Literatura uruguaya bajo fuego

Roberto Appratto no calla ni se amilana: “Hay un complejo de pobretón prestigioso que ha hecho mucho daño”

Tras una larga trayectoria como poeta y narrador, siente que la comunidad no valora a quien escribe.

Roberto Appratto
Roberto Appratto
(Ariel Colmegna/Archivo El País)

por Gera Ferreira
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Llega caminando despacio al bar. Viene mirando el celular con una mano y con varios libros debajo del otro brazo. Viste impecable, como si tuviera que ir a dar clases. Roberto Appratto (Montevideo, 1950) fue profesor de Literatura en Educación Secundaria y de Teoría Literaria en el Instituto de Profesores Artigas. Ahora dicta Narración Creativa en la Universidad Católica y Guión en Bellas Artes. Ha publicado más de veinte libros, entre poesía, narrativa y ensayo, y recibió varios premios por algunos. Pensaba hablar mucho de su obra pero terminamos hablando de ese territorio fértil y golpeado al que se llama literatura uruguaya.

—Estuve en La Plata porque me publicaron un libro de poesía.
—¿Cómo se llama?
Es otro cantar.

—¿Salió solo allá?
—Sí, acá no va a salir. Soy muy avaro, salieron cien ejemplares. El libro existía online, lo publicó Héctor Javier Cardozo, que tiene una editorial en Rivera que se llama Abrelabios.

No estabas publicando poesía.
—Lo último que hice fue Mi versión de los hechos. Fue un libro que no se presentó, pese a que salió en simultáneo con El origen de todo. No hubo cómo hacerlo, porque la pandemia en ese momento recrudeció. Y después nadie le dio bolilla, no tuvo casi reseñas.

—¿Y después?
—Tengo pronto un libro que se llama Apuntes de clase.

—Te escuché decir que sale por Criatura también.
—Es una autobiografía de todas las épocas, desde que empecé a dar clases y a escribir. Se lo di a Criatura en mayo de 2021 y recién este año sale.

—Se tomaron su tiempo.
—Sí. Además tienen otro mío, Escrito en el viento, que también es autobiografía. O sea que están en deuda, porque hace años que no me sacan nada.

—Si ya están aceptados ¿por qué pensás que los aguantan?
—Y porque les va mal. Este año publicaron unos pocos libros, fue un año horrible y ta.

—Uno desde afuera no se entera. Nicolás Alberte me comentaba que a veces se paga por la publicación de los libros.
—Con Maca [Gustavo Wojciechowski, de Yaugurú] pago siempre. Me publicó sin cobrar un tiempo y luego cambió el sistema. Impresiones en silencio, Los límites del control y Mi versión de los hechos, pagué por todos.

—¿Y por qué accedés a eso?
—Porque si no, no tendría cómo sacarlos. ¿A dónde voy? ¿En La Coqueta que también cobra? En todos lados hay que pagar para publicar.

—No te pregunto porque no lo sepa; quiero saber qué pensás.
—Es así, no hay manera. Yo no tengo ningún lugar, salvo Criatura y estos de La Plata, que no pago. Si no, hay que pagar.

—Si Roberto Appratto paga por publicar, imaginate el resto…
—Sí, todos pagan, y bastante.

—¿Y el famoso diez por ciento por cada ejemplar?
—Noooo, jamás vi eso. La única editorial que me paga así es Criatura y es una miseria. Un diez por ciento de poco. Mientras espero, La carta perdida y El origen de todo salieron por ahí.

—Bueno, es un buen conjunto.
—Sí, pero fijate que entre los tres libros la liquidación de 2022 fue $ 9.000, por los tres. Y contando con que le venden al Plan Ceibal, y al Ibirapitá y con lo que pueden vender en Argentina. No se vende nada, pero me pagan.

—¿Cómo se sostiene la industria del libro si los autores pagan y además los libros están tan caros?
—Sin contar la gente que decide ir por otro lado y que directamente no quiere pasar por los filtros editoriales. Esos también pagan, y mucho. Además se tienen que encargar de distribuir sus propios libros.

—Claro, la autogestión.
—Es un desastre, y un infierno.

 Los tres chiflados.
—¿Hay editoriales que te piden libros?
—En una época sí, me pedía Martín Fernández de HUM, pero yo no tenía ganas con él…

—Tal vez sería uno de los pocos que no te cobraría por publicar.
—Puede ser.

—Ahora, varios escritores me dicen que la literatura uruguaya pasa por un buen momento.
—Pero así es.

—¿En qué sentido?
—Este año hice un panorama de la narrativa uruguaya reciente en una columna de radio, en el programa La Máquina de pensar, con una lista de doce narradores/as. La última buena que leí fue Tamara Silva Bernaschina, que sacó el Bartolomé Hidalgo. Otra fue Ana Laura Lissardy, también Nicolás Alberte, Leonardo de León, Mercedes Estramil, Cecilia Ríos, Rosario Lázaro y Felipe Polleri, entre otros.

—Veo que la mayoría tiene algo de trayectoria. ¿Y las nuevas apuestas?
—Sí, siglo XXI... yo me quedo con estos pocos.

—¿Y en poesía?
—Serían muy muy pocos. Diego de Ávila, no hay mucho más. Por ejemplo, si ves el catálogo de La Coqueta hay gente inflada, como Santiago Pereira, que no me gusta nada. Me parece un vivito que juega pero que no labura.

—¿Y lo que hace Hoski?
—No, nada de eso, ni de los del Camino de los perros, ni otros más viejos como Luis Bravo. No existen, ni nunca existieron, al menos para mí, y Martín Barea Mattos lo mismo.

—¿No se salva nadie?
—Después estaban los tres chiflados de la poesía uruguaya: Bacci, Chitaro y Ciancio. Esto de los tres chiflados dicho medio en broma.

