Símbolos de la época

Ioram Melcer

En principio, un diccionario no es un libro de lectura común. Una obra enciclopédica como el Diccionario de Símbolos de Juan Eduardo Cirlot tiene usuarios, lectores ocasionales que consultan el grueso tomo sabiendo en general porqué han acudido al diccionario y qué es lo que buscan. Son fanáticos, por no decir maniáticos y obsesivos: si no leen la obra de tapa a contratapa, por lo menos consumen un buen manojo de sus páginas.

Por esa razón una reseña crítica del Diccionario de Símbolos no puede dirigirse a un lector siempre imaginado aunque posible. Cuando se habla de un libro de consulta, son dos los factores que entran en juego a la hora de juzgarlo: su utilidad, y la filosofía que lo rige. Ante un diccionario de una lengua o de un par de lenguas, los criterios son claros, ya que el público es el punto de partida de la obra -alumnos de escuela, estudiantes, profesionales más o menos específicos o cualquier otro grupo definido. Al abrir tal diccionario hay que ubicarse en el lugar de un usuario típico y simular sus consultas más frecuentes, luego algunas más específicas y tratar de ver si la obra cubre las necesidades del mismo. Si de una enciclopedia se trata, la situación es menos rigurosa, pero suficientemente definida para verificar si la promesa expresada por la tapa y el título se cumple. Otro punto que tienen en común un diccionario y una enciclopedia es que casi nunca son obras solitarias, creadas de la nada. Los diccionarios y las enciclopedias se basan en ancestros que pueblan las estanterías, libros que los autores consultan al momento de elaborar los suyos. El decoro y el uso general dictan un principio que se puede denominar "conciencia y disimulo". Por un lado, los autores de los diccionarios y las enciclopedias se basan y se deben basar de manera consciente en las obras existentes, modificando, mejorando, emulando, evitando errores y midiendo el campo que han de cubrir. Por otro lado, en el resultado final de su labor, se supone que tales influencias no son patentes, ya que los autores procuraron disimular las consultas hechas para producir su propia obra de consulta. Es parte de su auctoritas ante el público.

INDICE DE GRANDES PENSADORES. El Diccionario de Símbolos de Cirlot es una obra problemática si se la juzga según los criterios mencionados. Lo más obvio es que Cirlot optó por prescindir de cualquier disimulo en cuanto a las fuentes de su obra. Es más, todo su texto está lleno de referencias a la bibliografía de la obra. Las cifras apuntan repetidamente a los libros de los cuales Cirlot se sirvió para escribir el suyo. Y si esto no basta, el mismo texto de Cirlot es una fusión de alusiones, reacciones, comentarios y comparaciones entre lo que va diciendo y sus textos de cabecera. Esto hace que el diccionario de Cirlot sea un excelente índice de las obras de grandes pensadores como Jung, Eliade y Bachelard. En este sentido Cirlot paga un precio inevitable al disminuir el valor de su aporte, contentándose de ser un sintetizador y un catalogador, más que un autor original. De investigador no se puede hablar, pues el diccionario de Cirlot es un libro hecho en bibliotecas, escrito habiendo llenado tarjetas, y no produciendo ideas.

En ningún momento el usuario del Diccionario de Símbolos siente que el autor lo defrauda. Por ello, al contemplar la obra en su totalidad, hay que tomar muy en serio la lista de términos que la compone, los materiales que definen el mundo de símbolos según Cirlot. El mundo de Cirlot es antes y sobre todo el mundo de Occidente. Los símbolos que documenta han sido tomados mucho más de la tradición clásica, pasando por los materiales medievales y renacentistas hasta la modernidad, que del mundo entero como totalidad. Un lector de principios del siglo XXI se verá obligado a preguntar dónde están las culturas del Islam, del Judaísmo, de Japón, de Polinesia, de África. Si Cirlot menciona algunas de ellas, lo hace de manera muy pasajera y superficial, y nunca olvida mencionar que su punto de partida es la tradición de Occidente. Si leyera este diccionario un antropólogo venido de otra galaxia, se haría la idea que este planeta contuvo muchas tradiciones y muchas culturas, pero que del Judaísmo y del Islam ya no quedan más que recuerdos remotos y algunos textos poco accesibles. Es imposible pretender hablar del sufismo y de la cábala basándose en fuentes de tercera y cuarta mano, como es inaceptable omitir todo el inmenso Hadith islámico, el Talmud, la literatura del Midrash, y la mística de los pueblos turcos desde Siberia hasta las puertas de Viena.

