acrecienta con el número de experimentaciones y con la asiduidad de ese ejercicio. Podríamos llegar a creer (y lo cierto es que, demasiadas veces, así lo creemos) que las habilidades amatorias crecen inevitablemente a medida que acumulamos experiencias; que el próximo amor que venga será una experiencia más estimulante que la que ya hemos disfrutado, pero menos apasionante o excitante que la que la seguirá después. Pero esto no es más que otra falsa ilusión”. Del libro Amor líquido, de Zygmunt Bauman, 2003.

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