—A partir de tus lecturas, uno puede entrever un revisionismo exigente, más allá de estar de acuerdo o no.
—Yo lo que no quiero hacer nunca es hablar falsamente. Hacer la gran Ciancio, de que todo el mundo es un escritor genial. Creo que se mezclan mucho las cosas. Hay algo raro y es que el mercado te impide tomar posturas estéticas, te tranca…

—Vale todo.
—Exacto. Y nunca agarrás una crítica que diga que tal cosa no vale nada. No se hacen críticas de cosas malas. Alguna vez se hicieron.

—¿Por qué no se hacen?
—Hay menos espacio, ahora hacen esas pastillitas. Eso no sirve para nada, no hay una valoración de lo que se produce. Por varias razones: una, los críticos no sé si saben hacer esas valoraciones (sé que me pongo en una posición complicada); y dos, ¿se jugarían la ropa por un libro dejando de lado a otros? El Uruguay ya no es para eso. Ya no.

—¿Por qué?
—Porque el mercado no lo admite y porque nadie valora la escritura como tal. Es un debe centenario de la cultura uruguaya, también de los propios escritores, que no saben valorar ni lo que hacen ni lo que leen.

—¿Y los lectores?
—No están interesados en la crítica. Primero porque hay poca gente que consuma material cultural y encima uruguayo. Siempre se prefiere cualquier otra cosa. La gente no se anima a una novela uruguaya, por ejemplo. Lo veo en mis talleres. La recepción de hoy es muy extranjerizante.

—Te olvidaste de Alicia Migdal en tu listado, perdón que te interrumpa.
—Nunca estuvo en mis planes, ni cuando estaba en la cresta de la ola…

—Entonces, si hay que pagar por publicar, si no hay crítica, si los libros están caros y hay poco acceso, si hay mucho amiguismo, ¿sobre qué argumentos se sostiene la hipotética buena salud de la literatura uruguaya?
—Sí… Hay otro problema, que también es uruguayo, y es el de no tener conciencia de nuestra propia tradición literaria nacional.

—Total. Ahora el latiguillo es agarrar libros de los noventa o los dos mil, reeditarlos y presentarlos como si fuesen novedades imperdibles.
—Es verdad. No hay criterio. Tampoco es cuestión de imponerlo, ojo.

—Los del 45 lo hicieron, mal o bien.
—Sí, pero eso les hizo mal a los del 60, porque crearon con culpa de no estar a la altura de los otros y por eso no pudieron hacer mucho, salvo Salvador Puig, Mario Levrero, y por supuesto Marosa di Giorgio.

Crítica y verdad.
—¿Pensás que la crítica literaria de hoy debería darse por vencida?
—No puede darse por vencida, tiene que estar ahí y marcar presencia aún en condiciones deficitarias. Hay que intentar multiplicarla y generar una brecha por algún lado. Hay que crear un criterio de diferenciación de productos culturales.

—Pero para eso se necesitan políticas públicas también, en principio desde la Intendencia.
—Ahí es la nada misma.

—Creo que hay algunas iniciativas, como las de la revista E.R.M., que intenta sostener cierto espíritu crítico.
Es un páramo. Y ahí volvemos al inicio: todo da lo mismo. Todo el mundo quiere quedar bien.

—¿En Uruguay faltan editores?
—Sí. Porque no se ha considerado que la industria cultural también produce plata. Hay una especie de complejo de pobretón prestigioso que nos ha hecho mucho daño: como somos pobres la poesía no se vende, y así se siguen repitiendo estupideces. Publicar literatura no está ligado a lo heroico de subsistir, sino al talento, al trabajo de tomarse en serio lo que uno hace.

—Hoy hay más de una generación que no tiene desarrollado un vínculo con la literatura como el que estamos hablando.
—Ni quieren tenerlo. Es una cuestión ideológica. Han ideologizado que no les importe, como que no quieren tener que ver con el sistema.

—Pensando en tu escritura, una manera de defender lo dicho es a través de su régimen de verdad. Lo cual es siempre problemático.
—Sí. Yo me refiero a una verdad privada. Hay una idea de verdad —esto lo digo no por habilidad dialéctica, si no porque la siento así: cuando uno siente que algo es verdad encuentra un lugar en la experiencia, una especie de núcleo duro de la verdad personal.

—La vida toca fibras con la literatura. ¿Por qué una construcción ficticia es menos real que la reconstrucción de una experiencia personal?
—Lo ficticio no entra aquí en juego, ojo. Lo ficticio no es el enemigo. Lo ficticio puede ser enormemente verdad. Cuando digo que algo es verdad, es que era verdad en el momento que lo pensé, cuando lo viví, no cuando lo escribí. Esa verdad luego se convierte en ficción, y por lo mismo en literatura. Si vos lo mantenés como una verdad porque pasó sos un frío cronista.

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Muchos libros
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Bienmirada (1978), Cambio de palabras (1983), Velocidad controlada (1986), Mirada circunstancial a un cielo sin nubes (1991), Íntima (1993, novela), Cuerpos en pose (1994), Arenas movedizas (1995), Bárbara (1996, novela), Después (2004), La brisa (2004, novela), Levemente ondulado (2005), Se hizo de noche (2007, novela), 18 y Yaguarón (2008, novela), Impresiones en silencio (2011), La ficcionalidad en el discurso literario y fílmico (2014, ensayo), Como si fuera poco (2014, novela), Mientras espero (2016, novela), La carta perdida (2018, novela), Los límites del control (2019), El origen de todo (2020, novela), Mi versión de los hechos (2020 ), Es otro cantar (2023). En 2024 se publicará Apuntes en editorial Criatura.

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