LA CENSURA DEL FRANQUISMO. La mirada crítica ofrecida acá no será completa sin un dato histórico y biográfico esencial acerca del trabajo de Juan Eduardo Cirlot, que lo influyó a lo largo de muchos años. Cirlot elaboró y compuso su diccionario en la década de los 50, siguiendo el trabajo en la de los 60. La primera edición es de 1958 y la segunda, ampliada y modificada es de 1969. El bellísimo tomo publicado por la editorial Siruela en 1997 y reeditado luego en 2006 (que aquí se reseña) no es una reelaboración del original, ni ha sido actualizado para el lector de hoy.

Cirlot compuso su diccionario en plena época de Franco, y así hay que verlo. Más aún, el Diccionario de Símbolos, tal como se lo lee hoy, es un documento fascinante como testimonio de la mano pesada del franquismo en su apogeo. El diccionario refleja un cristianocentrismo casi absoluto, muchas veces reiterando de manera expresa elementos del dogma para evitar cualquier acusación de tendencias heréticas. Cirlot evita las interpretaciones sexuales y procura no entrar en temática de este tipo, aún si por consecuencia se ve obligado a ciertos malabarismos, sea a nivel de las palabras o hasta en el de las ideas. Es posible que sea una maniobra de auto-protección por parte del autor, que lo llevó a la eliminación del Islam y del Judaísmo de cualquier contexto de realidad, actualidad o existencia social en el presente.

Además de la presión de esta realidad política durante la composición del diccionario, en el tono de la obra influye un factor que se podría llamar generacional. Muy a menudo Cirlot se permite calificar pueblos y culturas usando adjetivos como "civilizado", "culto", "primitivo", etc. Esa era la norma cuando las historietas del belga Hergé, Tintin (más de la mitad creadas en las mismas décadas en las que Cirlot hizo su diccionario) se permitían mostrar a africanos bailando alrededor de una olla llena de blancos con sombreros de corcho para ser consumidos por aquellos "primitivos" caníbales con el proverbial hueso atravesado en la cabellera.

Con toda la reserva expresada, la espectacular edición del Diccionario de Símbolos de Juan Eduardo Cirlot, con las ejemplares ilustraciones, es un libro de mucho valor, y no solo como documento de su época. Estrictamente, como diccionario de símbolos es más que probable que haya perdido valor, por sus limitaciones básicas y por los grandes avances en el campo de la investigación de las culturas. Sus usuarios deberán utilizarlo con la cautela y el buen criterio propio de quienes viven en este siglo XXI. No obstante, por su ambición, por su fiel lectura de muchas obras de gran importancia, el diccionario de Cirlot ha de conquistar un público nuevo, definiendo usuarios de campos diversos. Artistas plásticos, escritores, artistas visuales, psicólogos, sociólogos, expertos en comunicación, viajeros cultos y gente con curiosidad intelectual encontrarán en este diccionario grandes tesoros para elaborar e integrar en actividades y obras producidas en sus ámbitos de trabajo y creación. Así, de manera algo inesperada quizás por Cirlot mismo, su diccionario será el ancestro no de otros tomos eruditos, pero sí de obras de belleza creativa y sentido simbólico.

DICCIONARIO DE SÍMBOLOS de Juan Eduardo Cirlot. Siruela, Barcelona, 2006. Distribuye Gussi. 520 págs.

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